Durante buena parte de la película, Red Road desprende la mosqueante sensación de ser una más de esas películas de autor en las que no pasa casi nada, o por lo menos casi nada interesante.
Una mujer se dedica a controlar un sistema de cámaras de vigilancia, con el que saben lo que pasa en cualquier rincón de la, aquí deprimente, ciudad de Glasgow. Su vida no tiene más alicientes que su trabajo, y un polvo cada dos semanas con un hombre casado. En principio asistimos a todo esto de forma fría y desapasionada, ya que el estilo que Andrea Arnold imprime a la narración es muy distante. Pero, afortunadamente, la película va dando pequeños detalles sobre la protagonista, que nos hacen intuir que tras esa fachada de apatía se esconde un drama. Y justo cuando aparece un segundo personaje cuando el drama se desata.
A partir de ahí la película recupera un pulso que no tenía, y de forma lenta pero intensa nos va mostrando las heridas sin cicatrizar de esta mujer.
De la mano de la estupenda protagonista, Kate Dickie, la directora nos ofrece finalmente un drama mucho mas intenso y emocionante de lo que cabía esperar en un principio, con alguna secuencia de notable intensidad. Excelente en ese sentido resulta la escena de sexo entre los dos protagonistas. También resulta notable la creíble visión que se da del barrio de Glasgow en el que se desarrolla la historia.
Al final, posiblemente, Red Road acaba resultando una película más convencional de lo que a primera vista pudiera parecer, algo de lo que en este caso me alegro.