Está claro que la directora de esta película estaba convencida de que tenía entre manos una los ingredientes para conseguir una gran historia. Cada frase, cada gesto cada diálogo de toda la parte que ocurre en la actualidad, suena pomposo, falso, no convence. La otra historia, que transcurre un siglo antes, resulta algo más eficaz e interesante. El problema es que nunca se llega a encontrar un vínculo entre las dos. Podían haber sido dos películas totalmente diferentes.
A los actores de la primera historia les cuesta resultar convincentes, precisamente porque sus personajes no lo son. Mejor están los menos conocidos interpretes de la segunda historia, especialmente Sarah Polley, que está especializada en interpretar mujeres que sufren grandes traumas.