Podía haber dicho oda a Jaime Lannister e irme de rositas, y habría quedado bien, pero no sería justo.

No porque es Nikolaj Coster-Waldau quien ha sacado esta cinta de las cenizas y le ha dado una identidad y razón de ser, es el motor principal por el que este producto funciona, por el que esta película merece la pena de ser vista, ya que le da no solo forma, sino también corazón.

En plena edad media, con la amenaza de la Inquisición Igreja aprueba las leyes que más le conviene al clero hipócrita y corrupto que no esconde lo que es, sino que lo que es peor, lo niega, mientras la historia de dos hombres no muy distintos en vida, sino en decisiones como lo son el prior Georg y el guerrero más tarde verdugo Martin viven sus vidas de forma paralela, soportando todas las injusticias y desvaríos de una época demasiado oscura.
La película no es aburrida, pero cuenta demasiado en muy poco tiempo.
El reparto no es coral, es discreto con Julie Cox entre otros haciendo de la desvergonzada Margareta, la hija bastarda del rey Fernando. Pecados, mentiras, corrupción y amor.

Junto con la desapercibida actuación de Nikolaj Coster, hacen de la cinta una especie de película-documental donde aprendemos algo más que política y religión de esa época. Es una película sostenida por el carisma de un actor primordialmente. Hacía tiempo que no me topaba con un producto así. Arriesga, pues este actor ofrece una actuación pasional y visceral, sin ser un villano. Es un hombre de registros.