Película rodada cuatro años después de que terminara la Segunda Guerra Mundial, provista de todo un guión fecundo en todo sentimiento humano benigno y maligno.

La otrora codicia de Fabiola se tornará en dicha y luego en aceptación del auténtico Dios, mientras su amor por Rhual, un gladiador al que conoce por casualidad mientras éste se dirige precisamente a casa de su padre, es el eje central de esta historia protagonizada por una Michéle Morgan que cumple su papel de forma excelente, pero a marcha forzadas. No se puede estirar más de ella, da a Fabiola hasta lo que no tiene, y es ese sobreesfuerzo dramático lo que hace que la historia vibre.

El contexto es el reinado de Majencio, más tarde finalmente de Constantino y con él la consagración del cristianismo como la religión oficial de una Roma ya santificada y cambiada.
Comienza una nueva etapa, como en la realidad se constituyó la dura posguerra, en la que era necesario construir todo de nuevo.
Paralela a los hechos reales, Henri Vidal soporta junto a muchos otros el peso de un protagonismo basado en las creencias religiosas y los valores morales tan propios de la época y de este tipo de cine, el peplum. Típica película de tal género, Fabiola es una de las pelis más largas que he visto en mi vida. Los discursos son ricos, pero recargados, los extras muy bien tratados para ser una producción italiana-francesa, y los escenarios lo mejor conseguidos para unos años cincuenta que llegaban poco a poco.
Película especial para aquellos que tengan sentimiento religioso, amen a Dios y quieran saber la historia o los amantes de los peplum, da igual, pero más de dos horas tratando quien mató a Fabio, el padre de Fabiola y el dolor de ésta es más que suficiente para hablar de esta joya injustamente relegada al cajón del olvido frente a las grandes superproducciones. Un reparto rico y desconocido en su mayoría, pero lleno de actores de verdad, lo cual es de agradecer dado los tiempos que corremos.