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Voto de Polikarpov:
6
6,6
7.261
Drama
A finales del siglo pasado, en un monasterio situado en las montañas del Magreb, ocho monjes cistercienses viven en perfecta armonía con sus hermanos musulmanes. Pero una ola de violencia y terror se apodera lentamente de la región. A pesar del creciente peligro que los rodea y de las amenazas de los terroristas, los monjes deciden quedarse y resistir. (FILMAFFINITY)
16 de enero de 2011
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
1996. Una abadía (Tibhirine, en el Atlas argelino). Ocho monjes trapenses. Vida cotidiana, sencilla, austera. Todo es humano, hasta la posibilidad de lo divino. Practican la pobreza. No tienen (casi) nada. Sólo fe. He oído por ahí que, el que la tiene, lo tiene todo. Es esa cosa, ese estado mental que los salva y los condena al mismo tiempo. Es lo que les permite mantener obcecadamente su posición cuando, un buen día (quiero decir, un mal día) se presenta el miedo, acompañado por la duda y la flaqueza (“¿por qué tus silencios son tan largos?”, reza el abad Christian (Lambert Wilson) en un momento dado, junto a sus compañeros).
Es eso que perdí de pequeño y (ay, mísero de mí, ay infelice) no he vuelto a encontrar.
Beauvois cuenta lo que les pasó a estos ocho tíos tan raros (hoy). En realidad, se limita a rodar lo que estos ocho tíos tan raros cuentan. Pero claro lo que les pasa es, sobre todo, interior. Y eso es muy difícil contarlo con una cámara. Por eso, la película es una sucesión de planos largos y muy, muy lentos en su resolución, dando como resultado un peligroso paseo por el alambre: si me caigo para un lado, pues tiene su gracia la descripción de la vida de estos buenos monjes en zona exótica (y un pelín hostil) y de las circunstancias que les sobrevienen. Si me caigo para el otro (que es para donde sopla el viento), me perderé en el insondable abismo del aburrimiento.
AVISO: conviene haber dormido bien antes de ir a verla.
Es eso que perdí de pequeño y (ay, mísero de mí, ay infelice) no he vuelto a encontrar.
Beauvois cuenta lo que les pasó a estos ocho tíos tan raros (hoy). En realidad, se limita a rodar lo que estos ocho tíos tan raros cuentan. Pero claro lo que les pasa es, sobre todo, interior. Y eso es muy difícil contarlo con una cámara. Por eso, la película es una sucesión de planos largos y muy, muy lentos en su resolución, dando como resultado un peligroso paseo por el alambre: si me caigo para un lado, pues tiene su gracia la descripción de la vida de estos buenos monjes en zona exótica (y un pelín hostil) y de las circunstancias que les sobrevienen. Si me caigo para el otro (que es para donde sopla el viento), me perderé en el insondable abismo del aburrimiento.
AVISO: conviene haber dormido bien antes de ir a verla.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Para ser justos, conviene señalar que hay dos secuencias de gran fuerza dramática en las que, tanto Wilson delante de la cámara como Beauvois detrás, están “iluminados”: cuando el abad busca remedio a su angustia, paseando junto al río (o lago) y, especialmente, cuando el abad hace lo mismo, bajo una lluvia intensa. Sin duda, es lo mejor de la película.