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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
Thriller El húngaro Pal Kovac es un camionero que vive en un país hispanoamericano, donde ha estallado una revuelta política y social. Comprando un camión a medias con un socio, consigue independizarse, pero una huelga del sector del transporte les impide llevar la carga a su destino. Cuando intentan burlar el cerco, su vehículo es incendiado, lo que provoca la muerte de su compañero. (FILMAFFINITY)
19 de octubre de 2009
31 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
No acierto a adivinar los motivos del injusto olvido en que malvive esta estupenda película. Tal vez sea por ser inmediatamente anterior a “Furtivos”, o por haber sido rodada en inglés y con un reparto internacional, pero lo cierto es que “Hay que matar a B.” parece no contar a la hora de hablar de las mejores películas del cine español (fijaos aquí: ni una sola crítica, apenas 80 votos y, para colmo, el argumento de su ficha no da pie con bola), cuando se trata, a mi juicio, de una de las obras más destacables de su autor y una de las más reivindicables muestras del buen cine que, en ocasiones, se ha hecho en nuestro país.
La historia empieza con unas manos sin rostro que rebuscan en un archivo hasta que dan con la ficha de Pal Kovac, un camionero húngaro, impulsivo e individualista, atrapado en un imaginario país sudamericano en que está a punto de estallar una revuelta que un político en el exilio vendrá a liderar. Arruinado y atormentado por la muerte de su joven socio, hijo de un viejo amigo y de la dueña de la pensión en que vive, a la que quiere resarcir, acepta el trabajo que le ofrece un astroso detective privado, que consiste en seducir a la amante de un conocido empresario cervecero, y cobrar así el dinero prometido al detective en caso de que se confirme su infidelidad. Kovac y la mujer acaban enamorándose y planean marcharse a Europa, pero el empresario aparece asesinado y detienen a Kovac por el crimen. Es entonces cuando sabemos qué quieren de Kovac las manos sin rostro que veíamos al principio, las mismas manos que veremos al final, cerrando el archivo, cuando tengan lo que buscaban de él.
La historia, narrada por Borau en un tono desapasionado y crudo, deudor del cine “polar” francés, maneja con sabiduría las dos líneas argumentales de la peli, aparentemente independientes, hasta que el personaje del detective, encarnado por el venerable Burgess Meredith, las anuda sin que puedan ya separarse. El conflicto civil, un simple telón de fondo al principio, va adquiriendo importancia hasta trastocar sin vuelta atrás la historia de amor de los protagonistas, que se ven literalmente engullidos por las circunstancias, en una hermosa escena en que caminan contracorriente enmedio de una multitud vestida de blanco. Es también digno de elogio el uso de elementos dramáticos en apariencia insignificantes (las chocolatinas y sus cromos, la omnipresente cerveza) que van reapareciendo a lo largo de la peli no de modo gratuito sino como piezas significativas para comprender cabalmente a los personajes.
Mención aparte merece el cuarteto protagonista. Al ya mencionado Meredith hay que sumar a la bella Stephane Audran, una de las actrices fetiche de Chabrol, a Patricia Neal, en un papel en las antípodas de su lagartona de “Desayuno con diamantes” y al sólido Darren McGavin en el mejor momento de su carrera, dando vida a ese baqueteado camionero atrapado en los sórdidos entresijos de un poder ciego y sordo ante los deseos humanos.
Normelvis Bates
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