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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
Comedia No pudiendo rodar en New Hampshire, el director de cine Walt Price decide trasladarse a una pequeña ciudad, en el estado de Vermont, al enterarse de que allí hay un viejo molino, elemento indispensable para la película. Todo parece perfecto, pues es una localidad tranquila y además los vecinos están ansiosos por participar como figurantes y mezclarse con lo más brillante de Hollywood. (FILMAFFINITY)
9 de septiembre de 2009
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué bien lo he pasado revisando esta película. Llevaba sin verla desde su estreno, hace 8 o 9 años, y aunque guardaba un muy buen recuerdo de ella, no esperaba, la verdad, que esta segunda vez me resultara tan divertida y amena. Pasó casi desapercibida cuando se estrenó, cosa harto más incomprensible si tenemos en cuenta la de memeces que copan las listas de pelis (en especial comedias) más vistas, y no recuerdo que la hayan pasado por televisión, de modo que no es extraño que esta estupenda cinta de Mamet siga siendo una gran desconocida para la mayoría. Y lo más curioso del caso es que creo que son, paradójicamente, sus no pocas virtudes las que la han llevado a ser menos popular de lo que merece.
Es, de entrada, una comedia que se asume como tal y que renuncia por tanto a todo atisbo de trascendencia o de gravedad, al menos en las formas. Tiene desde los títulos de crédito un aire de ligereza y de falta de pretensiones, subrayado por la chispeante música que acompaña todo el metraje, que puede dar a entender, equivocadamente, que es una peli vana o superficial, cuando se trata, en realidad, de un mordaz retrato de la fauna que puebla el circo hollywoodiense y de las consecuencias de su colisión (real, no figurada: entre las calles State y Main) con el mundo que dice reproducir en celuloide. Pero allí de donde otros podrían extraer dramas, Mamet prefiere desplegar un inacabable repertorio de recursos propios de un gran comediante que instalan una sonrisa en la cara del espectador del primero al último de los minutos y logran, incluso, arrancarle alguna que otra carcajada: un guión muy bien trabado, diálogos de gran altura con alguna frase realmente memorable, una galería de personajes que, sin dejar de seguir un cliché predeterminado (el ruin productor judío, la estrella neurasténica, el literato frustrado metido a guionista ) no caen en la simple caricatura, leitmotivs puramente cómicos muy bien diseminados a lo largo de la peli (el bache, el semáforo, la cena del alcalde) que van punteando la acción y determinan su tono general risueño y despreocupado. Da la impresión, por si fuera poco, de que todo el reparto se lo pasó en grande haciendo esta peli (Baldwin, por ejemplo, se regodea que da gusto componiendo a un estrellón tan bobo como calenturiento).
Pero este aire gozoso y lene, que no es sino la suma de sus méritos, es también la causa de su injusto olvido, ya que puede llevarle a uno al error de pensar que se trata tan sólo de un frívolo divertimento de Mamet, cuando lo que este hace en realidad es reflexionar, sin aspavientos ni tremendismo, acerca de la fricción entre el arte y los seres y objetos de los que parte, entre nuestra voluntad y nuestros actos y la dificultad de obtener segundas oportunidades fuera de la ficción, despellejando para ello de paso, pacientemente, a base de alegres mordisquitos y renunciando a la más quedona y efectista dentellada, un mundo tan deslumbrante como mezquino que seguramente conoce mejor que nadie.
Normelvis Bates
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