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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
Cine negro. Thriller. Drama Pinkie Brown (Richard Attenborough) es un gangster que lidera una pandilla de degenerados malvivientes. Después de cometer un asesinato, intenta manipular a una amiga suya para que le suministre una coartada. Filme basado en una novela de Graham Greene. (FILMAFFINITY)
29 de junio de 2010
30 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otro caso misterioso que espero que alguien me aclare: 13 miserables votos y virginidad absoluta de críticas para esta estupenda película, basada en la novela homónima de Graham Greene y que suele considerarse, por si fuera poco, el ejemplo más acabado del cine negro británico de su época. Su impacto en la imaginería popular inglesa ha sido, además, duradero: una poderosa canción de Queen y un remake a punto de estrenarse, protagonizado por Helen Mirren y John Hurt y que traslada la acción a las peleas entre mods y rockers de los 60, dan buena fe de la permanencia del recuerdo de esta peli en la Pérfida Albión. Por no hablar de su influencia en el cine: la imagen bruta y hortera de los hampones ingleses de películas como “Asesino implacable” o “Lock & Stock” bebe directamente de ella.

Como buenos hermanos gemelos, los Boulting solían repartirse los papeles en sus producciones. En ésta, Roy produjo y John se puso tras la cámara, pero el dato apenas importa, porque la estrella absoluta de “Brighton Rock” es Richard Attenborough, encarnando, dos años antes de “Al rojo vivo”, a Pinky Brown, el primito inglés de Cody Jarrett, un tierno y neurótico angelito de diecisiete años que, a falta de una madre sádica y posesiva con la que irse a echar unos tiros, se entretiene jugueteando obsesivamente con cordeles, arrancando el pelo a muñecas y arrojando a soplones de trenes de feria en marcha o escaleras podridas abajo.

Aunque en Estados Unidos se tituló “Young Scarface”, la peli, más que ilustrar el ascenso de este turbio y psicótico aspirante a reyezuelo de las bandas de la soleada Brighton, concentra su atención en la extraña relación que se establece entre Pinky y Rose, una camarera católica como él, inocente hasta la pura estupidez, a quien odia porque en ella ve reflejadas sus propias taras íntimas (sus nombres no son gratuitos) y a la que usa como coartada para eludir las sospechas de un crimen. Una escandalosa y alocada estrella de varietés (Hermione Baddeley, la otra reina de la peli) será la única persona que adivine los planes de Pinky y trate de chafárselos, entre pintas y risotadas y brochazos de carmín de labios.

Observada en conjunto, la trama de “Brighton Rock” tal vez pueda resultar excesivamente convencional o domesticada, pero tiene tres o cuatro momentos antológicos, como la persecución y asesinato del chivato, la pelea en el hipódromo, el clímax final en el muelle o la rabiosa grabación de ese disco dorado que durante unos minutos se convierte en el mcguffin de la peli y que Greene, autor también del guión, acaba usando para resolver, en una sardónica y cruel escena final, su discurso acerca del crimen, la culpa y el castigo, tintado de sombrío catolicismo y repleto de referencias al infierno. Lo único que se me ocurre reprocharle a Greene es lo anticuada que ha quedado su idea del infierno. Acabo de sobrevivir a un fin de semana familiar en Salou y en pleno Alemania-Inglaterra. Sí sabré yo lo que es el infierno, amigos.
Normelvis Bates
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