Varias vueltas de tuerca a la historia del fantasma de la ópera carentes de interés –ahora no es un ser deforme, sino un hombre criado por ratas que posee unas habilidades físicas sobrehumanas; ahora su atracción hacia Christine es casi más sexual que musical–, unos secundarios italianos malísimos –de esos que interpretan a voces y gesticulando casi tanto como los actores japoneses de Bioman– y un presupuesto escaso hacen que esta mezcla de terror tontorrón, erotismo y ketchup sea patética.
Entre tanta mierda, lo que recuerdo como peor es la escenita del "recolector de ratas", que, junto con sus conductores, parece más sacada de una película de Javier Fesser. Bueno, y lo del fantasma explicando su doble naturaleza después del polvoete ya es para taparse los oídos y esperar a que pase la risa.

De lo poco bueno que este cineasta ha aportado al mundo, lo mejor es una hija que está de toma pan y moja.