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Voto de afrancesado:
8
7,2
9.497
Drama
El victorioso general Julio César se ve obligado a visitar Egipto para evitar la guerra civil provocada por la falta de entendimiento entre Cleopatra y su hermano Tolomeo, que comparten el poder en Egipto. César, cautivado por la inteligencia y belleza de la joven, la proclama reina indiscutible de Egipto, y tras el nacimiento de su hijo, Cesarión, la convierte en su esposa. (FILMAFFINITY)
13 de agosto de 2010
46 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando era pequeño recuerdo como Cleopatra era sinónimo de alguna nueva investigación que confirmaba o desmentía si era guapa, si no lo era, si tenía alopecia, si el secreto era su perfume, etc. Pero Cleopatra fue mucho más que esas minucias, fue una personalidad histórica fascinante en una época asombrosa.
Olvidándonos por un momento de la famosa intra-historia de su rodaje, la película está bastante bien, pese a su duración. No sin necesidad acaba apartándose durante muchos minutos de Cleopatra para centrarse en Julio César y Marco Antonio.
Un gran defecto, y sé que polémico, es que por alguna razón Liz Taylor siempre me ha parecido salir muy desfavorecida en esta película, siendo todavía joven con 30 años. Muy poco antes, en “La gata sobre el tejado de zinc” o en “De repente, el último verano”, está radiante y con todo a su favor para ser una formidable Cleopatra, pero por algún motivo, no sé si es el maquillaje, la iluminación, el vestguario, el color de la película, sus problemas de salud o algunos kilos más, en “Cleopatra” la veo bastante lejos de su época de mayor belleza.
En segundo lugar, la película, el último peplum de presupuesto titánico, no se salvó de los defectos (o virtudes para los melancólicos) de ese tipo de cine. La visión que da de la historia es de un gran convencionalismo y maniqueismo. Una visión demasiado sosa, formal e idealizadora del mundo antiguo. Para todos los públicos. Este estilo puede quedar bien en Ben-Hur o Espartaco, pero no en una película sobre Cleopatra y de intrigas políticas y palaciegas.
Falta mayor amoralidad y malicia. Fueron muchas y muy escandalosas las traiciones y los juegos políticos, el pragmatismo y la ambición, de todos los protagonistas. En el afan hollywoodiense de que la audiencia puede identificar fácilmente buenos y malos, sólo los conspiradores primero y Octavio después cargan con todo el peso de la traición, ambición y maldad. Esta simplificada caricatura impide presentar bien la problemática del vacío de poder que supuso la muerte de César. Es difícil para el espectador entender todo el enfrentamiento posterior entre Octavio y Marco Antonio, y el papel de Cleopatra y sus apuestas y aspiraciones políticas.
Egipto se merecía renacer o morir, no la decadencia en la que estaba sumida. Cleopatra fue la última esperanza de renacer. Cleopatra murió, y Egipto con ella. Fue para siempre, pero fue una muerte legendaria para poner el broche de oro a 2500 años de una civilización que vivió fuera de su tiempo.
El mundo había cambiado y el centro del universo ya no era el Nilo. Todos los pueblos bañados por el Mediterráneo caerían bajo Roma. Pero Egipto no era un reino cualquiera. Roma estaba en manos de unos pocos hombres, pero Egipto lo estaba de una mujer...
Olvidándonos por un momento de la famosa intra-historia de su rodaje, la película está bastante bien, pese a su duración. No sin necesidad acaba apartándose durante muchos minutos de Cleopatra para centrarse en Julio César y Marco Antonio.
Un gran defecto, y sé que polémico, es que por alguna razón Liz Taylor siempre me ha parecido salir muy desfavorecida en esta película, siendo todavía joven con 30 años. Muy poco antes, en “La gata sobre el tejado de zinc” o en “De repente, el último verano”, está radiante y con todo a su favor para ser una formidable Cleopatra, pero por algún motivo, no sé si es el maquillaje, la iluminación, el vestguario, el color de la película, sus problemas de salud o algunos kilos más, en “Cleopatra” la veo bastante lejos de su época de mayor belleza.
En segundo lugar, la película, el último peplum de presupuesto titánico, no se salvó de los defectos (o virtudes para los melancólicos) de ese tipo de cine. La visión que da de la historia es de un gran convencionalismo y maniqueismo. Una visión demasiado sosa, formal e idealizadora del mundo antiguo. Para todos los públicos. Este estilo puede quedar bien en Ben-Hur o Espartaco, pero no en una película sobre Cleopatra y de intrigas políticas y palaciegas.
Falta mayor amoralidad y malicia. Fueron muchas y muy escandalosas las traiciones y los juegos políticos, el pragmatismo y la ambición, de todos los protagonistas. En el afan hollywoodiense de que la audiencia puede identificar fácilmente buenos y malos, sólo los conspiradores primero y Octavio después cargan con todo el peso de la traición, ambición y maldad. Esta simplificada caricatura impide presentar bien la problemática del vacío de poder que supuso la muerte de César. Es difícil para el espectador entender todo el enfrentamiento posterior entre Octavio y Marco Antonio, y el papel de Cleopatra y sus apuestas y aspiraciones políticas.
Egipto se merecía renacer o morir, no la decadencia en la que estaba sumida. Cleopatra fue la última esperanza de renacer. Cleopatra murió, y Egipto con ella. Fue para siempre, pero fue una muerte legendaria para poner el broche de oro a 2500 años de una civilización que vivió fuera de su tiempo.
El mundo había cambiado y el centro del universo ya no era el Nilo. Todos los pueblos bañados por el Mediterráneo caerían bajo Roma. Pero Egipto no era un reino cualquiera. Roma estaba en manos de unos pocos hombres, pero Egipto lo estaba de una mujer...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
... no podía ser una guerra cualquiera entre ejércitos, tenía que ser algo único y diferente, una guerra de seducción y política, de erótica y poder.
Los egos eran muy fuertes. Si bien Egipto era una provincia vasalla, no hay que olvidar que Roma era aún república, menos esplendorosa y más maloliente de lo que muchos imaginan; la Roma que hoy visitan los turistas es la imperial. Por aquel entonces Egipto era una nación tallada en piedra desde antes que el hombre tuviese memoria.
Cleopatra descendía de la dinastía helénica instalada en Egipto tras la conquista de Alejandro Magno. Casi nada. Estos reyes se caracterizaban por hablar griego y no preocuparse en aprender el egipcio y honrar su religión. Cleopatra aprendió egipcio y reavivó las tradiciones.
Julio César, el hombre tras el cual Roma nunca volvió a ser la misma, nunca volvió a ser República. Su interés por Egipto fue un capricho del destino, un imperialista romano que decantó a su favor una de tantas guerras civiles ajenas mientras Roma aferraba sus tentáculos de dominación por todo el Mare Nostrum.
El emperador Augusto, el mismo que quiso llevar a Cleopatra encadenada ante los romanos, ella se lo impediría suicidándose, fue también quien sentó los cimientos del espectacular ascenso del Imperio Romano, ya dejada atrás la República. Bajo su mandato, 30 años después de la muerte de Cleopatra, nacería Jesús en la provincia romana de Judea.
Es decir, hablamos de un periodo de una riqueza histórica abrumadora, donde se decidiría el devenir de ese mar en medio de la tierra. Pero ante todo, trasciende un concepto personalista de la historia. No era la economía, ni los cambios demográficos, ni la alfabetización, ni siquiera la tecnología. Eran individuos excepcionales que, con sus virtudes y defectos, capacidades y carencias, movían el destino de los reinos e imperios. Napoleón con mucho menos ha dado para ríos de tinta por sus amoríos, infidelidades, herencias y bodas reales.
Roma entera se escandalizó cuando César invitó a Cleopatra a la ciudad. Él era el líder de los romanos, casado con una mujer romana de buena reputación. Y tuvo la osadía de levantar una estatua de oro de Cleopatra personificada como la diosa Isis en un templo romano. Si hasta los griegos habían sido considerados por los romanos como un pueblo atrasado y muchos veían en la influencia griega una peligrosa extranjerización de Roma, no es difícil imaginar lo que pensaban de que una reina egipcia pudiera acabar convirtiéndose en su diosa; todos creían que Cleopatra había manipulado y embrujado a César para creerse un dios y coronarse como tal; en Egipto el faraón era un dios en la tierra.
No creo que sea cierto que la película con el tiempo haya acabado llegando al olimpo de las obras maestras imprescindibles e indiscutibles. Pero es una buena película, grandiosa y espectacular para la vista, y la mejor sobre Cleopatra, que no es poco.
Los egos eran muy fuertes. Si bien Egipto era una provincia vasalla, no hay que olvidar que Roma era aún república, menos esplendorosa y más maloliente de lo que muchos imaginan; la Roma que hoy visitan los turistas es la imperial. Por aquel entonces Egipto era una nación tallada en piedra desde antes que el hombre tuviese memoria.
Cleopatra descendía de la dinastía helénica instalada en Egipto tras la conquista de Alejandro Magno. Casi nada. Estos reyes se caracterizaban por hablar griego y no preocuparse en aprender el egipcio y honrar su religión. Cleopatra aprendió egipcio y reavivó las tradiciones.
Julio César, el hombre tras el cual Roma nunca volvió a ser la misma, nunca volvió a ser República. Su interés por Egipto fue un capricho del destino, un imperialista romano que decantó a su favor una de tantas guerras civiles ajenas mientras Roma aferraba sus tentáculos de dominación por todo el Mare Nostrum.
El emperador Augusto, el mismo que quiso llevar a Cleopatra encadenada ante los romanos, ella se lo impediría suicidándose, fue también quien sentó los cimientos del espectacular ascenso del Imperio Romano, ya dejada atrás la República. Bajo su mandato, 30 años después de la muerte de Cleopatra, nacería Jesús en la provincia romana de Judea.
Es decir, hablamos de un periodo de una riqueza histórica abrumadora, donde se decidiría el devenir de ese mar en medio de la tierra. Pero ante todo, trasciende un concepto personalista de la historia. No era la economía, ni los cambios demográficos, ni la alfabetización, ni siquiera la tecnología. Eran individuos excepcionales que, con sus virtudes y defectos, capacidades y carencias, movían el destino de los reinos e imperios. Napoleón con mucho menos ha dado para ríos de tinta por sus amoríos, infidelidades, herencias y bodas reales.
Roma entera se escandalizó cuando César invitó a Cleopatra a la ciudad. Él era el líder de los romanos, casado con una mujer romana de buena reputación. Y tuvo la osadía de levantar una estatua de oro de Cleopatra personificada como la diosa Isis en un templo romano. Si hasta los griegos habían sido considerados por los romanos como un pueblo atrasado y muchos veían en la influencia griega una peligrosa extranjerización de Roma, no es difícil imaginar lo que pensaban de que una reina egipcia pudiera acabar convirtiéndose en su diosa; todos creían que Cleopatra había manipulado y embrujado a César para creerse un dios y coronarse como tal; en Egipto el faraón era un dios en la tierra.
No creo que sea cierto que la película con el tiempo haya acabado llegando al olimpo de las obras maestras imprescindibles e indiscutibles. Pero es una buena película, grandiosa y espectacular para la vista, y la mejor sobre Cleopatra, que no es poco.