A los niños les suelen aburrir los largometrajes de animación. A la media hora se están subiendo por los respaldos de las sillas, pidiendo pipí o conminando directamente a sus padres a irse a casa a ver episodios de Pocoyó. Los niños que había en la sala granadina en la que vi El lince perdido no separaron la vista de la pantalla ni un segundo.

Se trata de una película que abunda en la máxima de “contar historias universales que suceden el lugares concretos”. Más que en el obvio mensaje ecológico, al que temía un poco y no molesta en absoluto, la película incide en aspectos como la amistad, la búsqueda del amor, la autoestima, o la venganza.

El guión presenta una estructura básica y funciona bien. Quizás demasiado expositivo al principio, pero a medida que avanza va cogiendo ritmo. Alguna parte, como la de los lobos, se resuelve muy deprisa, y se hubiera agradecido una aparición más del conejo cabrón, pero hay gags para todos los públicos, desde el escatológico que tanto gusta a los niños, (pero sin abusar), hasta referencias a arte, series míticas de televisión o los propios Monty Python. Hay acción y humor, pero es una película más de sonrisas que de risas, que también se oyeron.

En el guión aparecen multitud de elementos que encuentran su reflejo y resolución durante la película, Sus personajes tienen empaque y personalidad propia, destacando Gus, el camaleón, un secundario que roba los planos donde aparece. Todos los personajes, (salvo la cabra, que parece feliz y realizada en su papel de madre del grupo), tienen su propio conflicto interno, que queda bien definido y resuelto durante la historia.

La dirección es muy sobria y efectiva, al servicio de la historia, no descuida ni confunde el ritmo narrativo y tampoco abusa de efectismos innecesarios. A la animación le sucede como al guión, que mejora conforme avanza la película, destacando las escenas de acción, los paisajes y una iluminación excepcional.

Mención especial merece la música. No se hacen bandas sonoras como ésta en España, emocionantes, llenas de ritmo y que se integran perfectamente en la película. Otro detalle significativo es el doblaje, para el que se ha contado con actores profesionales y no con famosos, salvo un par de cameos que la productora ha tenido el buen criterio de no destacar en el cartel de la película.

Pero de todo esto me quedo el niño que gritó ¡toma! cuando el malo recibió su merecido. Es la mejor crítica que puede recibir una película.