Giuseppe Vari fue uno de esos directores italianos que se apuntaban a un bombardeo con tal de obtener réditos. Empezó con infames melodramas en los 50, se apuntó a las de romanos a principios de los 60, rescatando a apagadas estrellas anglosajonas necesitadas de un capitalito (John Drew Barrymore, Anthony Steel, Cameron Mitchell), y en cuanto comenzó la fiebre del spaghetti western se subió al carro. Lástima que fuera un inútil.
Reza al muerto, mata al vivo da vergüenza ajena. Por lo visto, Vari creía que bastaba con reunir a un elenco actoral de cuarta división, poner al frente al pirado de Klaus Kinski, soltarles en el desierto con un guión minimalista, por decir algo, y asunto solucionado. La interpretación de Kinski es una tortura. Despliega toda su gama de miradas: torvas, huidizas, enloquecidas, salaces... Tal vez había ingerido alguna sustancia alucinógena y veía cosas que los simples mortales eran incapaces de distinguir, vete a saber. La música es un prodigio de falta de originalidad, y las canciones aburren enormemente. Creo que la vi con un ojo, mientras el otro paseaba por el salón en busca de algo más divertido, hasta que salió la anhelada palabra "Fine", la borré, la apunté, hice la ficha y aquí están mis conclusiones. Otro spaghetti al bote, y van...