Errol Flynn ha sido, y siempre será, uno de los héroes de mi infancia, pese a que vi sus películas muchos años después de haberse rodado, gracias a la tele, las reposiciones y la filmoteca. No habrá otro Robin Hood como él, ni Capitán Blood, ni general Custer muriendo con las botas puestas, nadie conducirá la carga de la Brigada Ligera hacia la muerte como este hombre, nadie combatirá contra los nazis al borde de la oscuridad con la elegancia y determinación de este australiano universal. No era un gran actor, pero no le hacía falta: su personalidad desbordante llenaba la pantalla, y te insuflaba tranquilidad porque sabías que los malos no iban a salirse con la suya. Por eso me sabe mal verle hacer el ridículo en esta nefasta co-producción con Italia, una especie de opereta bufa con malos de pacotilla, señoras descocadas que no se descocan nada y un argumento calcado de otras aventuras de Errol de cuando estaba más ágil y menos abotargado. Para colmo, la insufrible banda sonora de Alessandro Cicognini, digna de los espectáculos de Coros y Danzas que montaba Aquel Que Nunca Se Fue, acaba de rematar la jugada y amargar al espectador.