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España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Aventuras. Comedia. Fantástico. Drama. Animación El niño que se embarcó en innumerables aventuras en el bosque de los Cien Acres con su banda de animales de peluche, ha crecido y… ha perdido el rumbo. Ahora les toca a sus amigos de la infancia aventurarse en nuestro mundo y ayudar a Christopher Robin a recordar al niño cariñoso y juguetón que aún tiene dentro. (FILMAFFINITY)
14 de octubre de 2018
23 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es realmente sorprendente el corazón que tiene esta enésima adaptación de Winnie the Pooh.
Lejos de ser una actualización o una reinvención, el Bosque de los Cien Acres sigue como siempre.
Somos nosotros, siempre hemos sido nosotros, los que hemos cambiado.

'Christopher Robin' juega con una idea muy jugosa que ya se ha apuntado otras veces: todos los niños crecen, y dejan sus juguetes.
Los disfrutan, pasan con ellos mil aventuras, y los guardan en algún momento, como si fueran despedidos de su trabajo, con la "satisfacción" del deber cumplido.
Entre Christopher Robin y Winnie the Pooh no iba a ser diferente, aunque la animación nos creara la mentira de que su historia iba a durar para siempre.

Pero al aportar fisicidad, peso, pelo y tangibilidad a los animales/peluches... se palpa una irresistible nostalgia por una era a punto de terminar, y hasta las canciones más tiernas saben mejor así.
El último día en la mesa de almorzar del bosque transcurre tan divertido como siempre, solo que nadie se atreve a abordar el "heffalump" en la habitación, nadie se atreve a preguntar a Christopher por qué se va.
Para él continúa el mismo cuento, solo que Pooh, Tigger, Piglet, Rito y compañía ya no estarán para compartirlo, y a Disney corresponde toda la valentía por no dejar fuera las secuelas de la guerra, ese primer momento en que comprendemos que no somos eternos, el lento devenir cotidiano hasta encontrar un hueco profesional en el que encajar, y el peso de una responsabilidad nunca buscada ("ahora eres el hombre de la casa").

Es imposible no comprender por qué Christopher Robin ya no es el que fuera, pero también el que Pooh se haya quedado esperando en su casa de árbol cada vez más abandonada.
Con su modesta sabiduría, y su carácter simplón, el oso va haciéndose un camino de vuelta a su antiguo dueño, hacia ese Londres gris y corporativo, en el que los documentos en maletines se han disfrazado de cosas importantes.
Su choque mutuo es gracioso pero, una vez más, como todo en esta película, melancólicamente entrañable: un señor crecidito pasea un osito amante de la miel y los globitos, rechazando todos sus intentos de alegría ("no puedes ir saludando a todo el mundo" "¿por qué no?"), mientras le surge la duda de en qué momento dejó de disfrutar su vida.

Juntos acaban recalando en un Bosque de los Cien Acres engullido en las nieblas del tiempo, cercado por los aullidos de Heffalumps traicioneros, que ha perdido toda brillantez y se ha convertido en un casi pantano en el que Christopher suelta, de puro enfado, todas esas "adulteces" en las que no cree de verdad.
El valor simbólico es sorprendente, arriesgado y hermoso para una historia de animales que hablan: un adulto hundido en su antiguo patio de juegos, en las tinieblas del niño que alguna vez olvidó, mientras su mejor amigo peludo trata de mostrarle que lo que ha estado cargando gran parte de su vida no es sino tristeza mezclada con muda desesperación.
Es tan absurdamente valiente hablar así de la infancia perdida, tan increíblemente efectivo hacerlo desde Pooh y sus amigos, que podría haber acabado justo ahí, y sería el mediometraje más emotivo que he visto.

Pero, tras haber sufrido con ellos, nos merecemos divertirnos un poco, y por eso el resto es una entretenidísima aventura familiar, que despeja las lágrimas del niño que ya no somos, y demuestra cómo la graciosa impulsividad de Tigger o el irónico derrotismo de Igor siguen siendo un válido cristal a través del cual ver estos tiempos, o cualquier otros.
Como si Disney de repente se hubiera dado cuenta de que habla demasiado en serio, y tampoco quisiera olvidar que alguna vez arreglamos el mundo desde la imaginación o la ingenuidad.

No importa porque, para entonces, el motivo de este viaje nos ha llegado.
Hemos recordado que alguna vez disfrutábamos del hoy sin pensar en otro día. Que nos enfrentábamos a mil peligros, cuando ahora pasamos demasiado tiempo bajo acecho de Woozles encorbatados. Y que nunca es tarde para sentirse perdido, porque así darás oportunidad de encontrarte a esos amigos que siempre te han recordado.

Fuimos el héroe de nuestro cuento.
Podemos tener más arrugas, ser más grandes, pero nunca dejaremos de serlo.
Cuídate de no perder las ganas por seguir leyéndolo.
Charles
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