Con una historia mínima, que se explica de forma rápida a través de las relaciones entre un puñado de personajes, encontramos a Mikio Naruse en un momento de la historia de su país en el que avanzaba a toda velocidad hacia la guerra. Uno de los personajes principales es llamado a filas, aunque eso tiene poco que ver con la historia que nos cuenta Naruse, a saber qué será de él, a saber si dejará viuda a su mujer y no podrán reencontrarse nunca. En todo caso, Naruse dará buena cuenta en su cine del Japón de postguerra, pero lo que interesa aquí en "Sinceridad" es que dos familias con cierto pasado común cruzan sus caminos y son dos niñas las que mueven y remueven el contenido de la película.

Una película sencilla, dos niñas, tres adultos, una abuela que es quien más sinceridad rebosa y un juguete (una muñeca) que se entrega en forma de obsequio para compensar una supuesta deuda. No es un gran despliegue de la forma de ser de los japoneses, no es una muestra incisiva del sentido del deber, de su ética, pero en absoluto es una película que se deba considerar menor de su director. No es fácil saber qué hacer cuando te enfrentas a un problema de conducta que se resuelve ajustando la balanza del bien y del mal, de lo que es justo y lo que no: aceptar ese regalo no es correcto, pero tampoco lo era realizarlo.

Tal y como llegamos acabamos, es lo que hay, apenas setenta minutos en los que Naruse mueve la cámara como los ángeles y demuestra que el camino que tenía por delante era muy prometedor. Mikio Naruse, uno de los maestros japoneses que merecerían mayor reconocimiento.