Lo mejor: el aspecto de filmación doméstica de (muy) bajo presupuesto se emplea con el suficiente rigor como para admitirlo como asumible (la emotividad no abunda pero sí hace acto de presencia en relación a las dramáticas secuelas causadas por el anhelo gracias a un reparto que infunde naturalidad y sólo en contadas situaciones forzamiento en sus papeles), algo no extensible a la calidad de imagen, ínfima incluso en comparación con la que uno pudiera obtener con su teléfono móvil; la reconstrucción de los hechos mediante la combinación de eventos pasados y presentes para relatar una obsesión es muy creíble (siempre que se acepte que la realidad impuesta debe ceder terreno ante la ficción indocumentada), manteniéndose tres cuartas partes de la trama la tensión; el minuto de oro de la cinta a diez minutos de su conclusión, cuando una casa padece las consecuencias de la antigravedad (y otros fenómenos que no conviene desvelar) para sentenciar que “la búsqueda de la verdad continúa” (ojalá no se trate de la conjetura de una secuela porque, de ser así, debe considerarse toda una amenaza).

Lo peor: la apropiación exagerada e indebida de las bases prefijadas del exitoso subgénero de las grabaciones encontradas (dedicatorias, confesiones, declaraciones e hipótesis confluyen, amén de efectos atribuidos clásicamente a la exposición terrícola a energías alienígenas como mareos, náuseas, epistaxis, alopecias y desorientaciones) para convertir un episodio de la serie Crímenes sin resolver en un largometraje que, pese suponer un debut profesional, es propio de un trabajo de final de carrera académica de alguien cuyos costosos estudios todavía no se han traducido en consolidados conocimientos; la limitación de la siempre atractiva ufología (con petroglifos incluidos) a la formación de siete luces voladoras y la mención de cierta área gubernamental resulta exiguo sino insultante para el público mundano, por no llegar a pensar la catalogación a la que recurrirían los amantes de dicha ciencia; el reportaje (la obra no deja de ser uno falso) en su conjunto no aportar demasiados argumentos sustanciales y sí muchos generadores de supuesta empatía, logrando que el espectador los perciba como inservibles al tratarse de palabras vacías sin otro particular que especular sin razones racionales y que, al contrario de lo que debieran, no desconciertan ni mucho menos aterrorizan a nadie.

Daniel Espinosa
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