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España España · Palma (Mallorca)
Voto de Miquel:
8
Drama Luna de Avellaneda, un club de barrio que vivió en el pasado una época de esplendor, está atravesando una crisis que pone en peligro su existencia. Al parecer, la única salida posible es que se convierta en un Casino, pero esto se aparta de los ideales y de los fines para los que fue fundado en los años 40: un club social, deportivo y cultural. Los descendientes de los fundadores se debatirán entre la posibilidad de salvarse a cualquier ... [+]
13 de junio de 2005
32 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Juan José Campanella demuestra que posee las cualidades propias de un director de fuste y de gran calidad. La película presenta una historia hecha de cotidianeidad, sencillez, personajes humanos, situaciones normales, reacciones verosímiles, que componen en conjunto un excelente retazo de la vida misma. No hay grandilocuencias, ni exageraciones, ni espectacularidades, porque la vida está hecha de otros materiales: dudas, debilidades, ambiciones, desamores, amor, dignidad, contradicciones. El guión, del que Campanella es co-autor, entrelaza varias pequeñas historias de personas ligadas al Club Luna de Avellaneda (la de Román y Verónica, la de Cristina y Amadeo, etc.) con la historia central, que es la del propio club: sus dificultades de subsistencia, su esplendor perdido, su pasado brillante, su utilidad para el deporte de los jóvenes, para el ballet de las niñas y los niños, las funciones sociales con espectáculos de baile español, los bailes de sociedad, los ágapes de camaradería. La superposición de varias historias se hace con habilidad, con corrección y con resultados positivos para el desarrollo de la acción general, que resulta entretenida, interesante y que, poco a poco, se hace apasionante. La fotografía a la luz del día y a la luz de las farolas es brillante y de una belleza plástica sorprendente. La cámara aprovecha el recurso de los encuadres fijos para realzar el movimiento de los actores y para invitar al espectador a penetrar en su intimidad. En otras ocasiones, el movimiento de la cámara es breve y ajustado, o bien más dilatado, pero en todo caso suave, limpio y respetuoso. La cámara en ningún momento pretende formar parte de la acción, sólo desea reflejarla, y eso en los tiempos que corren merece un elogio. La interpretación de Ricardo Darín está a la altura de su calidad artística, al igual que la de Eduardo Blanco, un secundario de lujo que aporta a la película momentos destacados de humanidad, ternura y emoción. El duelo oratorio entre Román Maldonado (Ricardo Darín) y Alejandro constituye, tal vez, el punto culminante de la película. En su desarrollo se enfrenta el pragmatismo y el utilitarismo de Alejandro con el idealismo y el voluntarismo nostálgico de Román. La secuencia se presenta en términos de gran sinceridad y transparencia: las emociones se distribuyen entre las dos posturas y los votos también. Al fin, los derrotados por escaso margen pueden ser los que ganen, porque la vida continúa.
Miquel
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