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España España · malaga
Voto de alvaro:
6
Drama Duke y Boots (Corey Allen y Warren Oates), dos jóvenes delincuentes, atracan al dueño de una gasolinera. En el proceso, Duke se burla de Boots porque nunca ha tenido un encuentro sexual. Duke se ofrece a conseguirle a una mujer, y la elegida es una conductora llamada Ann Carlyle (Kate Manx), quien también es la esposa de un importante ejecutivo. Pero resulta que Ann tiene sus propios motivos para no ser encontrada por su marido. (FILMAFFINITY) [+]
26 de septiembre de 2022
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Infamada por inmoral, desaparecida, recuperada y restituida, Private Property es fuertemente deudora de su tiempo, de esa frontera (supongo que todas las décadas la tienen) que representa 1960; frontera psicológica, social, cultural y tan cinematográfica que para algunos supone el fiel que decanta el cine clásico del cine moderno. Ahí están Psicosis, Al final de la escapada, La aventura o La dolce vita postulando que las secuelas del cine de estudio, de star-system, de la fábrica de sueños se habían acabado y empezaba el cine verité.

Formalmente, Private Property se apunta a esta corriente, tanto en el formato (Leslie Stevens era un director básicamente televisivo) como en temática (las fisuras en el American dream) para lo cual Stevens crea y recrea el decorado de ese sueño en su propia casa, con su propia esposa (Kate Manx), con epicentro alegórico en esa piscina transformada en espacio simbólico de lo pasional, en el que van a converger las envidias, las frustraciones, los fingimientos y la violencia.

Estructuralmente es un película lineal que participa del estilo intergéneros hasta el punto de que el espectador es llevado por sucesivas temáticas. Con un arranque de trotamundos americanos de ecos que van de Steinbeck a la subcultura beatnik y que transmuta luego a matices inquietantes a lo Hitch-hiker (1953) para recalar en ese subgénero que podríamos llamar “del intruso amable” que bien podrían encarnar títulos que van desde Beware, my lovely (1952) hasta Fanny games (1997), pasando por El Sirviente (1963), asunto tan rico como fructífero en el cine del asedio.

Esta sucesión, muy dinámica, se remansa a la mitad del metraje en un conflicto con tintes de triangulo polanskiano, donde la ofuscación y el confinamiento de los personajes producen cierto estatismo y algo de sensación teatral. En este clima dramático se acusa una sobrerrepresentación de los actores por una excesiva caracterización de los personajes, en particular, algo patética en el caso de Corey Allen en su empeño (imposible) de emular a Brando y las virtudes del Método.

Chocante en su tiempo, la frecuentación de un argumento hoy desactualizado resta interés al conjunto de la obra que se deja ver como curiosidad de ese tiempo de cambio al que aludimos al principio. A propósito, en 2022 se ha rodado con el mismo título una versión infumable que desvirtúa por completo el sentido de la original.
Aprovechable.
alvaro
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