La verdad es que tengo que valorar esta película por su mensaje y por su crítica hacia la manera en que gobiernos de países considerados desarrollados, como es el caso de USA, se comportan con sus ciudadanos como salvajes vulnerando cualquier derecho humano que se precie. Muy cierto, como apuntan otras críticas aquí dejadas, que a la película le puede falta algo de garra y fuerza a la hora de denunciar hechos como la tortura a personas fuera de las reglas fijadas en la constitución, pero sólo por denunciar esos hechos la película merece la pena. Yo soy morena, mi aspecto físico es muy árabe, podría decirse, como buena andaluza que soy. ¿Tengo que tener miedo de ser confundida con una terrorista islámica si viajo alguna vez a USA? Puede un gobierno como el americano, sin más, hacerme desaparecer y torturarme hasta que yo diga lo que ellos quieren oír? Me da asco y un miedo horrible, sinceramente. Pues éso es precisamente lo que le ocurrió a un ciudadano alemán, Khalid El-Masri, quién por una letra diferente en su nombre fue confundido con un supuesto terrorista participante en los atentados del 11-S en USA, llevado a un rincón de Afganistán e interrogado, torturado y abusado sexualmente durante 5 meses y medio. La CIA tendría, finalmente que liberarlo reconociendo su error. Esos son los hechos en los que está basada esta correcta película. En cuanto a los actores, quizás uno de los trabajos más flojos de Jake Gyllenhaal, uno de los más intensos de Reese Witherspoon, con unos secundarios de lujos como Meryl Streep, Alan Arkin y Peter Saarsgard. Los más destacados del elenco, para mí, el neoyorquino Omar Metwally e Igal Naol, víctima y verdugo, respectivamente, de las torturas.