Una película que se le nota todo su sabor añejo. Muy comprimida, como si quisiera abarcar muchas cosas en poco tiempo. Lo bueno es que el dinamismo la hace más entretenida pero nada más que eso. Muchos problemas se le presentan al bueno de Randolph Scott como ingeniero de caminos en su labor de trazar una ruta, es una ruta complicada. Los gerifaltes canadienses saben que hay peligro independentista si la Columbia británica no tiene conexión con el resto del país, y es que la larga cordillera de las Rocosas la separa del mundo civilizado.

Allí está Tom Andrews (Randolph Scott) admirando el panorama montañoso para ver por donde ha de pasar el tren y hacer la ruta lo más fácil posible. Es un tío duro, no necesita de equipo topográfico, nada, ni siquiera tomar notas en un cuaderno. Y allí, perdido entre las montañas, todavía hay gente que le vigila. Increíble. Es lo que tienen estas películas tan añejas, que parecen hechas para niños que se pueden creer que en el mundo todos están juntos, que el mundo es una habitación donde todos conviven, se quieren, regañan y se pelean.

Pues sí. La película tiene de todo sin salirnos de casa, ni del mapa. El ingeniero lucha entre dos amores y también por el trabajo, hay mucho que hacer; e incluso lucha contra los indios. Lo mejor de la película es el título, te traslada a lugares increíblemente hermosos, desconocidos e inalcanzables. ¡Quién pudiera ser maquinista de un largo tren de esos poderosos, robustos, atravesando montañas, inmensos prados, ríos y lagos, sin dejar de contemplar paisajes tan increíbles! Y con el chucu chucu chucu de fondo. Me lo pido en la próxima vida. Pero de eso hay poco, la película va de que Tom Andrews tiene problemas... y enemigos que no quieren que pase el tren por allí, porque vendrá mucha gente, empezarán a cazar, a vender pieles y les empobrecerán. Parece de ahora, pero no, es una película algo antigua ya.