Un detective privado, apuesto y simpaticón, que vive cerca de la frontera mejicana, a principios de los años 50, recibe el encargo de vigilar de cerca a una guapa muchacha que ha plantado al novio después de hacerle una foto muy comprometedora (no es de sexo, es más comprometedora aún). El novio encima es un tío importante, un político y como político de los buenos, está forrado. De entrada, pues, te posicionas, porque además este novio no es nada romántico y queda muy lejos del mensaje de buen rollo que la película quiere transmitir.

La novia se dedica al mundo del espectáculo, de la magia en directo, junto con su socio. El detective que la vigila es un tipo sensibilizado con el bombardeo sufrido por los japoneses al final de la Guerra. Él sí se nos hace alguien cercano. Al parecer siempre lleva encima una taza de esas de té, de porcelana china, manchada por un lado con un pegote negro, pegote que se incrustó en el momento de la explosión atómica, y el detective se la llevó de recuerdo. Así que tenemos un detective con un gran corazón. Aunque lo de la taza es algo tonto, pero bueno.

La muchacha llega a Méjico porque su socio, antes de morir, le dijo que buscara a una hechicera que la enseñaría la auténtica magia y que la buscara cerca de cierto lago. El caso es que el detective localiza a la chica a la primera, se une a ella y juntos vivirán una aventura sencilla pero cargada de buenos sentimientos. Así que la película no puede desagradar aunque no sea en nada un peliculón.

Bonitas estampas, luminosas, de cielos claros, coches de los que todavía se ven en la Cuba de hoy día, verdes parajes, construcciones antiguas de estilo español, extraños personajes con intereses diversos y magia. La magia es inocentona, más que nada de fantasía, la acción es suave, sin sobresaltos, leve, y el final humorístico.

No me atrevo a recomendarla, a no ser por ver a la pareja protagonista. Bridget, y perdón por el comentario personal, siempre me ha enamorado.