Ante el marco opresivo de la guerra se desarrolla una historia de simulaciones en las que irá la vida en ello, la vida y la muerte, y también la atención del espectador. No hay documentales de combates ni escenarios de guerra pero el ambiente es el acertado y el paso de la guerra están conseguido de antemano. El juego de espías es de la máxima credibilidad, con razonamientos, mensajes y visitas muy al estilo intrigante, muy efectivas como era exigible en este género.

Jack Hawkins aporta una lección de saber hacer las cosas, una presencia de ordeno y mando que impone al mismo Hitler, y no deja ahí la misión, nos enseña cómo actúa un héroe subiendo la apuesta con cinismo ante los derrotistas y el Estado Mayor, arriesgando con sus acusaciones y ganando así puntos, es un profesional que ha basado su juego en superar en inteligencia a los sabuesos del servicio secreto nazi, y en los muchos años conviviendo con ellos siendo uno más.

Gia Scala contribuye al drama con un papel que hace crecer el interés más allá de los tema bélicos. Ya no es sólo la audacia de un hombre aislado en terreno enemigo moviéndose en el alambre, ahora es una pareja y unos encuentros con los que, creo, André de Toth nos empapa con esa ternura de amantes que presienten un futuro incierto. Al principio de la guerra todo son fiestas, ganas no quedan, pero el general tiene la cabeza sólo para sus misiones y no quiere líos. Los hechos se van agravando y siguen las citas tristes que hacen aumentar el amor y el peligro. El valor del film está en esta relación dentro de un marco tan agobiante y el efecto de los rostros maduros de ambos protagonistas juntándose que te muestran su aislamiento y sus temores y te hacen sentirlo. ¡Qué tiempos aquellos!

Una película indispensable en grado aceptable incluso para los no aficionados a los uniformes y al ¡Heil Hitler!