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España España · Madrid
Voto de Servadac:
8
Drama Un cineasta griego, exiliado en los Estados Unidos, regresa a su ciudad natal para emprender un apasionante viaje. De Albania a Macedonia, de Bucarest a Constanza (Rumanía), a través del Danubio hasta Belgrado y por fin a Sarajevo. En su camino se cruza con su propia historia, con el pasado de los Balcanes, con las mujeres que podría amar. Espera recobrar con estas imágenes olvidadas la inocencia de la primera mirada... (FILMAFFINITY)
30 de agosto de 2008
94 de 108 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mirada de Ulises es un viaje personal en el que “A”, director de cine, recorre el espinazo de la vieja Europa (los Balcanes) en busca de tres bobinas sin revelar que contienen la mirada inocente de los pioneros (en este caso, los hermanos Mannakis, primeros artífices del cine en Grecia).

Theo Angelopoulos, cuando compone sus películas, es pescador de perlas y maestro orfebre o relojero. Engarza, una a una, cada piedra gris e irregular en un collar que abraza la cultura de la vieja Europa, nuestra Europa. Primero fue el viaje, luego la duda y, finalmente, la nostalgia, nos dice un personaje. Una forma de arte total y milimétrica, grandiosa e intimista.

Abundan las citas y fragmentos literarios (‘In my end is my beginning’, ‘En mi final está mi principio’, de T. S. Eliot, es una de las frases con que empieza el recorrido), las coreografías y los bailes (Minnelli, Donen), la tristeza. “A” reconoce el rostro de Penélope en varias de las mujeres con las que se cruza. Pero es tarde.

Algunas de las perlas de la cinta, citadas al azar:

- La estatua de Lenin, desmembrada, el tránsito pausado por el río, pasando de ser un símbolo de fuerza a pieza muerta de museo.
- Los cuadros vivos: muchedumbres enfrentadas; refugiados en la nieve; retratos de familia.
- El responsable de la filmoteca de Sarajevo (el inmenso Erland Josephson) recitando, en alemán, bajo la mirada de Bogart desde el póster.
- El día de la niebla.

“A” no puede ser otro que el propio Angelopoulos.

Los idiomas se entrelazan, formando un mar de singular riqueza. Aunque el lenguaje pueda ser también una muralla, la de la incomprensión.

Es difícil sentir con más intensidad la piel envejecida y estragada de todo un continente. Percibimos el dolor de la piedra en cada ruina, en cada techo devastado.

Si las fronteras son las cicatrices impuestas por el hombre a la naturaleza, jamás se ha visto un territorio tan lleno de remiendos y suturas, tan herido.

Querida Penélope, aguardemos ahora, tú y yo, a que llegue nuestro turno, igual que dos violines en la mesa del forense.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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