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Voto de Servadac:
6
6,8
9.165
Drama
Cyril, un niño de once años, se escapa del hogar de acogida, donde su padre lo dejó después de prometerle que volvería a buscarlo. Lo que Cyril se propone es encontrarlo. Después de llamar en vano a la puerta del apartamento donde vivían, para eludir la persecución del personal del hospicio, se refugia en un gabinete médico y se echa en brazos de una joven sentada en la sala de espera. Así es como, por pura casualidad, conoce a ... [+]
1 de noviembre de 2011
66 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
Verano, cámara al hombro y a rodar.
===
La presentación es excelente.
Por un lado, un niño nervioso, arisco, con el ceño fruncido y la necesidad de un padre que lo quiera.
Por otro una mujer serena, hermosa y fuerte.
Un encuentro casual, desesperado. En el que, sin explicaciones, el uno ofrece al otro lo que el otro necesita. El contacto físico es crispado y tiene magia.
===
La cámara nerviosa que persigue al chico; trata de atraparlo en sus encuadres restringidos. Pero el niño escapa, una y otra vez. El encuadre es demasiado estrecho como para retenerlo. La idea, fondo y forma, es sobria y adecuada.
El sonido, medido en sus detalles. La música, un único fragmento del adagio del concierto ‘Emperador’, dosificado, creando pausas o momentos de gran intensidad. Todo a la manera de Robert Bresson –la referencia es obligada.
===
Es una cinta de dos personajes: Samantha y Cyril.
Jérémie Renier (el actor que interpreta al padre que no es padre) mantiene el tipo en un papel breve y difícil.
El resto, sobra.
La película comienza a naufragar cuando intervienen otros personajes: el novio-mueble de Samantha, el macarra pretendidamente carismático que carece por completo de carisma, el librero extraterrestre… por citar sólo a los más relevantes.
Si la cinta hubiera renunciado a todos ellos y se hubiese centrado en la relación entre Samantha y Cyril, tendríamos un muy buen mediometraje. La historia de dos almas que se encuentran y acompañan.
El final, en mi opinión, es un puro descalabro.
===
Dice Luc Dardenne: “Lo que sí queríamos reflejar con la mayor exactitud posible era ese sentimiento de apertura y de intercambio.”
En un travelling luminoso, a la orilla del río, Samantha y Cyril avanzan en sus bicicletas. El plano es muy abierto (hablo de memoria, pero no me extrañaría que fuera el plano de mayor duración y el encuadre más abierto de la cinta), desborda de aire y de felicidad. Se detienen, al mismo tiempo que la propia cámara. Cambian de bici. La cámara permanece detenida (ha pasado, sutilmente, de mirar hacia atrás a mirar hacia delante). Se alejan, de espaldas, con un puente al fondo –un puente que no llega a entrar en cuadro hasta que no se ha producido el cambio de las bicis.
Un puente que une dos orillas.
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La presentación es excelente.
Por un lado, un niño nervioso, arisco, con el ceño fruncido y la necesidad de un padre que lo quiera.
Por otro una mujer serena, hermosa y fuerte.
Un encuentro casual, desesperado. En el que, sin explicaciones, el uno ofrece al otro lo que el otro necesita. El contacto físico es crispado y tiene magia.
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La cámara nerviosa que persigue al chico; trata de atraparlo en sus encuadres restringidos. Pero el niño escapa, una y otra vez. El encuadre es demasiado estrecho como para retenerlo. La idea, fondo y forma, es sobria y adecuada.
El sonido, medido en sus detalles. La música, un único fragmento del adagio del concierto ‘Emperador’, dosificado, creando pausas o momentos de gran intensidad. Todo a la manera de Robert Bresson –la referencia es obligada.
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Es una cinta de dos personajes: Samantha y Cyril.
Jérémie Renier (el actor que interpreta al padre que no es padre) mantiene el tipo en un papel breve y difícil.
El resto, sobra.
La película comienza a naufragar cuando intervienen otros personajes: el novio-mueble de Samantha, el macarra pretendidamente carismático que carece por completo de carisma, el librero extraterrestre… por citar sólo a los más relevantes.
Si la cinta hubiera renunciado a todos ellos y se hubiese centrado en la relación entre Samantha y Cyril, tendríamos un muy buen mediometraje. La historia de dos almas que se encuentran y acompañan.
El final, en mi opinión, es un puro descalabro.
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Dice Luc Dardenne: “Lo que sí queríamos reflejar con la mayor exactitud posible era ese sentimiento de apertura y de intercambio.”
En un travelling luminoso, a la orilla del río, Samantha y Cyril avanzan en sus bicicletas. El plano es muy abierto (hablo de memoria, pero no me extrañaría que fuera el plano de mayor duración y el encuadre más abierto de la cinta), desborda de aire y de felicidad. Se detienen, al mismo tiempo que la propia cámara. Cambian de bici. La cámara permanece detenida (ha pasado, sutilmente, de mirar hacia atrás a mirar hacia delante). Se alejan, de espaldas, con un puente al fondo –un puente que no llega a entrar en cuadro hasta que no se ha producido el cambio de las bicis.
Un puente que une dos orillas.