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España España · Madrid
Voto de Servadac:
7
Drama Nader (Peyman Moaadi) y Simin (Leila Hatami) son un matrimonio iraní con una hija. Simin quiere abandonar Irán en busca de una vida mejor, pero Nader desea quedarse para cuidar a su padre, que tiene Alzheimer. Ella le pide el divorcio y se muda a vivir con sus padres. Nader no tiene más remedio que contratar a una mujer que cuide a su padre. Una negligencia de la asistenta provoca un conflicto de grandes dimensiones. (FILMAFFINITY)
26 de octubre de 2011
234 de 263 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cine social, comprometido, lúcido y sutil. Irán, la teocracia. Sin tragedias enfáticas ni grandes peripecias en la imagen y el sonido. Actores al servicio de un guión que, pese al tiralíneas, no incurre en el cartón de lo prefabricado.

La imagen al servicio del guión. Y no al revés. Un guión que sabe a pieza de teatro, con giros bien dosificados y un firme pulso narrativo, aunque la historia tarde un poco en enganchar.

Alguna leve disonancia: el planteamiento de Simin respecto al padre de Nader no acaba de encajar en alguien como ella –es posible que el director haya querido colocar ahí una carga de profundidad: salir de Irán aun a despecho de la obligación moral o ética.

La secuencia previa al plano final se alarga en exceso. No estira la tensión, la desbarata, por lo que tiene de juego malabar. No empasta con el tono sobrio de la cinta.

Diálogos medidos, personajes de trazo maestro, con motivaciones bien delimitadas y precisas. Comprensibles, convincentes, nada maniqueos –el director quiere mostrarse equidistante, pero la figura de Nader es demasiado positiva y la empatía que genera es inmediata.

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Y, ahora, la chicha. El personaje principal, para mí, es doble: Nader y Simin. O, mejor, es un personaje abstracto: la separación. Una separación matrimonial que remite a la separación entre el corazón y la cabeza del propio Asghar Farhadi. La cabeza es Simin y el corazón es Nader. El corazón quiere quedarse. La cabeza cree que el futuro se halla fuera del país. En esa disyuntiva se mueve la película. El corazón se obceca; la cabeza ha de hacer de tripas corazón –estoy simplificando, el esquema es sencillo pero su desarrollo no carece de matices.

La hija de ambos, Termeh, es intersección y símbolo. Encarna el porvenir: la historia desemboca, de forma algo efectista, en cuál será su decisión: papá o mamá; Irán o no. Ahí se ve la mano de Farhadi, moviendo los hilos entre bambalinas.

Personalmente, prefiero que la imagen y el sonido escapen del guión y traten de alcanzar un cine puro, sin ataduras ni corsés: el desmelene Lynch o Hitchcock de la imagen; la profundidad Bresson en el sonido; la sinfonía visual de Kubrick o Tarkovsky, el mundo, luz y sombra, de Carl Dreyer… El universo mínimo y total de Yasuhiro Ozu. En fin, el cine Kurosawa.

La propuesta de Farhadi es cine funcional, casi perfecto. Supeditado al hilo o trama argumental. La exposición es clara. Con los matices necesarios para no caer en la naturaleza muerta.

Es cine vivo en sus detalles: el cruce de miradas entre las hijas de las dos parejas litigantes; el peso de la culpa o la mentira en una sociedad en que el Islam lo impregna todo (estremecen las dudas religiosas de Razieh). La vida bulle en patios y pasillos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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