El realizador John Cassavetes, icono del cine independiente estadounidense de los años 70, sin duda influyó a toda una generación de cineastas y también, por lo que hemos podido evidenciar estos últimos años, sembró en su prole el deseo de hacer películas: su hijo Nick cuenta con algunos títulos conocidos mientras su hija Zoe debuta con “Broken English”, una propuesta que, modestamente concebida y con un marcado carácter personal, narra la historia de Nora Wilder (Parker Posey); mujer urbana, neurótica y con pésima suerte en el amor; quien luego de algunas experiencias sorprendentes de auto-descubrimiento conoce a un hombre francés (Melvil Poupaud) amante de la libertad y enfrenta el hecho de que la felicidad llega solo para quienes se abren a la posibilidad de ser felices.

Si bien usted puede imaginar cientos de clichés a-la-Sex and the City, la cinta de la Srta. Cassavetes está muy por encima de ese tipo de material debido a tres razones principales: una historia demasiado real en lo que respecta a la descripción del personaje central pero al mismo tiempo mágica en cuanto a la manera de interpretar a la vida como una enorme consecución de eventos inesperados; una dirección que refleja la pasión, valentía, originalidad y estilo de una realizadora madura – ¡en su debut! – capaz de plantear sus ideas con imaginación para satisfacer sus pretensiones artísticas y a la vez de manera accesible para llegar a la audiencia y establecer ese contacto emocional que uno anhela; y, finalmente - por supuesto – la magnífica interpretación de Parker Posey, quien no solo es convincente sino que es devastadoramente conmovedora, transmitiendo bellamente la vulnerabilidad de su personaje y develando la humanidad de una mujer totalmente perdida que uno sabe que merece mucho más de lo que la vida le da pero que debe vencer sus miedos para abrazar las oportunidades que deja pasar en el camino.

Dicho esto, sería un poco tonto – por ser obvio – decir que me encantó “Broken English” pero es verdad… me encantó “Broken English” y para mí es la clase de pequeño milagro que me permite conservar la fe en la nueva generación de cineastas que, tal como Zoe Cassavetes, trabajan calladamente y se concentran en mantener la integridad artística para continuar proyectando su sensibilidad, sus intereses y sus ideas a través de la pantalla.