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Voto de Especialista Mike:
7
6,5
46.826
Drama
Recreación de la matanza perpetrada por dos adolescentes en el instituto Columbine. Es un día cualquiera de otoño, y todos los estudiantes hacen su vida rutinaria: Eli, camino de clase, convence a una pareja de rockeros para hacerles unas fotos. Nate termina su entrenamiento de fútbol y queda con su novia Carrie para comer. John deja las llaves del coche de su padre en la conserjería del instituto para que las recoja su hermano. Pero ... [+]
21 de agosto de 2010
68 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
Atención: “Elephant” no “narra” nada, si por narración se entiende una cierta unidad de sentido entre sucesivos hechos y acciones. No hay en “Elephant” un protagonista con objetivos a revelar ni antagonistas. Tranquilos: quien no haya visto la película no debe temer una desorientación digna de vanguardia: sabrá de lo que va y eso es la matanza de Columbine.
Desde la preproducción, Van Sant habrá planteado seguramente su película como puro testimonio de hechos que no atienden a un fin narrativo. Un testimonio no es necesariamente una narración: se puede ser testigo de X disparando a Y (un hecho) y no saber ni imaginar los motivos, los antecedentes ni las consecuencias “veinte años después”. “Elephant” es un testimonio en este sentido. De ahí la elección de estilo documental: frío, distante, objetivo.
Los personajes no tienen nombre, más que el de sus verdaderos intérpretes (como en “Last Days”, íd., 2005). Hay que destacar que las víctimas son anónimas y ello equivale a decir que son cualquiera: su identidad, su relación real con sus asesinos no existe. La condición de víctima es absolutamente arbitraria, condicionada por los encuentros fortuitos en los pasillos.
Los trávelling ilustran perfectamente esa arbitrariedad. La cámara se dedica a seguir a estos personajes. Se detiene o pasa por encima de ellos sin ninguna razón “narrativa”. Es la coincidencia la que determina su vida o su muerte. El montaje coordina cronométricamente las secuencias con admirable rigurosidad, engrasando una ruleta rusa cargada con seis balas.
Los trávelling muestran también otro detalle que suele pasar desapercibido: el recorrido por los pasillos se muestra con la cámara siguiendo a cada personaje. Es una emulación de los modernos videojuegos en cámara subjetiva, como el que juega uno de los asesinos (ver spoiler 1). Esta puesta en escena transforma el escenario en un campo de juego virtual, en el que los encuentros son casuales o mortales y en el que los asesinos se sienten jugadores.
De los asesinos se revela poco más. Más importante que su homosexualidad e inadaptación, es la escena en la que están en casa viendo televisión (ver spoiler 2). No se nos dice nada de sus motivos para asesinar. Y no es porque Van Sant se obstine en hacernos testigos (más bien es una espartana coherencia) y evadir la narración. Es más terrible que eso: los motivos no son necesarios para matar (ver spoiler 3). Cito la observación de Pablo Kurt: “Elephant” presenta el mal al mismo nivel de la cotidianidad, como si fuera lo mismo que ir a comer, encontrarse con alguien y tocar el piano.
Matar sin razón hace del acto de matar algo gratuito, absurdo y banal. Y eso es lo más terrible y meritorio de “Elephant”: presentarnos, como un testimonio, la “banalidad del mal” (en spoiler 4 explico el origen de la expresión).
Desde la preproducción, Van Sant habrá planteado seguramente su película como puro testimonio de hechos que no atienden a un fin narrativo. Un testimonio no es necesariamente una narración: se puede ser testigo de X disparando a Y (un hecho) y no saber ni imaginar los motivos, los antecedentes ni las consecuencias “veinte años después”. “Elephant” es un testimonio en este sentido. De ahí la elección de estilo documental: frío, distante, objetivo.
Los personajes no tienen nombre, más que el de sus verdaderos intérpretes (como en “Last Days”, íd., 2005). Hay que destacar que las víctimas son anónimas y ello equivale a decir que son cualquiera: su identidad, su relación real con sus asesinos no existe. La condición de víctima es absolutamente arbitraria, condicionada por los encuentros fortuitos en los pasillos.
Los trávelling ilustran perfectamente esa arbitrariedad. La cámara se dedica a seguir a estos personajes. Se detiene o pasa por encima de ellos sin ninguna razón “narrativa”. Es la coincidencia la que determina su vida o su muerte. El montaje coordina cronométricamente las secuencias con admirable rigurosidad, engrasando una ruleta rusa cargada con seis balas.
Los trávelling muestran también otro detalle que suele pasar desapercibido: el recorrido por los pasillos se muestra con la cámara siguiendo a cada personaje. Es una emulación de los modernos videojuegos en cámara subjetiva, como el que juega uno de los asesinos (ver spoiler 1). Esta puesta en escena transforma el escenario en un campo de juego virtual, en el que los encuentros son casuales o mortales y en el que los asesinos se sienten jugadores.
De los asesinos se revela poco más. Más importante que su homosexualidad e inadaptación, es la escena en la que están en casa viendo televisión (ver spoiler 2). No se nos dice nada de sus motivos para asesinar. Y no es porque Van Sant se obstine en hacernos testigos (más bien es una espartana coherencia) y evadir la narración. Es más terrible que eso: los motivos no son necesarios para matar (ver spoiler 3). Cito la observación de Pablo Kurt: “Elephant” presenta el mal al mismo nivel de la cotidianidad, como si fuera lo mismo que ir a comer, encontrarse con alguien y tocar el piano.
Matar sin razón hace del acto de matar algo gratuito, absurdo y banal. Y eso es lo más terrible y meritorio de “Elephant”: presentarnos, como un testimonio, la “banalidad del mal” (en spoiler 4 explico el origen de la expresión).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
1. Preciso: como el que juega uno de los asesinos momentos antes de perpetrar la matanza. Obsérvese que el escenario del videojuego consiste en un espacio abstracto en el que se mueven distintos personajes sin rostro a los que dispara el jugador. Esta correspondencia entre el videojuego y la puesta en escena revela tres cosas: (A) El instituto como un campo de tiro abstracto (los asesinos llevan preparado un plano), (B) Las víctimas reales no tienen una significación personal para los asesinos así como las víctimas virtuales no tienen rostro en el videojuego, y (C) La total ausencia de razones para matar en el juego como en la realidad.
2. Lo que ven en la televisión son unas imágenes sobre los nazis. No es que los asesinos sean neonazis ni nada por el estilo. De hecho, uno de ellos no parece identificarlos (“¿son alemanes, verdad?”). Más bien, Van Sant establece una correspondencia: el holocausto judío y la matanza del instituto que tendrá lugar más adelante.
Pienso que Van Sant ve en las dos masacres el mismo vacío de sentido, la ausencia de una explicación que ilumine la barbarie.
3. ¿Cuándo los asesinos matan con motivos en la película? En una escena, uno de los asesinos mata a su compañero imprevisiblemente. Esta escena refuerza la idea de ausencia de razones para matar. Van Sant logra recrear en el espectador la misma reacción que la sorpresa de Columbine en el público norteamericano.
Y cuando los asesinos matan a los demás, un movimiento de cámara pasa del plano subjetivo (del videojuego) a un primer plano revelando su frialdad más absoluta.
4. La expresión “la banalidad del mal” se debe a Hannah Arendt (una filósofa alemana del s. XX) en su libro “Eichmann en Jerusalén” (1963). Eichmann fue un funcionario nazi que organizó y llevó a cabo el exterminio judío bajo las órdenes directas de Hitler. (Por esto tiendo a relacionar las imágenes nazis en el televisor con el vacío de sentido de la masacre de Columbine). Arendt realiza un estudio sobre la personalidad de Eichmann: una persona psíquicamente normal, que no era antisemita y que ingresó en el Partido nazi por arribismo. Eichmann justificó sus crímenes simplemente porque seguía órdenes de un estamento superior. Para Arendt, “la banalidad del mal” se manifiesta cuando se transfiere la propia responsabilidad de un crimen a la autoridad de una cadena burocrática, suprimiendo así el examen moral de las propias acciones.
Arendt también le da otro sentido: banal es trivial, cotidiano (como cruzarse con otro y saludarle). El mal descrito en la película cae en esta esfera de la cotidianidad, convirtiéndose además en algo que no necesita razones para justificarse.
2. Lo que ven en la televisión son unas imágenes sobre los nazis. No es que los asesinos sean neonazis ni nada por el estilo. De hecho, uno de ellos no parece identificarlos (“¿son alemanes, verdad?”). Más bien, Van Sant establece una correspondencia: el holocausto judío y la matanza del instituto que tendrá lugar más adelante.
Pienso que Van Sant ve en las dos masacres el mismo vacío de sentido, la ausencia de una explicación que ilumine la barbarie.
3. ¿Cuándo los asesinos matan con motivos en la película? En una escena, uno de los asesinos mata a su compañero imprevisiblemente. Esta escena refuerza la idea de ausencia de razones para matar. Van Sant logra recrear en el espectador la misma reacción que la sorpresa de Columbine en el público norteamericano.
Y cuando los asesinos matan a los demás, un movimiento de cámara pasa del plano subjetivo (del videojuego) a un primer plano revelando su frialdad más absoluta.
4. La expresión “la banalidad del mal” se debe a Hannah Arendt (una filósofa alemana del s. XX) en su libro “Eichmann en Jerusalén” (1963). Eichmann fue un funcionario nazi que organizó y llevó a cabo el exterminio judío bajo las órdenes directas de Hitler. (Por esto tiendo a relacionar las imágenes nazis en el televisor con el vacío de sentido de la masacre de Columbine). Arendt realiza un estudio sobre la personalidad de Eichmann: una persona psíquicamente normal, que no era antisemita y que ingresó en el Partido nazi por arribismo. Eichmann justificó sus crímenes simplemente porque seguía órdenes de un estamento superior. Para Arendt, “la banalidad del mal” se manifiesta cuando se transfiere la propia responsabilidad de un crimen a la autoridad de una cadena burocrática, suprimiendo así el examen moral de las propias acciones.
Arendt también le da otro sentido: banal es trivial, cotidiano (como cruzarse con otro y saludarle). El mal descrito en la película cae en esta esfera de la cotidianidad, convirtiéndose además en algo que no necesita razones para justificarse.