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España España · madrid
Críticas de elías
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
7
3 de octubre de 2015
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la Argelia colonial, un solitario maestro de escuela se ve obligado a encargarse de un campesino acusado de un sangriento homicidio. Durante el trayecto hacia la ciudad en la que el reo será juzgado, los dos sujetos se tendrán que situar, entre condiciones de lo más adversas, ante ciertos dilemas personales con los que ninguno había contado. La narración es sobria. Para la concepción de su segundo largometraje como director, el francés David Oelhoffen prefiere que el corazón de su cuento tome más presencia que el aspecto que pueda lucir la fachada en última instancia. Debido a la buena disposición de su autor y al manejo adecuado de las herramientas, esta contenida adaptación de un relato breve de Albert Camus toma finalmente la forma de un prudente y tranquilo triunfo.

Dos sigilosos perdedores se desplazan con cuidado dentro de las escenas de “Lejos de los hombres”. A lo largo de un escenario que parece infinito, cruzan las palabras justas a la hora de sortear las dificultades de su triste aventura. El aislamiento que comparten se vuelve desolador al verse ubicados en un entorno tan duro. Sin la necesidad de dar demasiados rodeos, los sugerentes paisajes nos conducen, durante varios fragmentos pero de un modo honesto, al aroma inconfundible que desprendían muchas películas de indios y vaqueros de las de factura clásica. Pese a que a parte de la audiencia le vaya a invadir un recuerdo que parecerá a día de hoy conectado a un pasado enterrado, aquí se recurre a una aproximación al género a la que no estamos tan acostumbrados. Sus ideas quedan siempre a buen recaudo y el asunto permanece muy apartado de los kilos de dinamita que han esparcido recientemente ciertos westerns contemporáneos más evidentes como, por ejemplo, puedan ser “Django desencadenado” o el romántico “Slow West”. Este trabajo parece mucho más interesado en mostrar su esencia humanista que en innovar o llamar la atención mediante maniobras vistosas. Con una fuerza mayor que la de cualquier otro de los conceptos que el film pretende transmitir, la bondad de la figura del protagonista se impone con maneras solemnes. Para llegar hasta el objetivo señalado, entrará en juego un Viggo Mortensen francamente esmerado que avanzará todo el tiempo con la naturalidad al otro lado de su punto de mira.

Quizá, de cara a las conclusiones finales, la película se balancee demasiado hacia los gustos de los cinéfilos más conservadores. Puede que sea ahí donde se disperse parte de su atractivo como creación artística, pero esta pequeña y tradicional apuesta también es la que hace que la obra se distinga por su personalidad especial. Y, en cualquier caso, la nobleza que subyace en las intenciones del autor consigue que salga a flote lo importante. Al fin y al cabo, es la propia austeridad que nos ha arropado en los momentos más complicados, y desde el principio de la historia, la que logrará que en el desenlace los mejores sentimientos se mezan con autenticidad.
elías
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6
11 de septiembre de 2015
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un rayo ilumina el cuerpo de una mujer. Envuelto en las mejores intenciones, Julio Medem proyecta una obra vital y sentida que, en una primera impresión, puede presentarse un tanto desigual. No obstante, “ma ma” se esfuerza en sobreponerse y consigue superar con la mejor de sus caras los obstáculos que encuentra por el camino. Fundamentalmente, gracias a la brillante entrega de su actriz principal. La labor de Penélope Cruz, dentro de la que es su vertiente más afable y agradecida, acaba por convertirse en un fuerte pilar sobre el que se sujeta el valor de la cinta. La bondad de su personaje se asoma con una sonrisa en el fondo de los espectadores y es inevitable contagiarse de su calidez y de su espontánea sabiduría. Ella transforma el conjunto en una película que respira y se expande en el recuerdo.

Lo triste es que el sol no resplandezca todo el tiempo. Durante los primeros minutos del largometraje, los intérpretes se muestran un tanto descarriados. Algunos de los curiosos recursos visuales del director terminan por repetirse más de lo debido y, sobre todo, chirría el problema del rubor generado ante los desconcertantes momentos musicales con los que tiene que lidiar el polifacético Asier Etxeandia. Eso sí, conforme la película avanza, nace en el relato un anticiclón sembrado de optimismo que se lleva por delante varias de estas nubes pasajeras que flotan sobre las cabezas de sus desdichados personajes.



El material con el que se construye la película es delicado. A la hora de hablar en el cine sobre la enfermedad, conviene andar con cautela y no caer en un tono excesivamente melodramático. Es peligroso dejarse llevar por un tratamiento manido de estos asuntos. Ahí probablemente radique el verdadero éxito de “ma ma”, pues el hallazgo de su mensaje alentador puede ser muy útil para los que vayan a recibirla con buenos ojos. Tampoco saldrán descolocados tras su visionado quienes en más de una ocasión hayan sentido cercana la poesía que rodea a las imágenes de Medem y a todo su universo sensorial. Resulta inevitable detectar aspectos sueltos que conservan el sugerente recuerdo de momentos de la cosecha de su cine en otras décadas. Es posible chocarse, dentro de las escenas más oníricas de esta historia, con distintas reminiscencias a sus propias películas y hasta se divisan espejismos en el guión que directamente nos devuelven a determinados parajes de “Los amantes del círculo polar” o de “Lucía y el sexo”. Un texto que se enriquece al dejarse empapar por la luminosa filosofía de un personaje protagónico que, de hecho, llega a ser quien finalmente escoge el sentido que toma toda la película de cara a su misterioso destino.

En lo referido a la realización, como es habitual en los trabajos del donostiarra, también se mantienen los rasgos de su sello personal. Hay instantes en los que, con el fin de enfatizar la intimidad innata de la historia, Medem se arriesga para conmover al espectador mediante los frecuentes manierismos que suelen poblar el lenguaje de sus trabajos. Aunque, en este caso, es de justicia admitir que en ocasiones se agradece el atrevimiento. Precisamente, es durante algunos de esos fragmentos donde la película, como mero artefacto fílmico, se vuelve más interesante. En los puntos en los que la narración se desarrolla desde su apariencia menos convencional, los aciertos adquieren un valor añadido y esto resultará reconfortante para aquellos que decidan sentarse en su butaca con la esperanza de reencontrarse con el peculiar artista que firma la obra.
elías
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8
20 de enero de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Saúl se ha convertido en un portador de secretos. Desde el feroz contexto de la realidad en Auschwitz, esta condición supone ser uno de los judíos forzados a desempeñar en silencio varias de las labores más macabras que se realizan en torno a la trampa de las cámaras de gas. Contra todo pronóstico, un tenue destello se cruzará en su camino al descubrir entre las montañas de cadáveres a un muchacho con el que el destino quizá aún pueda ser generoso.

Dar con un buen reclamo a partir del planteamiento de “El hijo de Saúl” en realidad no es tan enrevesado como en un principio pueda parecer. A pesar de que la película aterrice en un escenario tan manoseado por miles de producciones como el del exterminio judío en los campos de concentración nazis, funciona de un modo sugerente y desconcertante la perspectiva que el director Lászlo Nemes elige a la hora de capturar la historia que envuelve a su singular protagonista. La crudeza de su autoría permite que esta rara avis salve la distancia conveniente respecto a los aliños característicos del melodrama y a la indulgencia sentimental en la que podría haber caído el guión. Es fácil reconocer el vínculo de su autor con el trabajo de Béla Tarr. Una influencia apreciable en la austeridad de las formas y en la rara belleza los segmentos más evocadores.

La pesadilla en la que el espectador se ve sumergido es de una confusión inmensa, sofocante hasta cotas extremas. No existen márgenes para el descanso y por momentos parece que su infernal agonía jamás vaya a extinguirse. El realismo acentuado, el cierre hermético de los planos y el curioso juego con la profundidad de campo logran que uno permanezca todo el tiempo tan pegado a la epidermis de los personajes que casi se puede rumiar el gusto de tanto pavor contenido. En ciertos instantes, surge la terrible duda sobre si realmente es necesario descifrar qué es aquello que permanece borroso o si es mejor que lo temido se quede fuera de la zona nítida. El aliento se hiela al intuir el más injustificable de los horrores a tan pocos metros y con este grado de desnudez. Frente a la sutil y estremecedora presencia de Saúl durante la mayor parte del metraje, crece en el interior de la narración una sensación laberíntica. Una impresión alimentada por las galerías subterráneas que cavan aquellos que traman en voz baja. Brillante, por cierto, la turbada interpretación de Géza Rörig. Siempre a favor de obra, un actor húngaro con un físico inusual y propietario de una misteriosa templanza. Aguanta armado de tesón, a lo largo de esta asombrosa cinta, el secreto descorazonador que el personaje principal oculta.
elías
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8
2 de febrero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No son bonitas las expectativas en el hospital en cuanto al corazón de la anciana Ada. Las tristes noticias para su familia sacudirán con una fuerza especial a su hija Margherita. Sin ninguna alternativa a la que poder agarrarse ante el desgaste de la madre, las consecuencias de una pérdida inmediata de tal envergadura van a hacer que todo su microcosmos se vea completamente del revés. Su percepción, finalmente, terminará por alterarse hasta el punto de transformar la realidad en una peculiar amalgama de sueños.

Haber adoptado un punto de vista prudente y cercano al realismo para descubrir ciertas heridas en la psique es sin duda el mayor acierto de la última película de Nanni Moretti. Una fórmula astuta y elegante que funciona como una potente paradoja. Para encarnar esta idea, el creador de “Mia madre” se vale de un truco eficaz: retratar a una directora de cine preocupada en plasmar la actualidad de los conflictos sociales que golpean a la clase obrera italiana. Una mujer que, por otro lado, se encuentra absolutamente perdida, desarmada a la hora de exponer el discurso que hay tras su trabajo durante una rueda de prensa. Justamente, es ahí donde nace su aguda reflexión sobre los roles que, como si fuéramos torpes actores que no consiguen encajar del todo dentro de un largometraje, todos tenemos que desempeñar para salir a flote.

Tal vez, después de todo, la única manera de dar con la esencia de los problemas sea a través de la mera observación. A pesar de que en el inicio todo apunte a que vayamos a encontrarnos con un producto mucho más convencional, esta cinta consigue sorprender pronto al evitar planteamientos excesivamente lineales. Acaba por convertirse en un puzzle compuesto por algunas piezas oníricas que hablan por sí solas. Sin ampararse en aspavientos, es inevitable emocionarse con el recorrido de esta cineasta ausente de sí misma. Margherita deambula con sigilo por la ciudad de Roma a paso de fantasma. Y a ciegas, en busca del control de su vida. Con la esperanza menguante de cruzarse consigo detrás de alguna esquina y resguardarse así de los varapalos cercanos. Moretti no parece tener la intención de dejar ninguna firma llamativa dentro de la obra. Seguramente, tampoco le interesa ser demasiado obvio con aquello que quiere contar. Se limita a seguir el sendero serpenteante que marca su protagonista y permanece pegado a su sombra mientras da vueltas con cuidado. Lejos de lo que podría haber hecho un director en busca de un estilo más enrarecido, aquí se trata más bien de dibujar con franqueza cómo es la distorsión que aturde al personaje principal. Con pocos adornos, centrarse en cómo este desajuste afecta al conjunto de su entorno. En este sentido, supone todo un éxito la inclusión de determinados trazos cómicos, por lo general de la mano del personaje de John Turturro. Constantemente fuera de lugar, personifica a la perfección la otra cara del mismo sentimiento de frustración que persigue el film. Completa el autor de este modo su personalísimo collage para poder regalarnos, en última instancia, una linda composición sobre el espacio en blanco que siempre precede al dolor.
elías
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7
16 de octubre de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Truman Capote dijo que lo más jugoso de la escritura no suele hallarse en el asunto que un texto toca, que era mucho mejor pararse en los ritmos que marcan las palabras. En su primera película, John Maclean parece haber logrado trasladar esta misma idea a las imágenes. No en vano, su historial viene ligado a la música.“Slow West” narra la hermosa y salvaje aventura de Jay, un valiente adolescente escocés que, con el fin de reencontrarse con su novia, se lanza a atravesar los paisajes más amenazadores de la América del siglo XIX. A partir de ahí, una serie de vistosos personajes se sucederá entre sobresaltos y lúcidas dosis de violencia.

Disfrazado de western, este cuento romántico se despliega en torno a dos temas eternos que acaban por ir de la mano: la muerte y el amor como sumideros que todo lo absorben. Sin embargo, su ejecución resultará muy familiar para el consumidor del cine de autor actual. El director prefiere apostar por un estilo juguetón, afín a la juventud que esté al tanto del séptimo arte. A pesar de los guiños a películas tan inolvidables como “La noche del cazador”, sus referencias no beben tanto de los clásicos y el producto se ve cubierto de un innegable halo de modernidad. Las atmósferas enrarecidas de varias escenas llevan a singulares títulos del cine contemporáneo como “There will be blood” o “The Master” y el preciosismo en la composición de algunos planos mira en ocasiones hacia la coquetería de Wes Anderson. Ahora bien, el combinado se agita con más gracia de lo que a priori pueda parecer. A la hora de la verdad, tienen potencia los ingredientes que se remueven en el vaso. Su sabor, finalmente, resulta de lo más gratificante.

De entre las virtudes de “Slow West”, hay que señalar el ingenio con el que los personajes están escritos. Los retratos ofrecidos buscan escapar de lo obvio con los trazos justos. Desde el guión, se juega a provocar reacciones ambiguas a través de las espinosas circunstancias en la que todos los implicados se encuentran atrapados. Otro de los aspectos más atractivos de la cinta viene del lado de las interpretaciones. Kodi Smit-McPhee da vida al vulnerable protagonista del relato. Sin titubear, su extraño rostro concuerda a la perfección con el antihéroe enamorado que recorre la obra a trompicones. La emoción que despierta su mirada, según el film avanza, hace que no cueste empatizar con el desamparo del personaje. Por la parte de los secundarios, sobresale el descaro de un enigmático Michael Fassbender que se mete en las botas del rudo cazarrecompensas que acompaña a Jay en su viaje. Consigue estar a la altura del compromiso que recae sobre sus hombros al ser su nombre el principal reclamo comercial de la propuesta. Quizá todos los actores desempeñen sus papeles con tino, pero son ellos dos los que verdaderamente despuntan dentro de esta carrera hacia el oeste.

Al final, cuando las luces del cine emborronan los créditos de la pantalla y pese a que tal vez el todo termine por antojarse más efímero de lo esperado, uno siente que ha estado frente a una creación provista de un magnetismo indudable. Se sale de la sala satisfecho, aunque con el deseo de que para sus siguientes entregas Maclean sepa valerse de un imaginario más personal. Sin fijarse de reojo en lo que han hecho los demás, pero con esta misma pasión.
elías
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