La segunda temporada terminó en alto, muy alto, con un espectacular cliffhanger que apuntaba a un nuevo encrespamiento de la historia con la inclusión de los universos paralelos. Por el camino nos habíamos deleitado con un relato en continua expansión en el que sus distintas tramas se entreveraban e imbricaban y daban lugar, por una parte, a una nueva interpretación de los acontecimientos de la entrega anterior y, por otra, a un universo determinista en el que todo parecía estar conectado.
El reto de la tercera temporada era concluir; concluir con coherencia, sin dejar cabos sueltos y dando respuesta a los numerosos interrogantes y paradojas planteadas, que, con toda seguridad, irían en aumento con la incorporación del nuevo mundo alternativo. La tarea se nos antojaba titánica. Todavía sobrevolaba en nuestra memoria el infausto desenlace de la serie Perdidos, aunque la maestría con que se había resuelto la entrega anterior nos permitía albergar esperanzas. El resultado, sin ser insatisfactorio, deja un agridulce sabor de boca.
Sí, la serie acierta a resolver la mayoría de las cuestiones planteadas en las temporadas anteriores. Pero, en este afán, el relato se fragmenta en un sinfín de ramas sin ninguna fuerza dramática que sólo están ahí para engarzar coherentemente lo sucedido en off −los hechos correspondientes al futuro apocalíptico y al origen de Sic Mundus− con lo narrado hasta el momento. Peor suerte corren las nuevas paradojas y situaciones abordadas en los capítulos en curso, las relativas al nuevo universo alternativo. Sin tiempo material para su desarrollo, sólo se muestran las referentes al presente (2019) y se eluden casi por completo las de los otros lapsos temporales. Se nos señala que este nuevo mundo, aunque con diferencias, es muy parecido en lo fundamental al conocido y se nos escamotea una exposición clara de sus acontecimientos. Así las tramas de este universo alternativo sólo se insertan en el relato a través de su paralelismo con el nuestro y quedan, en su mayor parte, apenas esbozadas.
De este modo, la historia deviene en un relato cada vez más complejo y mecánico en el que el peso de sus protagonistas se diluye a medida que su número crece y su trama se embrolla. Este enmarañamiento y la proliferación de personajes hacen que el espectador empiece a perder el interés por el destino de los mismos (pese a su contención y laconismo, los puntales emocionales del relato) y que sólo permanezca en su butaca a la espera del final, de un final que desenrede la madeja. (CONTINUA EN SPOILER)
Con todo, si dejamos de lado estas cuestiones del guión, la tercera temporada de Dark mantiene en todos sus apartados técnicos los estándares de excelencia de las entregas anteriores. La realización, montaje, dirección artística, sonido, banda sonora y hasta la interpretación de sus actores son sobresalientes. Así, al final, pese a las deficiencias apuntadas, esta tercera temporada se redime gracias a su excepcional calidad artística y a su clausura con un desenlace pleno de lirismo que recupera la emoción y el afecto por los personajes, que se habían desvanecido por los vericuetos del relato.

Drama juvenil situado en los años 50, cuyo referente confeso es Rebelde sin causa (1955) y no la comedia romántica adolescente. Su protagonista, Gene, bebe del icono del joven rebelde necesitado de afecto e incomprendido por su estricto progenitor, que acuñaría James Dean en la citada película. También pertenece a este universo retro, aunque no al mencionado film, la figura de Kenny, el prepotente hijo del potentado local, pretendiente de la chica por la que puja el héroe. Estos arquetipos serán los únicos asideros de una narración que prescinde casi por completo de la caracterización psicológica de sus personajes.
Pese al protagonismo de Gene, en principio el peso del relato lo lleva Jonathan, un muchacho apocado y gris que, en el arranque del film, es aleccionado por su nuevo y subversivo vecino en el arte de la seducción. El título y el engañoso cartel publicitario del film, una instantánea del muchacho y la guapa Marilyn sorprendidos mientras retozan en su auto, apuntan a este aprendizaje como leitmotiv del film: los divertidos escarceos amorosos de un inexperto jovencito azuzado por su licencioso amigo. Nada más lejos de la realidad pues la cinta hace gala de una total falta de sentido de humor; Gene es realmente el motor de la historia y la camaradería de los jóvenes es el verdadero tema de la película y no sus lances amorosos.
La treta del título y el cartel promocional, que no tienen nada que ver con el contenido real de la cinta, ya nos ponen sobre aviso; se trata de comercializar un producto anodino en el que no hay puestas demasiadas esperanzas. En este sentido el film, pese a que no comete ningún error estrepitoso más propio de la serie b y de la penuria de medios, no funciona en ninguno de sus apartados técnicos. La realización y el montaje son muy mediocres y el torpe guión narra el deambular de los distintos personajes sin molestarse en definir a ninguno de ellos −especialmente erráticas son las motivaciones y actitudes de las protagonistas femeninos. Del elenco sólo se salva Kelly Preston, que con sus picaros mohines es la única capaz de aportar algo de frescura al insulso conjunto (una actuación que palidece comparándola con la de su siguiente película, Admiradora secreta, en la que con el mismo registro, compone un personaje consistente y lleno de matices).
Sí, son constatables los esfuerzos del guión en la caracterización de los protagonistas masculinos, pero sus escasas dotes interpretativas y la inexistente dirección de actores dan al traste con cualquier intento de componer unos personajes mínimamente carismáticos, así como de dotar de alguna intensidad a su relación de amistad. Con estos mimbres la película naufraga en su diseño de la figura del héroe desarraigado y romántico que había de protagonizarla y queda al albur de los insustanciales vaivenes amorosos de la pareja de amigos. Un film fallido y olvidable del que solo es posible rescatar su acertada selección de música de los 50.

Estupenda comedia romántica protagonizada por adolescentes de carne y hueso, muy alejada de los arquetipos y lugares comunes del género. El film brilla en su perfecta descripción de las relaciones y psicología de su trío protagonista con unos intérpretes en estado de gracia. Diane es una guapa y brillante estudiante de secundaria con una beca en el extranjero que cae rendida ante la galantería y la sinceridad de un pretendiente sin ambiciones ni futuro. Una protagonista todo candor y dulzura, a años luz del arquetipo de la chica popular, que Ione Skye nos entrega con una interpretación muy matizada y expresiva, llena de emoción. Lloyd es un muchacho sencillo, honesto y desnortado que no sabe qué hacer con su vida salvo “estar con Diane lo más que pueda antes de que se vaya”. Un personaje sin aristas ni doblez, que John Cusack encarna con naturalidad con un registro pausado, en el que sus silencios y mímica tienen tanto peso como sus palabras. Jim es el padre amantísimo de Diane, cercano y afable, pero que, cuando los intereses sentimentales de su hija chocan con sus planes, se desvela como un consumado manipulador. Un personaje de difícil composición en su ambigüedad, que John Mahoney resuelve magistralmente mediante una precisa y a la vez versátil gestualidad que da vida a este hipócrita redomado que, pese a todo, quiere a su hija. Una muestra de ello lo encontramos en 00 36´ 30´´ a 48´´ cuando, ante las payasadas eufóricas de Lloyd, podemos observar la vertiginosa transmutación del gesto afectuoso de Jim en cuanto se marcha su hija. El resto del elenco cumple con solvencia y del mismo sólo puede objetarse el desaprovechamiento del personaje de Joan Cusack en un papel episódico, cuyo desarrollo habría permitido profundizar en el bagaje emocional de Lloyd y su distanciamiento paterno.

El film cuenta con una realización estimable, funcional en lo relativo a sus aspectos técnicos, pero magnífica en su dirección de actores. En este sentido destaca su atención al detalle que dota a los personajes y situaciones de una genuina naturalidad. Un ejemplo de esto podemos observarlo en 00 47´ 44´´, cuando tras presentar la cinta de video que programan esa tarde en la residencia de ancianos, Lloyd se coloca al lado de Diane y esta hace un amago de cogerle por la cintura que concluye con un gesto nervioso cruzando su manos por detrás. Un ademán fugaz, perdido en el plano general, que plasma sutil e inmejorablemente el embelesamiento de la muchacha y las dudas en que se debate. Por otra parte, no nos hallamos ante una realización funcional y plana, habitual en este tipo de cintas, pues las soluciones escogidas aunque no sean las óptimas siempre son eficaces e incluso en ocasiones nos sorprenden con algún destello autoral, como los planos de vocación documental que trufan la escena de graduación.

El otro punto fuerte del film es su guion. Un libreto con unos diálogos ajustados que destaca por su narración ágil y una descripción realista de personajes y situaciones que dinamita cualquier arquetipo e insufla vida a los lugares comunes del género. Así el evento de la graduación deviene en un acto cotidiano en el que al presentador se le cae el micrófono, se llama la atención sobre la miríada de tomavistas con que los padres se afanan en filmar el acto, se muestra a los graduados desmadejados abanicándose con sus títulos y se insertan unos expresivos primeros planos de estudiantes, auténticos retratos fotográficos, que reflejan el desasosiego e inquietud ante el futuro que Diane menciona en su discurso. Lo mismo sucede en la fiesta de graduación de Vahlere donde alternan y bailotean muchachos corrientes, una celebración muy alejada de los excesos y glamour característicos de los guateques del género. Con todo el guion, que opta por la ligereza, adolece de una mayor profundidad en la descripción de las situaciones ajenas a la historia de amor, con lo que el fresco social que podría haber dibujado queda apenas esbozado. La escena del vagabundeo nocturno de Lloyd tras su ruptura con Diane y la descripción del microcosmos de sus iguales masculinos constituyen una buena muestra de los derroteros por los que podría haber discurrido una narración menos amable y más apegada a la realidad, a la que desafortunadamente sólo se recurre en los momentos más oscuros de la cinta. (Continúa y finaliza en Spoiler)

Secuela de Captive Wild Woman. Se estructura al modo del cine negro con un largo flashback en el que se narran los acontecimientos que han dado lugar al asesinato de una mujer internada en un sanatorio mental a manos del doctor que lo regentaba.
El primer cuarto del film remonta metraje y algún descarte de la primera película con material rodado ad hoc para justificar la presencia del doctor en los luctuosos acontecimientos con que finalizó el film anterior. El resultado es un redundante pastiche en el que con la excusa del juicio oral abierto al médico y los testimonios de los protagonistas de la película anterior, se resume, y en algún caso se reinterpretan, las peripecias de dicho film.
Así la cinta consume el primer tercio del metraje en el engarce del final de la película original con los terroríficos acontecimientos que dan comienzo a esta. El film sustituye al mad doctor de la película original por un afable galeno y a la pareja del film anterior, el domador circense y su prometida, por la hija del médico y su novio. A partir de aquí la película se limita a repetir el leitmotiv terrorífico de la primera parte; el deseo amoroso de la antropoide transmutada en enigmática joven desata los celos y los instintos homicidas del animal que no ceja ante nada con tal de conseguir sus eróticos propósitos. De este modo, se obvian los números con fieras de la primera parte, las maquinaciones del mad doctor de turno y el errático deambular de la misteriosa muchacha se erige en el centro único del relato.
La cinta es previsible en su desarrollo y con algún agujero en su trama; la simia que tanto interés ha despertado en el doctor desaparece de repente sin que nadie se preocupe por ella, la gorila recupera su forma humana por arte de birlibirloque. Con todo, está bien fotografiada y logra recrear en ocasiones una atmósfera inquietante. Además, aunque los personajes responden a los arquetipos tópicos del género, las interpretaciones de sus actores no están acartonadas y encarnan con solvencia y cierta naturalidad sus papeles. Si bien es cierto que estos magros méritos no logran en ningún momento redimir tan convencional producto, sí que nos aportan algún aliciente que hace más digerible y hasta entretenido su visionado.

Para empezar quisiera disculparme con Absenta a quien le encantó la película. "Para gustos colores". He visto casi una centena de pelis de terror de los años 30-40 incluidas algunas del subgénero "Terror cómico" de esa época y alucine con una mezcla de terror y comedia que a mi me parecieron una serie inconexa de momentos de Slapstick. La peli está correctamente dirigida, Karloff no tiene el carisma habitual y el que salva la función es Lorre (Magnífico Lorre). Pero no es suficiente, cuando termine de visionar el film tuve la sensación de haber visto el peor guion de la historia del cine. A lo mejor, pasado un tiempo, la vuelvo a ver para ver si cambio de opinión.