Una vez más, Ken Russell nos ofrece una película floja de bajo presupuesto, con una historia simplona que es desarrollada de manera lineal y sin sobresaltos, que en ningún momento consigue atrapar al espectador. Constantemente utiliza la técnica de intercalar en la historia una suerte de escenas oníricas que pretenden representar un trasfondo metafórico como complemento explicativo del guión, pero que resulta obvio e innecesario; en esos complementos, a modo de videoclips ochenteros, aparece siempre (en casi todas sus películas) una fuerte iconografía, en este caso anticatólica, pero la puesta en escena de estos fragmentos se parece a un collage de colegio de monjas, compuestos por objetos de atrezzo y personajes disfrazados de manera hortera flotando sobre fondos coloridos y una música pobre. Russell da la sensación de insinuar sólo las cosas, por no tener medios para ir más allá.
Los actores parecen de 3º orden (incluido un joven Hugh Grant, seguramente haciendo caja por aquellos tiempos para costearse sus escarceos nocturnos por Hyde Park).
Prescindible, y llena de ingenuidad, lo que al menos la dota de un cierto encanto.

Interesante emulación de "Thelma y Louise", con dos protagonistas que parecen salidas directamente de la banlieu parisiense, y a las que las experiencias vitales han llevado a una completa renuncia a toda esperanza, convirtiéndolas en dos seres terminales, inhumanos, dos zombies que se echan a la carretera para celebrar una última orgía de locura antes del inevitable final. Una muestra cruda de personajes que nacen sin ninguna oportunidad, una historia rodada sin tapujos y sin complejos con dos actrices que vienen del mundo porno (no en vano algunas escenas de sexo no son para nada simuladas), lo que convierte a esta película en una rara avis del cine social que, sin llegar al genéro pornográfico, sí sufrió la censura como si lo fuera, lo que impidió una gran distribución de la misma. Con todo, una película que consigue retratar exactamente aquello que se propone, con una factura técnica correcta, y un enorme carisma y magnetismo de sus protagonistas, seguramente por haber sufrido en la vida real alguna experiencia similar. Recomendable, siempre que sea para espíritus curtidos en el cine alternativo.

Huyendo de todo tipo de estereotipo, y evitando mostrar una África que sólo llame a la caridad, un pequeño poblado senegalés nos muestra con todo realismo y crudeza la cotidianidad de sus habitantes, con sus pequeños (o no tan pequeños) dramas, y sus humildes aspiraciones, que no difieren en el fondo de las de cualquier mortal. Una coalición de mujeres combate una serie de normas no escritas injustas, pero amparadas en el al sacrosanto calificativo de "la tradición". Ante este telón de acero, y, como siempre ha ocurrido en la historia de la evolución humana, es desde los pequeños logros (como conseguir una radio para amenizar las tardes y hacerse partícipe de lo que acontece en el mundo) como se llega a los grandes cambios sociales. Es desde esta humildad expositiva como el director consigue una historia creible y humana, tomando el tema de la ablación no para realizar una gran película-documental de denuncia, sino como ejemplo muy representativo de la tensa coexistencia entre tradición y modernidad, fuente de las angustias de los personajes.

Sí, desafortunadamente China es aún, en gran parte de su geografía rural, un país donde se mantienen infraestructuras sociales muy ligadas a la tradición y siguen existiendo secuestros de mujeres, matrimonios arreglados con mediación económica, y los hijos son vistos como una mano de obra necesaria para cultivar las tierras familiares, y en ese esquema las niñas son muchas veces despreciadas o consideradas una desgracia familiar. Los esfuerzos de las autoridades por cambiar todo esto son enormes, pero llegar a todos los rincones del gigante asiático es una tarea ardua y la civilización, que ya ha llegado hace mucho a todas las ciudades con una mínima relevancia, se impone a cámara lenta en los poblados. La película es una crítica valiente a esta especie de feudalismo en pleno siglo XXI, sin llegar a la estigmatización de de la cultura china y su identificación con algo "bárbaro" o "feudal", pues en la historia hay personajes que demuestran sentimientos de lo más variados (egoísmo, solidaridad, amor, embrutecimiento, etc...), por tanto puede ser vista, simplemente, como una historia sobre los caracteres extremos que puede adoptar el comportamiento humano bajo condiciones de vida dificultosas. La protagonista sufre un proceso acelerado de humillación y autocompasión hasta recaer en un estado de total abandono, si bien, a medida que recibe (en pequeñas dosis) el apoyo y comprensión de algunos personajes, retoma una posición beligerante e intenta por todos los medios escapar al cautiverio. El final no censurado (es decir, el que no se puede ver en China) es bastante desesperanzador, si bien no queda cerrado a la manera Hollywoodiense y permite que la imaginación trabaje, adivinando el destino de la protagonista, por otra parte de una belleza destacable si no fuera por el look "alegre campesina de la revolución cultural", con pelo corto, y ropa suelta que no deja adivinar ninguna de sus muy bien puestas curvas.

Rodada de una manera sobria y convincente, sin grandes pretensiones pero de gran impacto visual por lo acertado de la fotografia, retratando una Varsovia casi postapocalíptica, estática, se podría decir que una naturaleza muerta, en sintonía con unos personajes conocedores, desde el principio de la película, de su fatal destino. A modo de tragedia griega, cada personaje afronta la muerte de una manera diversa; aparecen así la figura del heroe que quiere morir luchando, el artista que no ha nacido para combatir y se refugia en la nostalgia hasta decaer en la locura, la figura del oficial que se obsesiona con salvar a todos sus hombres olvidándose de su propia supervivencia, etc. La ausencia de una banda sonora refuerza la sensación de que el director no ha querido recurrir al melodrama sino retratar de manera fria y consistente el drama humano.