En España, lo más cercano que hemos tenido a una estrella del glamour de Elizabeth Taylor o Audrey Hepburn ha sido, sin duda, Sarita Montiel. Es por ello por lo que cuando esta aparece ante las cámaras su encanto resulta fascinante, aunque sea la peor película jamás rodada en la historia. "La violetera" es una de las películas más bonitas de Sara Montiel, rodada con una gran factura y un equipo técnico increíble para el país y la época de su rodaje. Muy buena.

Thriller ibérico en el que una Agata Lys desquiciada comete todo tipo de tropelías con los pobres e inocentes (y degenerados, que todo hay que decirlo) clientes de su hotel (¿o casa rural? ¿o tal vez picadero?). Hay guiños al cine de Hitchcock, así como al de Aldrich. Guiños tan débiles que apenas son perceptibles, ya que cuando la cosa se pone seria e interesante de repente aparece Isabel Pisano y, zasca, uno vuelve a la triste realidad de lo que era, y es, el cine español.

Vale, no estamos ante la película del siglo pero uno puede desconectar un rato del mundanal ruido viéndola, si es con amigos mejor, disfrutando de la cutrez de sus escenarios (¿por qué todas las películas de los setenta en España tenían ese mal gusto a la hora de decorar las escenas?), su guión absurdo y, por qué no decirlo, ese trabajo actoral que, siendo lo mejor de la película, resulta en ocasiones bastante ridículo. Cabe destacar a la gran Josele Román.

Una película al más puro estilo "Halloween" de John Carpenter pero aderezada con un toque de terror patrio, de ese que más que horror produce risas (que digo risas... ¡carcajadas!). Michael Myers es en esta película un quinqui que se ha escapado de un manicomio saltando la valla y les hace la vida imposible a unos chicos, salidos a más no poder, que han decidido pasar un fin de semana en una casa de la sierra de Madrid. Más cañí, imposible.

No estamos ante una mala película, a pesar de la puntuación general y de la que yo mismo le doy. Tiene su encanto en ciertos momentos, todo hay que decirlo. Pero, a decir verdad, ciertos clichés propios de la época convierten a esta película en un engendro tan manido que su encanto va desapareciendo hasta esfumarse del todo. A pesar de todo, no tengo la sensación de haber perdido el tiempo mientras la veía, algo que sí me ocurre con otro tipo de películas similares.