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Jamaica Jamaica · Islas Caimán
Críticas de Clínex rotos
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
6
23 de noviembre de 2020
154 de 185 usuarios han encontrado esta crítica útil
David Fincher (a mi juicio el mejor realizador norteamericano de su generación) vuelve a estrenar película tras una ausencia de seis años, y eso ya de por sí es una excelente noticia. Lo que ya no me queda tan claro es si "Mank" es la película que, al menos yo, esperaba para este ansiado regreso del director de "El club de la lucha". No cabe ninguna duda de que se trata de un proyecto muy personal (el guion es del padre de Fincher, fallecido hace casi veinte años), en el que cada plano y cada secuencia están cuidados al detalle. De hecho, ya que ha salido el tema, iré a los que para mí son los puntos fuertes de la película: su fotografía y sus decorados. "Mank" se ambienta en la década de 1930 y, en efecto, parece una película de esos años. De manera que, en lo que a la parte técnica se refiere, no existe ningún pero que reprocharle a la cinta.

¿Los actores? Bueno, bien. Pese a lo que he leído por ahí, no hay interpretaciones de relumbrón, pero tampoco ninguna que chirríe. Todos están sobrios y correctos en sus composiciones, que, imagino, es lo que esperaba Fincher de ellos, puesto que, como es bien sabido, se trata de un director que no deja nada al azar. A título personal, me agradaron las representaciones de Arliss Howard, Ferdinand Kingsley y Toby Leonard Moore como Louis B. Meyer, Irving G. Thalberg y David O. Selznick respectivamente; no solo por el meritorio parecido físico con el modelo, sino porque imitan muy bien los gestos de estos tres insignes productores de Hollywood. ¿Gary Oldman? Extremadamente preciso. Si no saca más de sí es porque no había nada más que sacar.

Y aquí es a donde quería llegar yo. Como señalé más arriba, en "Mank" la atmósfera del Hollywood de la Gran Depresión está muy lograda, pero al margen de eso yo quería que me contaran una historia. Y este es el aspecto débil de la película: su guion. En "Mank" se narran las seis semanas de 1940 en las que el guionista Herman J. Mankiewicz, ya físicamente deteriorado a causa de su alcoholismo, se dedica a escribir el guion original de "Ciudadano Kane". Sobre esta base, se van incluyendo continuos flashbacks que evocan diferentes momentos de los diez años anteriores en los que Mankiewicz fue uno de los guionistas destacados del Hollywood de la Gran Depresión y que permiten entender el por qué de su apatía de ese mundo del que ya se encuentra en retirada. De manera que sí, "Mank" es una película construida a base de flashbacks. La diferencia respecto a, por ejemplo, "Cautivos del mal" (título narrativamente similar a "Mank"), es que en la película de Minnelli cada flashback resolvía una pequeña historia, mientras que en "Mank" los flashbacks no van a ninguna parte, son rápidas pinceladas que no pretenden tanto relatar como que te lleves una impresión casi documental de aquel mundo, un mundo que hasta hace no mucho percibíamos lejano y decadente y que este durísimo año pandémico que ha puesto el amargo broche a una década de crisis económica ha permitido que nos acerquemos y empaticemos con él.

He citado "Cautivos del mal". La otra película con la que "Mank" mantiene una indudable vinculación es "El último magnate", de Elia Kazan, centrada en la figura del malogrado Irving G. Thalberg (de hecho, la película de Fincher podría haberse titulado perfectamente "El último guionista"). También he querido ver ecos de "Barton Fink", pero bueno, quizás eso ya ha sido querer ver más de la cuenta.

El que se encuentre interesado en el contexto en el que transcurre "Mank" (el Hollywood de los años treinta), sin duda disfrutará y apreciará las virtudes de la película; los que esperen algo más aparte de la panorámica general que muestra la exquisita cámara de Fincher, quedarán ligeramente decepcionados, si bien el conjunto se halla tan bien rodado que logra amortiguar la sensación de chasco, de haber presenciado un producto más vacío de lo esperado. Dicho esto, tampoco puedo dejar de señalar que el cine de Fincher suele dejarme frío en su primer visionado y que no logro captar sus intenciones hasta después de haber visto la película varias veces (con según qué poesía me sucede igual).

Bueno, pues un 6. Un 6 que, sospecho, variará cuando vea la película por segunda vez, algún día, aunque no sé si esa variación será para mejor o para peor.
Clínex rotos
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8
11 de octubre de 2023
10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por razones que no vienen al caso, hace años (más de ocho) decidí retirar de Filmaffinity mis críticas/reseñas -y eran un buen puñado, créanme-; desde entonces he publicado unas pocas, cada una por un motivo diferente: como es perceptible, ahora me encuentro aquí, escribiendo de nuevo, para (¡quién lo hubiera dicho!) defender "Cerrar los ojos", la última película de Víctor Erice.

Aunque la vi el mismo día del estreno, he decidido esperar unos días para ir observando las reacciones que la peli generaba, cumpliéndose lo que me temía y que ya adelantó hace meses el crítico-presentador Alejandro G. Calvo en uno de sus vídeos de YouTube: que a la gente de España parece que le jode que Víctor Erice haya estrenado un largometraje después de treinta años de silencio en ese formato (el comentario de Calvo, por cierto, se refería a los rumores, abrumadoramente negativos, que envolvían al proyecto mientras estaba gestándose).

Por lo que he leído y escuchado, la impresión que me llevo es que Víctor Erice es un señor al que se le tiene bastante tirria en este país, quizá por considerarse "un artista elevado" que hace "arte en imágenes", así como por sus contundentes y nada piadosas críticas hacia el cine comercial, pese al tono suave, casi de monje zen, con el que las expone. Es cierto que los fanáticos de Erice (entre los que no me incluyo) suelen ser, en su mayor parte, unos esnobs estirados que llegan a irritar con su elitista (y subjetiva) distinción de lo que es el arte en mayúsculas del producto cultural para las masas, y es posible que el propio Erice entre en ese mismo saco, pero me parece un error que la antipatía que nos produzca la persona empañe una obra que habla por sí sola. Y ojo, soy consciente de que puede gustar o no, pero lo cierto es que no pocos de los comentarios negativos que se han vertido sobre esta película me resultan pasmosamente infantiloides. Sobre todo, considero fuera de lugar las críticas que le echan en cara a la película lo que no es y que no sea lo que el opinador esperaba de ella, los dos puntos fuertes sobre los que se sustenta el comentario negativo de hoy en día, a los que hay que añadir, en este caso -y paradójicamente-, lo que sí que es. Paso a ilustrar lo que digo: "Es que no es una película feminista" (en efecto, no lo es, como tampoco se trata de una comedia o un musical); "Es que no es igual que "El sur" (en efecto, no es igual, se trata de una película distinta); "Es que parece la película de un señor mayor" (en efecto, es lo que es); "Es que se parece mucho a las películas de Víctor Erice" (admito que esta ha sido mi favorita: echarle en cara a una película de Víctor Erice que se parezca a una película de Víctor Erice: sencillamente magnífico).

Mi impresión, vista la película, es que Víctor Erice es un incuestionable teórico de lo audiovisual (se esté de acuerdo o no con sus planteamientos), pero que como director-autor tampoco tenía grandes cosas que contar; sin embargo, “Cerrar los ojos” es una película (casi con toda seguridad testamentaria) que necesitaba rodar, sobre todo a raíz de su proyecto truncado de la adaptación de la poética novela de Juan Marsé “El embrujo de Shanghai”. “Cerrar los ojos” es una película que habla sobre el cine, sí, pero sobre todo del cine de Erice; bajo el formato de la ficción (una ficción más literaria que cinematográfica y muy deudora de las novelas de Paul Auster), el director donostiarra filma unas memorias encubiertas donde realiza un ajuste de cuentas consigo mismo. Respecto a este punto, pienso que la película es francamente honesta y que no se esconde lo más mínimo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Clínex rotos
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5
3 de enero de 2022
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vi esta película el pasado 30 de noviembre, y fue entonces cuando debí escribir la presente crítica; ignoro las causas por las que no lo hice: tal vez fuese el miedo, tal vez la pereza, tal vez el desinterés, tal vez la falta de inspiración, tal vez un poco de todo junto, quién sabe. El caso es que dejé anotado en un papel las cuatro ocurrencias que quería volcar aquí, y pronto ese papel se convirtió en una presencia maldita que me perseguía y me recordaba mi irresponsabilidad al no haber escrito esta crítica cuando tocaba. Las horas, los días y las semanas fueron pasando y ahora sucede que ya no es el momento de hablar de "Last night in Soho", sino de "Spiderman: no way home" y de "Matrix 4". Pero en fin, tampoco me he caracterizado por ir acorde con los tiempos, así que qué diablos, vamos a quitarnos este compromiso de encima, aunque sea para presumir de haber hecho las cosas, o sea, de actuar con responsabilidad (aunque no sea exactamente así, porque en estos momentos debería estar estudiando para un examen, de manera que la supuesta responsabilidad se ha convertido en una procrastinación en toda regla).

Como dije al principio, vi esta película el pasado 30 de noviembre. Fue un martes. En la sesión de las diez de la noche. No tenía más opción: era el último pase en versión original (con subtítulos en castellano, claro), y yo ya no puedo ver películas dobladas, mi paladar las repudia. Así que ese día salí de clase a las ocho y bajé en guagua hasta los multicines cargado con la mochila, los apuntes y el portátil como si fuera un veinteañero, cuando la realidad es que ya rondo los cuarenta, pero en fin, esa es otra y lamentable historia. Así que allí estaba yo, con casi cuarenta años, solo, cansado y con frío, dando vueltas por la zona recreativa adyacente a los multicines, haciendo tiempo hasta que fuese la hora. Aproveché para comerme unas cuantas bolitas de chocolate a un precio escandaloso, porque sabía que cuando llegase a casa, a las tantas, ya no tendría apetito para cenar. (Las bolas de chocolate, por cierto, me provocaron un desagradable ataque de tos, porque ya no estoy acostumbrado a tanta dosis de azúcar de golpe).

Finalmente, llegó la hora de entrar a la sala. En total seríamos unas veinte personas allí dentro. Todo el mundo llevaba camisas anchas a cuadros, incluso las chicas (cinco para ser exactos). Había franceses, rusos, asiáticos, ingleses e incluso un vasco. Por un momento tenía la sensación de encontrarme en otro país, y no me desagradó del todo. Creo que la sala era la misma donde dos años atrás vi "Puñales por la espalda" y eso incrementó mis expectativas. También tenía depositadas muchas esperanzas en "Last night in Soho" porque el mes anterior se me escapó la última de Verhoeven, "Benedetta", que también quería ver en el cine, pero en versión original solo la proyectaban en la otra punta de la isla, y me fue imposible asistir, aunque podría haberlo hecho (pero a qué precio, amigo: por mucho que me jorobe la realidad es que ya no tengo la vitalidad de los veinte años).

Tras casi media hora de anuncios y trailers, comenzó, al fin, "Last night in Soho". Los primeros cuarenta minutos, bien. A partir de ahí, la película pega un bajón, como ya le sucedió a la anterior de su director que había visto, "Bienvenidos al fin del mundo", algo que coincidió con la noticia de la muerte de Robin Williams, por lo que tuve que parar el visionado para escribir un texto en Facebook narcisista y sensiblero exponiendo mi dolor por el fallecimiento del carismático actor. Ese notorio bajón que experimenta "Last nigh in Soho" al poco de iniciar su segundo acto y que se mantiene hasta el final, no llegó, sin embargo, a provocarme un mal sabor de boca. Quizás es que tenía ganas de ver una película "como las de antes" en el cine, y "Last night in Soho" cumple con ese requisito "retro", al homenajear, entre otras, las pelis giallo de Argento y Fulci y toda esa gente de la que Paco Fox y su séquito son fieles admiradores. También estaba emocionado por la posibilidad de que yo le gustase a alguna de las compañeras de clase (unas cuarenta y cinco), idea sustentada más en el deseo que en otra cosa, porque hace tiempo que comprendí que el que una chica te trate bien, e incluso que tontee un poco contigo, no implica necesariamente que esté interesada en compartir su genitalidad con la tuya (tengo casi cuarenta años, ¿recuerdan?)

Total, que la película acabó. Fuera, en la calle, llovía mogollón. Afortunadamente, llevaba encima el paraguas. Si me daba prisa, podía coger el último tranvía: solo necesitaba recorrer, bajo la lluvia y en apenas diez minutos, los 1,5 kilómetros que había desde los multicines hasta la parada (y cargado con la mochila, el portátil, los libros, etc). Sorprendentemente, logré hacerlo, pero en no pocas ocasiones del trayecto recordé lo viejo que estaba para esos trotes.

En el tranvía había un grupo de chavales que probablemente todavía fuesen menores mirando fotos de chicas en Instagram y calificándolas en estos términos: "Es fea de cojones, pero me la follo", "Fooosss, qué cara de hedionda que tiene", "Chaass, menudas lorzas". Sentí pena y asco por ellos, pero tengo que reconocer que con su edad los pibes con los que me movía eran iguales. Me hubiese gustado sentarme a su lado y hablarles a esos chavales de la vida como Robin Williams hizo con Matt Damon en "El indomable Will Hunting", pero no tenía ganas de que me rompieran el portátil, ni de que llamaran a la Policía.

Al final llegué a casa, me di una ducha caliente, me rompí una uña al ponerme el pijama y me fui a la cama sin cenar. Al día siguiente me puse en contacto con Paco Fox por el chat de Facebook y me dijo que a él la película le había encantado. A la tarde asistí a clase y las compañeras con las que había fantaseado en el cine me hablaron por primera vez de sus novios. Me sentí doblemente triste, pero intenté que no me afectara.

Y esto es, más o menos, lo que tenía que contar.

Feliz año a tod@s.
Clínex rotos
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5
29 de marzo de 2017
11 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fui al cine a ver "El bar" incumpliendo, así, mi palabra de que nunca más volvería a ver una película de Álex de la Iglesia en el cine. Pero ese día se juntaron las condiciones adecuadas –todas relacionadas con el malestar emocional–, lo que me indujo a buscar desesperadamente un refugio transitorio en la sala del cine.

Fui solo, en un día gris de lluvia. Para desplazarme cogí el tranvía en el barrio del que no he salido en toda mi vida, un barrio que está abarrotado de bares que frecuentan, por este orden, jubilados, parados y locos borrachos, y en los que los camareros tienen, sin excepción, cara de amargados. Yo visité mucho esos bares de niño, cuando iba a los sitios cogido de la mano de mi padre. En el tranvía no había nadie de mi edad, porque la gente de mi edad, a esas horas, o está trabajando o con sus hijos. El grueso de usuarios lo integraban adolescentes rabiosos y gente de cuarenta y cinco años en adelante. Durante el trayecto en el tranvía escuché a dos chicas de unos diecisiete años conversando con encantadora vehemencia como si no tuvieran a nadie alrededor. Primero comentaron lo babosos que los chicos se muestran en las redes sociales, que los chicos en las redes sociales tienen un discurso demasiado directo y destructivo. Luego se quejaron de las actividades ociosas a las que debían renunciar para invertir su tiempo con el novio. La más lenguaraz le espetó a la más tímida que ella, la tímida, es buena dibujando, que debería dejar de estar tanto tiempo con el novio e invertirlo en perfeccionar la técnica del dibujo; la amiga lenguaraz le dice a la amiga tímida, literalmente, “Que le den por culo” al novio y que se centre en sus cosas, porque el novio de su amiga tímida sí que se centra en las suyas.

Al llegar a los multicines me emocioné profundamente porque había una cola larguísima de gente esperando para comprar la entrada. Hacía tanto tiempo que no veía esa imagen de una cola larga delante de una taquilla de cine, que ni recordaba cuándo fue la última vez que presencié una. La cola larga se debía a que la película en imagen real de "La bella y la bestia" estaba en cartel. Se trataba del remake de la película de dibujos animados que fui a ver al cine hace veinticinco años, cuando iba a los sitios cogido de la mano de mi padre. Este remake explicaba la presencia masiva entre el público de familias y de parejas de adolescentes abrazados o agarrados de la mano como si no existiera el mañana.

Antes de empezar la película nos tuvimos que tragar veinticinco minutos de publicidad y de trailers que fueron alternándose aleatoriamente –cuando era niño e iba a los sitios cogido de la mano de mi padre, la publicidad en el cine, casi siempre de alcohol y de tabaco, precedía a los trailers–. Los trailers eran espantosos: aparte de que destripaban la trama de la película –ya de por sí predecible–, los doblajes de los títulos extranjeros –que eran la aplastante mayoría– resultaron cada vez más pobres, transmitían una dejadez y una apatía similar a la que destilan los camareros de los bares del barrio, esos camareros que se pasan el día rodeados de jubilados, parados y locos borrachos. El tráiler de la película "Los vigilantes de la playa" es el que me produjo mayor sonrojo debido a su desproporcionada suma de clichés machistas, sexistas y misóginos y a su humor de prescolar ejercido por adultos musculados. Durante los veinticinco minutos de trailers y de publicidad fue cuando la gente aprovechó para entrar a la sala. A todos nos ubicaron en las cinco últimas filas, y todos nos quejamos, porque éramos unos individualistas que no deseaban la presencia cercana de un extraño, pero como además de unos individualistas éramos unos isleños miedosos e inseguros, nos quejamos mucho sin hacer nada al respecto, asumiendo, resignados y cabreados, la incómoda situación. Como era de esperar, yo era el único espectador de la sala sin acompañante.

La película de Álex de la Iglesia estuvo bien; desde luego no es "Ciudadano Kane", pero cumplió su función de entretenerme durante hora y media. Incluso me pareció su mejor título –si por mejor consideramos el menos chirriante– desde "La comunidad", con la que, por cierto, guarda más de un parecido. Me llamó la atención que el mayor deseo del personaje de Blanca Suárez sea el de enamorarse de un buen muchacho, o sea, ser rescatada por un Príncipe Azul como en las películas de Disney –aunque en "La bella y la bestia", protagonizada ahora por la feminista Emma Watson, es ella quien lo rescata a él–. En el último tramo de la película, Blanca Suárez sale en suculenta ropa interior y el personaje del vagabundo loco que interpreta Jaime Ordoñez le dice que tiene unas buenas tetas pero poco culo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Clínex rotos
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3
14 de noviembre de 2020
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es difícil imaginarse la escena: una noche de esas, tras un duro día de trabajo, y tras haber acostado a los niños, Berto Romero y su pareja (la real) están en la cama hablando de sus cosas. Hablan de los gastos, de lo caro que está el alquiler del piso (es un piso bueno y bien situado, se sobreentiende), de lo cara que está la cesta de la compra, de lo cara que está la gasolina, de lo cara que está la ropa de los niños y de lo muy cabronas que se han puesto las empresas, que no hacen sino recortar los salarios y los derechos de los trabajadores. Vamos, que la cosa, económicamente hablando, está muy jodida. Berto, que ya de por sí curra como un cabrón, le comenta a su pareja que ha tenido una idea: vender a Movistar+ una serie, que con eso se saca un buen dinerito. "¿Y sobre qué va a tratar?", le pregunta ella, curiosa. "Pues yo qué sé... Sobre nuestra vida como padres, por ejemplo". "¿Y eso a quién le puede interesar?", insiste ella. "A cualquiera, mujer. Soy el puto Berto Romero, yo ya tengo una legión de seguidores dispuestos a decir amén a todo lo que lleve mi firma". "Bueno, tú conoces tu oficio mejor que yo, así que supongo que tienes razón". "Mujer, claro que sí, ya verás, ya verás. Me voy al salón a escribir el primer borrador".

Una semana después Berto Romero vendió la serie a Movistar+. Y tenía razón: da igual que lo que trate, del nulo desarrollo narrativo de los episodios, de la pobreza de los diálogos y de lo mal que están casi todos los actores, todos con cara de cobrar el cheque y de querer irse para su casa cuanto antes. Es una serie de Berto Romero y eso es suficiente. ¿Para qué más?

Por supuesto, como todas las series que sacan, "Mira lo que has hecho" también la vendieron como una buena serie (¿existe acaso la serie mala?)

En fin, que llevaba casi cuatro años sin escribir por aquí y "Mira lo que has hecho" logró cabrearme hasta el punto de que he decidido romper mi discreto silencio. (Me cabreé tanto como Christopher Walken con Dennis Hopper en "Amor a quemarropa".)

Y, en fin, esto es lo que hay.

Saludos.
Clínex rotos
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