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Críticas de Daniel Valcarce
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Críticas 50
Críticas ordenadas por utilidad
9
7 de septiembre de 2018
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después del aclamado estreno de “Ladrón” (1980), que llegó hasta el Festival de Cannes, y del estrepitoso fracaso de la película de terror “La Fortaleza” (1983), Michael Mann se avocó a la realización de una de sus películas más memorables y veneradas en la década de los 80. Es el caso de la estilizadísima “Cazador de Hombres”, basada en la novela “Dragón Rojo” del escritor Thomas Harris, publicada en 1981. Si bien “Ladrón” había impuesto el sello que caracterizaría el trabajo de Michael Mann, fue con “Cazador de Hombres” que el director lograría la consagración de su inconfundible estilo.

En “Cazador de Hombres” Michael Mann nos acerca por primera vez al psicópata serial Hannibal Lecter, encarnado aquí por el actor Brian Cox mucho antes de la icónica interpretación que le diera Anthony Hopkins en “El Silencio de los Inocentes” (1991). Mann toma la novela de Harris e introduce algunos pequeños cambios, como por ejemplo el apellido de Lecter a Lektor o el título original de “Dragón Rojo” a “Cazador de Hombres”. Sin embargo, detalles como éstos son en realidad poco importantes si prestamos atención a la verdadera naturaleza de “Cazador de Hombres” y su estilizada y compleja forma de internarse en la psiquis de sus tres personajes principales (el policía, el asesino del presente y el asesino del pasado), transformándose así en un acabado ensayo de profundo alcance visual, siempre dividido entre los tonos azules que acompañan las escenas del protagonista y los tonos verdes que acompañan las escenas de los antagonistas. “Cazador de Hombres” es una película de factura visual inigualable, gracias a la puesta en escena de Mann y el gran trabajo fotográfico del italiano Dante Spinotti, y donde la composición visual y el acucioso uso del color están diseñados para evocar los estados emocionales y mentales de los personajes, lo que hace de cada plano una verdadera obra de arte. Asimismo, la banda sonora domina el desarrollo de la película tanto con canciones de diversos artistas como con la música electrónica de Michel Rubini.

Si bien “Cazador de Hombres” no tuvo el éxito de público esperado y mantuvo a la crítica dividida entre adeptos y detractores al momento de su estreno, con los años ha ido adquiriendo un indiscutido status de culto que la convierten en una obra fundamental del cine neo noir, además de ser la película predecesora de la fiebre forense que invadiría la televisión de los 90. Hoy en día “Cazador de Hombres” es una cinta que se revisa constantemente en estudios y antologías, y se le considera unos de los referentes estéticos más importantes del cine de los 80.

Texto: Daniel Valcarce
Daniel Valcarce
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10
7 de agosto de 2018
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La interesante filmografía del director griego-francés Costa Gavras ha estado marcada por altos y bajos en una carrera desarrollada entre Europa y Estados Unidos. Con grandes éxitos de crítica y público como “Z” (1969), “Estado de Sitio” (1972), “Missing” (1982) o “La Caja de Música” (1989), y algunos títulos mucho menos exitosos como “Hannah K” (1983), “Traicionados” (1988) y “Amen” (2002), su estilo y temática supieron forjar un importante sitial en el panorama cinematográfico contemporáneo. A sus 85 años, es un realizador que ha obtenido los tres premios más importantes del cine mundial, siendo ganador del Oscar (a película extranjera con “Z” y a guion con “Missing”) la Palma de Oro del Festival de Cannes (con “Missing”) y el Oso de Oro del Festival de Berlín (con “La Caja de Música”); más de lo que cualquier otro director de su generación pueda ostentar.

“Missing” fue la primera película de Costa Gavras hablada en inglés y con producción estadounidense. Filmada en México pero claramente ambientada en Santiago de Chile, narra los acontecimientos que rodean la desaparición de un joven periodista norteamericano en los días posteriores al golpe militar de 1973, y los desesperados intentos de su esposa y su padre por tratar de encontrarlo. Más allá de los grandes premios obtenidos y los hechos que rodearon a la película en nuestro país, como el haber sufrido la censura del consejo de calificación cinematográfica y permanecer prohibida desde su año de estreno hasta el año 2006, o el haber recorrido los hogares de cientos de personas que la vieron en clandestinidad gracias a copias en VHS, el verdadero valor de “Missing” radica en haber abierto los ojos de miles de espectadores en todo el mundo respecto de la situación política que reinaba en Chile. Si a esto se suma la directa alusión que la película hace respecto de la participación gubernamental y diplomática norteamericana en los hechos que narra, su valor es aún mayor.

Basada íntegramente en hechos reales documentados en el libro “La ejecución de Charles Horman, Un sacrificio norteamericano” del autor Thomas Hausser y con una banda sonora del griego Vangelis que ha permanecido en nuestra cultura popular, “Missing” se alza como un punto altísimo en el cine ochentero de denuncia político social. Con uno de los roles más elogiados del gran actor Jack Lemmon, y con escenas icónicas y simbólicas como la del caballo blanco corriendo en las calles de Santiago, o la búsqueda del cuerpo desaparecido al interior del Estadio Nacional, “Missing” sigue siendo a la fecha una película de marca profunda y significativa. De esas que no se olvidan.

Texto: Daniel Valcarce
Daniel Valcarce
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9
5 de octubre de 2018
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
John Cassavettes fue un director que con sólo una docena de películas en su carrera, prácticamente instaló el cine independiente en los Estados Unidos. Fue un pionero de la improvisación y del cinéma vérité en la cinematografía norteamericana, y desde sus inicios a fines de los 50 y durante los 60, 70 y parte de los 80, demostró un estilo marcadamente propio con el que supo pasar a la posteridad. Con el dinero que ganaba como cotizado actor en exitosas cintas, podía financiar y dirigir sus propias películas, varias de las cuales cosecharon elogios y premios en grandes festivales como Cannes, Berlín y Venecia; casi siempre de la mano de su esposa, la insuperable actriz Gena Rowlands quien protagonizó 10 de sus 12 películas.

Es precisamente la fuerza interpretativa de Gena Rowlands en el rol de una temida ex mafiosa encargada de cuidar a un niño portorriqueño, huérfano de la noche a la mañana, lo que catapultó a “Gloria” a un tremendo éxito de público y crítica, logrando una nominación al Oscar y al Globo de Oro para la actriz, y llevándose nada menos que el León de Oro a la mejor película en el Festival de Venecia. Elogiada desde el momento de su estreno y convirtiéndose en un película de culto con el paso de los años, “Gloria”, a pesar de pertenecer a los inicios de la década de los 80, supo formar parte de ese selecto grupo de películas callejeras y mafiosas ambientadas en Nueva York que reinaron en los 70 como “Calles Peligrosas”(1973), “Sérpico”(1973) o “Taxi Driver”(1976), logrando un profundo impacto en la cultura popular. “Gloria” es también una película promotora de un franco discurso feminista, donde la protagonista literalmente se defiende de todos los hombres que la rodean y arremeten contra ella. En su lucha por sobrevivir y proteger al niño que la acompaña, Gloria descubre también un instinto maternal que permanece oculto bajo una suerte de coraza dura e impenetrable, donde la figura del niño produce en Gloria un impacto que la descoloca y desafía constantemente con su impredecible carácter, logrando llegar a su endurecido corazón. De esta forma, Gloria descubre una forma de enmendar su pasado criminal, transformando así a la figura del niño en una especie de vehículo de redención, casi como un símbolo del perdón necesario para poder continuar.

Finalmente, entre los incontables méritos de “Gloria”, se destaca la secuencia de sus créditos iniciales con acuarelas del destacado artista afroamericano Romare Bearden, y no podemos olvidar el extraordinario poder dramático de su banda sonora, una de las más emotivas de su época, a cargo del afamado músico y jazzista Bill Conti, todo lo que la convierte en una de las películas más importantes de la primera mitad de los 80.

Texto: Daniel Valcarce
Daniel Valcarce
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9
14 de junio de 2018
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con más de 45 películas a su haber en una de las más prolíficas carreras de Hollywood, el aclamado director Sidney Lumet supo consolidar un eterno sitial de prestigio y constancia fílmica con títulos icónicos que brillaron principalmente en los años ‘70 como “Tarde de Perros”, “Serpico” y “Network”. Sin embargo en los ’80, también supo brillar con aclamadas películas como “El Veredicto”, “A la Mañana Siguiente” y por supuesto "Running on Empty" o “Un Lugar en Ninguna Parte” (1988), nominada al Oscar por su guion y también nominada al Oscar a mejor actor de reparto por la interpretación de River Phoenix, quien con esta película y a los 18 años logra el reconocimiento internacional.

La presencia de un actor como Phoenix en el rol de Danny, el hijo de un matrimonio fugitivo quien deberá decidir entre la complicidad hacia sus padres o la búsqueda de la independencia no es casualidad. En su corta vida, interrumpida por una fulminante sobredosis de drogas que lo mató a los 23 años saliendo de un club, entonces propiedad del actor Johnny Depp, River Phoenix fue un certero ejemplo ochentero de una vida alternativa, alejada de la industria, y casi fugitiva si se piensa en su verdadera familia. Hijo de padres hippies sumidos en la extrema pobreza, y luego víctima de abuso sexual sufrido a los 5 años en medio de una secta religiosa en Sudamérica, River Phoenix era de esos niños que por decisión de sus padres nunca fue a la escuela, y que brillaban con un talento natural y sumamente extraño en el cine. Todos sus roles fueron elogiados por la crítica y se hablaba de él casi como de un nuevo James Dean. Hoy en día su rol de prostituto adolescente en la película “Mi Mundo Privado” del director Gus Van Sant, y que le valió el premio al mejor actor en el Festival de Venecia, sigue siendo una de las actuaciones más de culto en la historia del cine contemporáneo.

En un año 1988 donde la mayoría de premios del cine norteamericano fueron otorgados a películas como “RainMan”, “Gorilas en la Niebla”, “Relaciones Peligrosas” o “Mississippi en LLamas”, el bajo perfil y la maestría directorial e interpretativa de “Un Lugar en Ninguna Parte” cautivaron hasta a los más exigentes críticos, quienes a veces reacios al melodrama familiar, supieron apreciar la profundidad dramática de un guion basado en una historia real y que da clara muestra de alcances político sociales, en el mejor legado y estilo de un director como Sidney Lumet, calificándola generosamente como “una de las mejores películas del año”.

Texto: Daniel Valcarce
Daniel Valcarce
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10
3 de agosto de 2018
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El impresionante debut de Michael Mann en la dirección de “Ladrón” (Thief, 1981) fue tan elogiado por la crítica que no solo logró una nominación a la Palma de Oro a la mejor película en el Festival de Cannes de ese año, sino que además impuso el estilo distintivo que su cine tendría en el resto de su aclamada carrera. Su cine estéticamente perfecto, de atmósferas contemplativas que se nutren de color, luz y oscuridad, se apreciaría en cada uno de sus elogiados filmes posteriores a “Ladrón” como “Cazador de Hombres” (Manhunter, 1986), “Fuego contra Fuego” (Heat, 1995), “El Informante” (The Insider, 1999) y “Daño Colateral” (Collateral, 2004) entre otros.

Michael Mann, que ya venía del mundo de la publicidad, comienza su arte cinematográfico al inicio de una década marcadamente televisiva y absolutamente señera en su trabajo, que le daría licencia visual para poder romantizar el crimen y el thriller policíaco neo-noir, siempre de la mano de protagonistas masculinos. Es así como James Caan, el protagonista de “Ladrón”, parece ser una suerte de héroe épico y perfeccionista que deambula por calles, rincones y bares teñidos de verdes, azules y ocres, donde cada una de sus acciones delictuales parece constituir una sofisticada pieza de arte en el acabado final de una impresionante obra cumbre. En este sentido, “Ladrón” es también una metáfora visual de la glorificación del crimen, donde la historia narrada, su evolución y su desenlace no pasan por la reflexión moral de sus personajes, sino que más bien los asume a todos como parte de una irrompible cadena de corrupción y los retrata siempre adornados por una hermosa dirección fotográfica y una marcada banda sonora. En los paisajes urbanos y la poesía visual creados por Michael Mann, hay una estilización y un trabajo de cámara que constantemente se estudia en las escuelas de cine y que le ha valido ser varias veces reconocido en la industria fílmica mundial como un respetado cineasta de culto.

Finalmente, es indispensable mencionar la importantísima presencia de la agrupación alemana Tangerine Dream a cargo de la banda sonora de “Ladrón”. En la década de los 80, tan rica en música electrónica, los sonidos sintetizados de Tangerine Dream acompañaron varias cintas de culto como “Negocio Riesgoso” (Risky Business, 1983), “Ojos de Fuego” (Firestarter, 1984), “Leyenda” (Legend, 1986), y “Cuando Cae la Oscuridad” (Near Dark, 1987). En “Ladrón”, la banda sonora es tan fundamental que pasa a ser casi una protagonista más de la historia, contribuyendo no solo a crear la atmósfera necesaria, sino que aporta a la película un sello ochentero inconfundible.

Texto: Daniel Valcarce
Daniel Valcarce
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