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Crítica de Charles
Madrid, España
8
High-Rise
High-Rise (2015)
  • 5,0
    5.895
  • Reino Unido Ben Wheatley
  • Tom Hiddleston, Sienna Miller, Jeremy Irons ...

Más Cómoda será la Caída

49 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es curiosa la forma de presentar el espacio del 'High-Rise'.
Siempre vemos al imponente y moderno edificio desde fuera, o inmersos en la vida en sus pasillos, habitaciones y balcones, como si de dos cosas distintas se tratara. Nunca hay un plano que nos ubique geográficamente, que nos haga de verdad saber "dónde está cada cosa".
Por lo que, presentado así, el High-Rise se antoja un gigantesco microscopio, que solo nos da las respuestas si miramos más de cerca, a través de su lente. Desde fuera no vemos lo que hay dentro, pero en el interior está todo lo que puede existir.

Y lo que existe, al menos en opinión de Ben Wheatley, es asqueroso y feo, algo que necesita de una cobertura exterior impoluta, de hormigón y metal, que le dé la apariencia deseada de perfección que su arquitecto quiso, como "un dedo en la mano extendida de Dios".
La fealdad a la que tendemos es la idea principal tras toda la historia, que se subraya compulsivamente a través de planos lisérgicos, casi surrealistas, tras los que nace una sensación de caos, que se acerca imparable pese a nuestros esfuerzos por creer que no nos pertenece. Esta película sería el cubierto desordenado en una mesa perfectamente puesta, o el libro que asoma en la fila cuidadosamente lineal de la estantería... una celebración de nuestra capacidad para desencajar la armonía.
El doctor Robert Laing realiza al principio una operación cirujana abriendo el cráneo perfectamente normal de un hombre, dejando que nos demos cuenta, con detallista placer, de que tras nuestra carne común se esconde una desagradable calavera de sonrisa perpetua. Ocurre lo mismo en el edificio al que entra como nuevo inquilino, donde tras las paredes se esconde la esencia de nuestra humanidad, una comunidad de vecinos que celebra sus vicios y sus comodidades.

De hecho, cuando al principio Wheatley elige abrir con Laing viviendo en aparente desorden y oscuridad, la primera sensación es de rechazo: creemos que vive horriblemente, porque un ser humano social jamás viviría así, nos lo dice nuestra propia naturaleza.
Sin embargo, pronto veremos al doctor entrando a vivir en el High-Rise, un universo de líneas rectas y limpias superficies, que alberga en su interior todo tipo de personajes, adaptados perfectamente a una vida en sociedad en la que siempre se mira lo que hace el vecino.
Tanto es así, que cada persona que se encuentra Laing tiene una función perfecta dentro de ese entorno: Charlotte Melville es el nexo sexual y aparentemente misterioso entre hombres y mujeres, Richard Wilder es el bestia detonante de una sociedad necesitada de estímulos violentos, mientras que Anthony Royal es el arquitecto principal que vive en un ático majestuoso soñando con terminar perfectamente el casi perfecto rascacielos. Junto a otros, ellos forman el organismo en movimiento perpetuo de un edificio que vive de sus enfrentamientos, como un ser humano vive de la sangre en sus venas.

Laing intentará encajar en esa disposición impenetrable de factores que no admiten más espacio, sin darse cuenta de que no tendría por qué hacerlo. Es a él quien, precisamente, le dicen que está mejor desnudo, descubierto, porque él al contrario que los demás carece de la perversidad para imponerse en ese sistema, mientras que otros ocultan sus represiones bajo abundantes capas de frivolidad.
La imagen de Robert Laing, repetido hasta el infinito, en un ascensor tras la enésima humillación tratando de buscar aprobación, un ascensor que él mismo ha parado, representa su cruzada personal: ahí toma la decisión de ser invulnerable, impermeable a las trangresiones de su sociedad, de una fiesta a la que no le han invitado.

El comentario social se extiende en los detalles de vida del High-Rise: una infernal sucesión de planos denuncia el modo de vida hasta el hartazgo, mucho de mucho y nada de todo, la rutina inacabable de ducha, levantarse, gimnasio, vestirse, comer, ir a una fiesta, trabajar, buscar el coche... una vida sin fin, sin pausa, una vida en la que nos hemos olvidado cómo dormir, como menciona la desbordada Helen Wilder, porque al fin y al cabo no tenemos el tiempo en ese bucle infinito.
Nos hemos acostumbrado que la sociedad perfecta se defina solo por una imagen perfecta, pulcra, con supermercados de juguete donde se puede encontrar todo lo necesario y se celebran promociones estúpidamente arbitrarias, con reuniones sociales donde el menosprecio se oculta en palabras educadas, cuando este microscopio que observamos nos prueba que estar cuerdo en semejante locura es una utopía: el edificio era perfecto en su concepción, solo que no tuvo en cuenta la entropía, la suciedad y la confusión que acompaña al ser humano.

(Continúa en el SPOILER por falta de espacio)

SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.

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