Seguramente, In Time será acusada de ser poco sutil, pero creo que es innegable que su planteamiento funciona de manera brillante como una nítida metáfora de nuestro tiempo. El nuevo dinero es el tiempo, y quedarse a cero supone la muerte. A partir de ahí, Niccol desarrolla una trama policiaca que no escatima en chulerías y en ganas de convertir a sus dos protagonistas en lo más 'cool' del momento.
In Time me parece un ejercicio futurista con una idea brillante capaz de sustentar el conjunto. Cuando entra en detalles, Niccol patina alguna que otra vez, y tal vez no le saque todo el pringue posible a su genial idea, pero lo que sí sabe hacer es embaucarnos, hacer que nos creamos a sus personajes a pesar de que, conforme avanza la historia, parecen perder personalidad (alguno dirá que nunca la tuvieron, y se lo puedo aceptar).
In Time no es la mejor película de Niccol, pero sí que vuelve a revelar a su autor como un agudo observador de la realidad. In Time funciona perfectamente dentro de su planteamiento. No es excesivamente compleja y es una distopía (desgraciadamente muy poco alejada de nuestro mundo) bien llevada y sin ínfulas de ser lo que no es. Se agradece que Niccol quiera quitarle a su propia cinta mucho del trascendentalismo que podría haber lucido, pero creo que en el tramo final se pasa y llega a caer en la frivolidad. A pesar de todo, In Time en conjunto es un logro estimable. A mí me gustó. No dejaría de recomendarla.

El punto de partida de Attack the Block es bien sencillo: ¿y si unos extraterrestres aterrizaran en un barrio marginal de Londres y un grupo de adolescentes porretas tuviera que enfrentarse a ellos? Es una idea ingeniosa, pero para no tomársela en serio. Justo lo que hace Joe Cornish, y ahí radica su pequeño éxito: no hay ni un ápice de trascendencia en Attack the Block, sino únicamente muchas ganas de diversión.
Lo mejor de Attack the Block es su concisión y su ingenio para presentar personajes. En cinco minutos escasos ya está planteada la situación y ya pueden ponerse en marcha nuestros "héroes". Los iremos conociendo mientras se enfrentan a los bichos extraterrestres, y a buen seguro que terminaremos empatizando con ellos por su simpatía y su pose de duros cuando en realidad son críos.
Además, Attack the Block es una buena muestra de cómo sacar buen partido de un presupuesto escaso. En el fondo es una serie B muy bien rodada. Los bichos extraterrestres son muy originales. Los escenarios son muy pocos, pero se les saca bien el pringue. La banda sonora retrata muy bien el ambiente marginal y acentúa los momentos humorísticos, que no faltan.
Por supuesto, no puedo catalogar esta película como un hallazgo increíble, pero me sorprendió por su frescura, su descaro y su apuesta clara por el entretenimiento. Es una película inteligente de aspecto cafre. Merece la pena descubrirla.

He visto Los juegos del hambre y me he quedado como cuando leí la novela (hace unos años, cuando todavía no era un fenómeno de masas). La misma pregunta me rondaba entonces la cabeza como ahora: ¿esto es un interesante hallazgo o una estupidez supina? Prefiero ser benévolo e intentar encontrar un lado bueno a algo que, al menos, es más atrevido que muchos de los blockbusters que ya conocemos (y no pienso en nadie, crepusculitos...).
La idea de Los juegos del hambre es muy buena. Lamentablemente, no es nueva. Quienes hayan visto la genial Battle Royale sabrán de lo que hablo. La idea de Suzanne Collins, autora de la novela, yo creo que casi roza el plagio, pero tampoco vamos a hacer sangre. El caso es que la idea es bastante atractiva, y si se le añade una pizca de denuncia social (por leve que sea), siempre ganará enteros. El problema que yo le veo a esta adaptación es que no subsana algún que otro problema de la novela, como la introducción excesivamente larga y el escaso partido que se le saca a la acción, además de mucho miedo a mostrar la violencia en toda su crudeza. La película tropieza en las mismas piedras que la novela, lamentablemente.
A cambio, la película es ágil, sabe reflotarse a sí misma cuando decae, y su protagonista es carismática. Donde yo veo serias deficiencias es en la dirección, con algunas escenas de acción bastante flojas, confusas, mal montadas, dominadas, como decía antes, por ese miedo a mostrar la violencia. Además, la excentricidad que a veces se muestra en pantalla no está bien utilizada, no aporta nada.
Los juegos del hambre es entretenida y original dentro de los límites del blockbuster. Su planteamiento llama mucho la atención, pero también frustra las expectativas del espectador en varias ocasiones. Es demasiado pacata con el tema de la violencia (perdonad que me repita, pero es que me molestó mucho). Tiene los elementos justos para gustar al gran público, pero veo difícil que genere verdaderos entusiasmos. A ver si la nueva deriva de las siguientes películas nos reporta sorpresas de mayor calado.

Los fans de la trilogía del anillo han esperado largo tiempo para volver a poner los pies en la Tierra Media imaginada por Peter Jackson. Entre las reticencias de Jackson, los problemas presupuestarios y el proyecto abortado de Guillermo del Toro ha pasado una década, pero la espera ha merecido la pena. No solo tenemos El hobbit, sino que lo tenemos en forma de nueva trilogía (el tiempo dirá si esto es bueno o malo).
El hobbit cuenta la historia de Bilbo Bolsón, que emprende una aventura con un grupo de trece enanos para recuperar el reino de Erebor, tomado hace años por el dragón Smaug. Lo sorprendente es que esta "pequeña" trama dé para tres películas, pero confiaremos en Jackson. De momento, la primera es de notable alto, casi sobresaliente. Quien busque la trilogía del anillo se verá forzado a rebajar un poco sus expectativas, pero no creo que acabe decepcionado; los fans del anillo disfrutarán de El Hobbit. Obviamente, las comparaciones son odiosas, y El hobbit es más escaso en número de personajes y en tramas, y su historia no tiene tantas posibilidades como El señor de los anillos.
Pero se nota que Jackson es un experto en estas lides. No ha disminuido la épica para nada, pero ha añadido una pizca de humor y de locura. Ya no hay tanta épica oscura, sino que los personajes, en especial Bilbo, son caracterizados con humor, que a veces, todo hay que decirlo, puede parecer un tanto infantiloide. Como ocurría con La comunidad del anillo, El hobbit es la carta de presentación, pero no escatima en aventuras. De hecho, a veces el guion parece deslavazado, entregado por completo a la acción sin dejar un momento de respiro. Pero en la acción es donde brilla Jackson, donde el espectador de verdad vuelve a respirar el ambiente de El señor de los anillos. Y, sinceramente, qué pocos saben hacer que dos horas y media se pasen en un suspiro.
El Hobbit es el prometedor comienzo de una trilogía que, si bien no igualará a la del anillo, será un dignísimo entretenimiento que volverá a hacer justicia con el universo de Tolkien. Peter Jackson ha vuelto, señores. Enhorabuena a todos.

La tormenta de hielo es un excelente retrato de esa burguesía acomodada de los sesenta que pretende ser progre y liberada. En su pequeña burbuja, los personajes trazados por Ang Lee buscan un aliciente vital, sobre todo en el sexo. Pero no caigamos en reduccionismos: La tormenta de hielo es mucho más, es un fresco de una época de avances sociales, de rupturismos, de supuesto progresismo. Ang Lee sabe mostrar, sin ser nunca cáustico, el vacío de las vidas de estos burgueses.
Sobre todo, Lee hace hincapié en la ruptura intergeneracional, en cómo los padres quieren vivir su momento de liberación mientras los hijos asisten estupefactos, perdidos. Las dudas y el caos existencial de los padres recae sobre los hijos de manera casi imperceptible, pero implacable. Ese es, en mi opinión, el gran tema de fondo de La tormenta de hielo.
Sin duda, el punto fuerte de esta película son las interpretaciones. Todos los actores están estupendos, y defienden un guion ajustado, muy eficaz, medido hasta el milímetro para impactar, enternecer o arrancarle una sonrisa al espectador. Es un drama muy accesible, con unos personajes muy reconocibles y una puesta en escena sencilla, sin grandes aspavientos. Gran película.

Los que en nuestra infancia nos hemos tragado una y otra vez las películas de Van Damme y compañía, ahora nos topamos con Warrior y nos invade la nostalgia. Esa épica de andar por casa, los combates coreografiados y los personajes de cartón son parte de ese imaginario de las películas de artes marciales, que tuvieron uno de sus grandes momentos hace un cuarto de siglo. Ahora el olvido las ha condenado.
Por eso, Warrior es una sorpresa en toda regla. Recupera con nervio y espectacularidad el espíritu Van Damme, y adereza el conjunto con una historia creíble y unos personajes que, si bien no son un alarde psicología, al menos entendemos sus motivaciones más profundas. Tenemos a un Nick Nolte bastante castigado por los años, pero que aún demuestra toneladas de genio. Por otro lado, tenemos a los dos hermanos, interpretados por el bruto Tom Hardy y el más normalito Joel Edgerton; los dos encajan bien en sus papeles y cumplen con su cometido.
Los peros son varios. En principio, una de estas películas no se puede ir hasta las dos horas y cuarto. El guion adolece de falta de sutileza y desconoce por completo el uso de la elipsis. Estoy seguro de que veinte minutos podían recortarse fácilmente para ganar en agilidad.
Por otra parte, algunos aspectos de los personajes se dilatan y hay algún que otro punto muerto en la narración. A cambio, Warrior ofrece un clímax inigualable, de una intensidad verdaderamente apabullante.
Me sorprendió Warrior por su recuperación del espíritu de las artes marciales de forma digna y respetuosa, y además añadiendo un toque moderno que la hace única. Es una descarga de adrenalina que gustará a los amantes de la acción y pondrá nostálgicos a aquellos fans (que hay muchos) del cine de artes marciales ochentero.

A Clooney le pone el compromiso. Le pone la polémica. Le gusta meter el dedo en la llaga. Le gusta retratar las cloacas del poder. Ya lo hizo con la excelente Buenas noches y buena suerte. Pero ahora se ha superado y ha entregado la que, hasta el momento, es su mejor película detrás de la cámara: Los idus de marzo. Intentaré explicar el porqué de tanto entusiasmo.
En primer lugar, menudo reparto. A la cabeza, Ryan "Drive" Gosling, impecable. Como candidato a la presidencia, un George Clooney que sabe dar matices a un personaje distante y frío. Como secundarios, dos auténticos monstruos de la interpretación: Paul Giamatti y Philip Seymour Hoffman. Las mujeres, Evan Rachel Wood y Marisa Tomei, cumplen con eficacia. El reparto es impecable, efectivo y atractivo.
En segundo lugar, una historia sencilla sobre los principios, la ética y los entresijos de las campañas electorales (en este caso, unas primarias en el seno del partido demócrata). Si algo me gusta de Clooney es su sincretismo, su capacidad para emplear con eficacia la elipsis y explotar al máximo cada fotograma. Así, en 90 minutos, Clooney se basta para contar, con tremendo impacto y narración ágil, todo lo que quiere contar.
Por último, el trasfondo ético de la película, que tiene su maxima en una tremenda verdad: "Tarde o temprano, todo el mundo te decepciona". La película va de eso: de cómo las aspiraciones de poder terminan corrompiendo hasta a la persona (que parece) más íntegra.
Para quienes gusten del cine político, Los idus de marzo no les decepcionará. A mí me ha gustado mucho por la claridad de sus ideas y la potente puesta en escena. Y porque deja atrás la excesiva frialdad de Buenas noches y buena suerte. Y por sus actores, estupendos todos. Clooney, sin duda, ha vuelto a anotarse un tanto. Ya espero con impaciencia su siguiente película, Monuments men.

De los best-sellers de la última década, tal vez Millennium sea el único que merezca la pena leer, por su inteligente mezcla de géneros y sus personajes enormemente carismáticos. Si la primera parte de esa trilogía, indudablemente la mejor, ha llamado la atención de David Fincher, la cita es obligada; porque, lo confieso, si Fincher no hubiese dirigido esta cinta, lo más seguro es que no la hubiera visto.
De nuevo, el talento de Fincher queda más que demostrado con esta vibrante cinta. El problema es que se enfrenta a la cinta sueca, que ya había dado vida a los personajes de papel de Stieg Larsson, y además de forma bastante acertada, a mi juicio. En ese sentido, la capacidad de Fincher para sorprender al espectador es limitada. Aun así, su estilo visual, sus actores y su puesta en escena son solventes. Lo que sí le echo en cara a Fincher es que enfatice en ciertos aspectos que aportan poco o nada, y que la investigación en sí no parezca tan exhaustiva e intrincada como en la película sueca (cosa casi imperdonable viniendo del director de Zodiac, quizá la película que mejor retrata los recovecos de una investigación y la obsesión de sus protagonistas por encontrar la verdad). Por lo demás, Fincher sale vivo, aunque no estemos ante una de sus mejores películas.
Todo en Millennium es interesante y estimulante, y lo será más para quienes no hayan visto la versión sueca. Todo en la película de Fincher intenta ser novedoso, pero es inevitable tener la sensación de deja vu constantemente. En líneas generales, la versión de Fincher aporta pocos matices a la versión sueca. Quizá la mayor novedad provenga del enfoque que se le da a los dos personajes principales, interpretados con sorprendente química por Daniel Craig y Rooney Mara. La recomiendo porque, personalmente, la historia que cuenta Millennium me parece muy interesante y creo que puede gustar a un público amplio. Y, cómo no, porque la dirige David Fincher. Es de los pocos directores que nunca me fallan.

Siempre he considerado a Lasse Hallström como un director hipercorrecto, que firmaba buenas películas, pero que parece obsesionado con no ofender a nadie o siquiera molestarlo mínimamente. Sus películas son políticamente correctas e intentan no levantar la voz para nada. Al final, el resultado no es malo, pero tal vez un poco insípido, como ocurre en su último film, La pesca del salmón en Yemen.
No he leído la novela, pero cuando ves la película de Hallström intuyes que detrás hay un material literario más fresco, más divertido, más excéntrico. La historia es curiosa y original, pero da la impresión de que Hallström se empeña en llevarla por el camino más recto, el menos sorprendente, el más trillado. Todo en esta película es correcto (los actores, la ambientación, la música), pero nada es verdaderamente recordable. Ayer mismo me enteré que tanto McGregor como Blunt están nominados a los Globos de Oro. Es entendible la nominación, pero imagino que se quedará ahí; yo nunca les daría un premio por una película tan... sosa.
Hallström siempre garantiza un cine agradable, sin sobresaltos, y que entra bien. Este salmón en Yemen entretiene y tiene golpes de ingenio; sin embargo, la sensación de que daría más de sí es casi inevitable.

Tenía ganas de ver Fin porque había leído la novela de David Monteagudo, y aunque un tanto desmayada en su tramo final, sabía intrigarte y engancharte a base de escenas muy palpables y diálogos rápidos y muy naturales. Algo de eso queda en la película de Torregrossa, pero creo que le ha faltado aportar algo más de personalidad al material, que se ha quedado como una buena adaptación que, desgraciadamente, comete los mismos pecados que la novela.
En Fin es clave la buena dirección de actores. En general, el trabajo es bueno, sobre todo el de las chicas, destacando, por supuesto, Maribel Verdú y una sorprendente Carmen Ruiz. El resto del elenco cumple, aun a pesar de un Velencoso metido con calzador. La ambientación está muy bien conseguida, con unos exteriores hermosísimos. La música, la fotografía, todo es correcto. Pero ya está.
Los problemas de Fin son varios. Uno de ellos es su aspecto de telemovie; todo es correcto, pero nada sobresaliente. No hay escenas destacables, por mucho que lo pretenda su director, y algunas incluso me parecen torpemente filmadas (la escena de las bicicletas, por ejemplo). Pero sobre todo, Fin no sabe manejar con eficacia las incógnitas que plantea; desvela algunos detalles pronto, y otros los alarga injustificadamente; su final abierto no me parece mal, pero no cautiva al espectador, e incluso le escamotea elementos de juicio. Es demasiado abierto como para que el público lo acepte. Y eso que, por lo que recuerdo de la novela, es diferente a esta.
Esperaba de Fin algo más. Creía que sería uno de esos debuts portentosos, pero se ha quedado en una película muy correcta, entretenida en gran parte de su metraje, pero que tiene poco o nada para que resulte memorable. No dejo de recomendarla, porque su planteamiento es original, pero el material que se maneja da para más. La palabra que la define, repito, es correcta.

¿He leído bien? ¿Esta película tiene OCHO guionistas? Pues ni con ocho cabezas ¿pensantes? han conseguido sacar adelante esta película, que parece todo propósitos y poca ejecución. Pocas cosas funcionan bien en este filme, y tampoco lo hacen durante todo el metraje.
Por ejemplo, los actores. Ben Stiller no nos va a sorprender: es el típico buen tío que se ve obligado a dar un paso al frente y cruzar la línea de la legalidad. Vale. Eddie Murphy no nos va a aportar nada nuevo tampoco: sus tontadas son las mismas de siempre, aunque se agradece cierta contención. Casey Affleck es mucho mejor actor que lo que aquí demuestra. Matthew Broderick parece un muerto en vida. Alan Alda es todo elegancia y tal vez sea el más solvente de todos.
Sobre todo, lo que me molesta de Un golpe de altura es su descompensación. El espectador que va a ver esta película quiere reírse con la historia de un robo perpretado por patanes. No puede ser que los ocho guionistas le dedican más de la mitad de la película a presentar a los personajes (¡casi toda la primera hora!). Un poco de sutileza y elipsis, señores. Claro, luego llega el golpe, y con veinte minutos, que se apañe el espectador. El cabreo no se hace esperar, y con razón: esto no es lo que hemos venido a ver. Y además, qué poca gracia tiene el robo. No puede ser que se emplee casi una hora en presentar personajes que para nada me importan; venga, hombre, que esto no es arte y ensayo, no necesito saber tanto sobre ellos, solo quiero verlos hacer el imbécil. Pues nada, ese deseo se ve frustrado hasta lo imprudente, y lo más grave es que luego no se ve ni mucho menos saciado. La espera no merece la pena.
En fin, Un golpe de altura me pareció una pérdida de tiempo. Me pareció inofensiva (por mucho que quiera soltar cierto mensaje anticrisis y anticorrupción) y timorata. Aburrida. Prescindible. Olvidable.

Encontrar, en el género comedia, algo que te divierta y no te trate como un estúpido es realmente complicado. Mi alegría al ver Cómo acabar con tu jefe fue en ese sentido: me reí mucho con ella y a la vez pude disfrutar con una historia bien armada e ingeniosa.
Esta divertida farsa sobre el mundo laboral juega con dos frentes verdaderamente buenos. Por un lado, el trío protagonista: Jason Bateman, Jason Sudeikis y Charlie Day. Se congenian a la perfección y funcionan como un clavo. Se lo pasan bien y hacen que el espectador se sienta uno más de ellos. Y por otro, los "horrible bosses" del título original: un magnífico Kevin Spacey, una muy sexy Jennifer Aniston y un disparatado Colin Farrell. Son tres personajes memorables y divertidísimos. Nada más que con ese plantel de personajes, la película gana muchos enteros.
Ahora bien, la película no se echa a dormir una vez puestos en marcha los personajes. La historia, dentro de su marco cómico, es coherente y no desbarra. Y mira que el argumento juguetea con el humor negro y con la verosimilitud continuamente... Por cierto, atentos al personaje de Jamie Foxx: no sirve para nada, pero es cojonudo.
El buen rato está asegurado con Cómo acabar con tu jefe. Y además, no hace falta rebajar el intelecto hasta un nivel ínfimo. Me parece un acierto inesperado esta cinta. Supo seducirme a base de un equilibrio perfecto de ingenio y sal gorda. Muy divertida.

Una vez más, el gran danés vuelve a dejar destrozado al público que quiera sumergirse en su narración. Cuesta adentrarse en los recovecos de Melancolía, pero esta película primero te atrapa por su belleza y luego por los secretos que encierra, y todo ello está impregnado de una tremenda tristeza, de un tormento que se contagia irremisiblemente al espectador, que acaba destrozado. Pero eso ya es, en cierto modo, esperable cuando uno ve una película de Lars Von Trier.
La belleza de Melancolía es indiscutible. Incluso cuando la película se vuelve de lo más críptica y paranoica, es imposible apartar los ojos de ella. Los juegos de cámara, la luz, la escenografía son perfectos. Durante la primera hora se examinan las relaciones entre los personajes, con una narración muy cercana al dogma. La segunda parte de la película deja en segundo plano a Kirsten Dunst y se centra en el personaje de Charlotte Gainsbourg. Ambas están estupendas, y transmiten un desasosiego y un dolor indescriptibles. Y Von Trier no lo hace a base de golpes de efecto, sino con ese extraño don que tiene para inocularte la oscuridad sin que te des cuenta. Y más aquí, que se nos quiere contar el fin del mundo. En Melancolía no hay ni un ápice de esperanza para el género humano.
Tal vez Von Trier sea un gran prestidigitador. Son muchos sus detractores, algunos por moda y otros con razones. El caso es que a mí me sigue agitando y estremeciendo con cada una de sus películas. Pocos me hacen sentir lo que siento cuando veo sus películas. Puede que no le entienda, puede que solo intuya lo que me quiere contar, pero el gran danés me ha maravillado y convulsionado otra vez.

Hay que reconocer que la premisa de esta película tiene su gracia: cinco personas encerradas en un ascensor y una de ellas podría ser el mismísimo diablo. El problema es que hay que cubrir hora y pico con este punto de partida, y eso es más difícil. Por eso, Shyamalan, que al parecer es el firmante de esta curiosidad (yo no iría más allá), adereza el conjunto con un toque policiaco, retazos de humor y cuatro o cinco a lo Agatha Christie. Al final, te queda una película para pasar el rato y olvidarla.
Siendo como es un argumento disparatado desde el principio, John Erick Dowdle (que ya se encargó de la versión yanqui de Rec, Quarantine) demuestra pericia y habilidad para sacarle el pringue a esta historia. Es de alabar que Dowdle te mantenga intrigado con tan pocos elementos y aún consiga sorprenderte al final de la cinta. Y más con unos actores que no destacan para nada. En fin, La trampa del mal logra el aprobado porque sabe sacar el máximo partido a un mínimo de elementos. Y muy importante: total falta de pretensiones. Ahí radica el triunfo, relativo, de esta cinta.

No sé si hay que ser un loco o un valiente (o las dos cosas) para hacer lo que ha hecho Paco Plaza con Rec. Tanto él como Balagueró eran conscientes, al igual que el espectador, de que la fórmula que habían explotado en las dos primeras partes estaba agotada, ya no iba a sorprender a nadie. Por lo tanto, han decidido dinamitarla y cambiarle radicalmente el tono para, en esta tercera parte, contar presuntamente los orígenes de ese maligno virus que convierte a la gente en poco menos que zombis.
En este caso, será una boda la que se irá al traste. El giro radical se lleva a cabo en el tono. Si Rec aterrorizaba por esa cámara en mano que dotaba de un fuerte realismo a la historia, Paco Plaza ha dejado atrás ese recurso y ha filmado Rec 3 como si de un slasher se tratara, con una pareja de novios convertidos en víctimas y verdugos improvisados en un festín de sangre y vísceras. Cuando ves Rec 3, no puedes dejar de recordar esos clásicos como Posesión infernal o Terroríficamente muertos, parece que el espíritu del primer Sam Raimi ha vuelto al mundo.
Aunque Rec 3 está pasada de vueltas por todos lados, y no tiene vergüenza ninguna, hay que reconocer la buena labor de los dos actores principales, sobre todo de Leticia Dolera, que cambia radicalmente de novia perfecta y modosita a asesina implacable en cuestión de segundos, y su personaje, exagerado, excesivo, sobrevive gracias a la convicción que rezuma. En ese aspecto, se nota el compromiso de unos buenos actores.
Al final, Rec 3 no es más que un simple entretenimiento, que dejará buen sabor de boca a los amantes del terror cafre y el slasher más salvaje. No le busquemos trasfondos ni relecturas. Es pura adrenalina en hora y cuarto. Sangre y vísceras para todos.

Si de algo estoy convencido es de que el cine español obtiene sus mejores resultados cuando se lanza al género puro. Grupo 7 es una buena muestra, a pesar de Mario Casas (no es manía, es que el chaval es limitadito, aunque aquí no desentona).
Grupo 7 cuenta la historia de un grupo especial de policía encargado de "limpiar" las calles de Sevilla de maleantes y droga en vísperas de la Expo 92. Es un policiaco en toda regla, filmado con nervio y ritmo, y que ofrece a un Antonio de la Torre estupendo. Es una buena película de género, con todas sus convenciones y tópicos, pero que suple sus carencias con un pulso narrativo firme y una historia vertiginosa. Además, la puesta en escena está muy trabajada. ¿Los peros? Principalmente dos: un final un tanto desmayado y una Inma Cuesta desaprovechada.
No es un peliculón, pero Grupo 7 sabe jugar sus bazas y enganchar al espectador. Conseguir eso bien merece el aplauso.

The Artist tiene un poder de seducción enorme. Cada uno de sus fotogramas es bello y luminoso, a pesar del blanco y negro. Cada uno de sus fotogramas habla, a pesar de ser una película muda. Cuando la estamos viendo, sentimos el encanto de ese primer cine, inocente.
The Artist recrea con maestría una época dorada del cine, pero también muestra sus sombras, como los actores que solo sabían ser mudos y la industria que se olvida del arte en favor del dinero. Y no solo recrea la época, sino que explica un momento clave de la historia del cine: el paso del cine mudo al cine sonoro. Lo hace con gracia y, sobre todo, con unos actores inspiradísimos, que se echan a sus espaldas la película y la sacan adelante como si nada. En ese aspecto, mi aplauso más apasionado para Jean Dujardin y Bérénice Bejo por su espléndido trabajo.
La película de Hazanavicius es una osadía resuelta con ingenio. Su historia es más interesante en la recreación de la época que en la trama de por sí, una trama que en algún momento se estanca. Pero el talento visual del director francés rescata constantemente al guion, haciendo que la película sea admirable y encantadora en todo momento.
Entiendo la admiración por The Artist y la comparto, pero a veces da la sensación de que se exagera. El espectador a veces siente que la forma está descompensada con respecto al fondo, y es por alguna laguna del guion. Es el único pero achacable a esta joya llena de talento. Por lo demás, The Artist es de una belleza desbordante; nadie debería perdérsela.

En la parcela del cine de animación, Pixar y Dreamworks son los amos indiscutibles. Han forjado su prestigio y reputación con películas llenas de imaginación y ritmo narrativo a raudales, aun a pesar de alargar sagas hasta límites peligrosos. Pero hasta en casos como Toy Story o Shrek, donde parece vivirse de las rentas, estas compañías han dado siempre el 100% y han hecho un gran trabajo con las secuelas. Hasta este Gato con Botas, spin-off de Shrek, que supone un tropiezo serio para Dreamworks (no en taquilla, por supuesto, sino como producto de calidad).
El Gato con Botas es un producto claro para pegar un taquillazo fácil. El minino hacía mucha gracia en la saga de Shrek y era casi una negligencia no explotar su tirón. Pero la historia en que se le ha metido al gato es francamente mala; el felino entra en esta historia con un calzador bastante grande. La trama vuelve, como Shrek, a estar basada en la desautomatización y parodia de personajes de cuentos infantiles, pero esta vez con mucha menos gracia. Hay momentos, ya avanzada la película, que no hay por donde cogerla, que parece una historia escrita por alguien muy fumado. Además, sobran dedos en una mano para contar las veces que, no ya que me riera, sino que esbozara una sonrisa.
El Gato con Botas es de las peores películas de animación digital que yo haya visto. Es aburrida en su mayor parte, la historia es torpe y los personajes no me conquistan. El personaje del gato se desdibuja por completo. Si alguien quiere seguir teniendo un buen recuerdo de él, que no se atreva con esta película. Le aseguro que no lo va a pasar tan bien como cabe esperar.

Looper es una de las grandes sorpresas del año. Rian Johnson (del que ahora tengo más ganas que nunca de ver Brick) se ha sacado de la manga una mezcla de cine noir, viajes en el tiempo y acción que te pega al sillón. Looper es una historia con la que vibrar y con la que pensar, y ambos extremos encuentran un equilibrio perfecto.
Personalmente, adoro esas películas tipo artefacto, máquinas de relojería dispuestas a sorprender al espectador desde una vertiente más racional. Esas películas que quieren que entremos y disfrutemos con el juego intelectual que plantean, como Origen, Primer o Cube, por citar las primeras que me vienen a la cabeza. Looper es una de ellas, pero Rian Johnson le añade un estimulante juego de tiempos y personajes, todo ello con una visión extrañamente realista del futuro, que la convierten en una de las películas más originales que yo haya visto en mucho tiempo. Disfruté como un enano con ella, la verdad.
El buen trabajo de los actores, sobre todo un cada vez más interesante Joseph Gordon-Levitt, es muy bueno. Bruce Willis tiene sus momentos, mientras que Emily Blunt y Jeff Daniels cumplen sus secundarios con solvencia. Una buena banda sonora, una puesta en escena muy cuidada y una historia trepidante hacen el resto.
No hay que perderse Looper. Es puro goce en imágenes, pura diversión inteligente. Se gana hasta al espectador más insospechado. Que nadie dude en recomendarla.

La panoplia de sentimientos que despliega Lo imposible es bastante variada, pero entre ellos no figura el deseo de sorprender al espectador. Como buena superproducción, todo está calculado al máximo y sin correr riesgos, no vaya a ser que...
En fin, Lo imposible me ofreció justo lo que esperaba ver: una espectacular puesta en escena de la catástrofe, personajes de cartón piedra (aunque he de reconocer que de vez en cuando alivia encontrar personajes de buen corazón en una película), sentimientos a flor de piel, subrayados omnipresentes de la banda sonora, abrazos por doquier (hasta en el cartel) y narración sencilla con las virguerías justas para evitar el piloto automático. ¿Eso la convierte en mala película? Ni mucho menos. Bayona vuelve a demostrar su talento, dentro de lo que se le permite una superproducción. Se nota su interés y compromiso con la historia, pero Bayona también sabe lo que el público espera, y no ha querido decepcionarlo: la narración es fluida y los personajes cautivan desde el primer instante. Y tal vez este tipo de historias le vengan bien a nuestro director, al que no le falta talento, pero que no tiene lo que se suele denominar "un estilo personal" (El orfanato era una buena historia, pero tampoco un alarde de originalidad).
Lo imposible tiene todo lo que tiene que tener para ser un taquillazo. Ya leí el otro día que se ha convertido en la película más taquillera de la historia del cine español. Era previsible. No puedo dejar de recomendar Lo imposible, porque es una buena película, pero no esperemos alardes de genialidad en ella. Es de esas películas sin doble lectura, sin matices, que no resiste un segundo visionado. Curiosamente, me ocurrió lo mismo con El orfanato.