La saga Misión Imposible garantiza siempre diversión y espectacularidad, aunque rara vez ofrezca un producto recordable. Afortunadamente, la cuarta parte de la saga, que podría tener más de un achaque, se muestra en plena forma y nos regala un espectáculo inteligente, interesante y rodado con mucho nervio. Brad Bird ha conseguido mantener el tipo dentro de una saga que, argumentalmente, no ofrece nada nuevo.
Aunque probablemente esta última entrega (hasta el momento) no sea memorable, hay que reconocerle que te mantiene dos horas pegado al sillón, sumando peripecias cada vez más imposibles, dentro de la típica historia de espías y terroristas. Ante todo, Misión Imposible 4 es muy entretenida. El reparto tiene una química inesperada: Tom Cruise hace buenas migas con Paula Patton y Simon Pegg, y la posterior incorporación de Jeremy Renner hace que la película gane enteros. El malo, interpretado por Michael "Millennium" Nyqvist, también tiene su punto. Y en el apartado técnico, todo perfecto.
No busquemos trasfondos ni dobles lecturas a Misión Imposible 4. Es una película de acción pura y dura, con muchos escenarios internacionales y muchas escenas del tipo "más-difícil-todavía". Muy válida para pasar un buen rato. Los amantes de la saga la disfrutarán.

Si hay un retrato de la España de pandereta a la que estamos retrocediendo, hecho con humor y verdadera mala leche, ese es El mundo es nuestro. Hacía tiempo que no veía repartir estopa a base de bien con tanta gracia. Esta pareja de chorizos de barrio, El Cabesa y El Culebra, son los antihéroes más graciosos con los que servidor se haya topado en mucho tiempo. Su peripecia de entrar en un banco a lo Tarde de perros es la excusa perfecta para que la España más cutre, en la que la modernidad solo es un barniz, salga a la luz sin tapujos.
En El mundo es nuestro, el atraco a un banco es el pretexto para que todos los colectivos sociales y profesionales españoles reciban una pequeña tunda: polícías, banqueros, funcionarios, medios de comunicación, empresarios, etc. Nadie se libra. Es un retrato divertidísimo de una España podrida, de chiste, la España de la picaresca y los "listos". A golpe de ingenio, y con cuatro duros de presupuesto, Alfonso Sánchez y compañía se marcan un guion sencillo y redondo, que da manga ancha a la crítica social y donde los personajes brillan por su excentricidad y su ineptitud. Puede que el humor sea cafre en algún momento, pero es casi imposible resistirse a la maliciosidad de esta divertida comedia, que vuelve a ser una viva muestra de que el humor es uno de los mejores métodos para explorar la condición humana y las miserias y grandezas del hombre actual. No hacen falta grandes tratados de sociología para explicar los males de la España de hoy; más de un pez gordo debería sentarse a ver El mundo es nuestro. Tal vez aprendería algo.

Nadie negará que Verbo es profundamente personal. Tanto que es difícil imaginar su espectador modelo, el espectador ideal al que aspira Chapero-Jackson: ¿suicidas adolescentes?, ¿raperos con ínfulas de trascendencia?, ¿skaters poetas?, ¿futuros tesinandos en cultura urbana?
En ningún momento de Verbo supe cuál era el propósito de Chapero-Jackson. Sí se ve desde el principio su vacua pretenciosidad y su estética falsamente rompedora. En el fondo, Verbo no cuenta nada porque no tiene nada que contar. Sé que va sobre un viaje interior y una realidad oculta, pero poco más. ¡Ah, sí! Miguel Ángel Silvestre rapea: digno de ver. Pocos momentos de vergüenza ajena son tan memorables.
Hay que verla para creerla. Aún no salgo de mi asombro... y de mi indignación por ver cómo se vende de manera tan cutre el Quijote a los jóvenes. Por otra parte, Chapero-Jackson debe ser un genio a la hora de vender historias a los productores. Y más sabiendo que se necesitó un año de posproducción. ¿Nadie supo intuir el despropósito de todo esto?
Verbo es de las pocas películas que he visto en las que no me gusta absolutamente nada de lo que hay en ella. Y mira que es difícil...

De nuevo, Alexander Payne triunfa tras la cámara con una de esas historias no de personajes, sino de personas. No hay nadie mejor que Payne para retratar la vida en el cine, para poner en imágenes todas las aristas de nuestra existencia, desde lo más trágico hasta lo más absurdo. Sus personajes cobran vida porque respiran verdad, porque en ellos nos vemos reflejados con todas nuestras grandezas y miserias. Quien mejor consigue esto es Alexander Payne, que se supera a sí mismo película tras película.
En el caso de Los descendientes, Payne ha encontrado como aliado perfecto a George Clooney, aquí abordando el papel de padre de hijos adolescentes; su interpretación es un ejercicio de desnudez impresionante, algo así como lo que hizo Payne con Jack Nicholson en A propósito de Schmidt, que es esconder a la estrella y sacar a la luz a la persona normal y corriente (suena sencillo, pero es complejísimo). Afortunadamente, Clooney acepta el reto y vuelve a dar una lección de talento y compromiso interpretativo; no sería exagerado decir que es el mejor papel de toda su carrera. Junto a él, dos actrices adolescentes maravillosas, en especial Shailene Woodley.
Los descendientes tiene grandes personajes, una historia sencilla y humana, y grandes momentos llenos de emoción y humor. Quien conozca a Alexander Payne volverá a disfrutar con ese toque especial suyo. Y quien no lo conozca, ¿a qué está esperando? Pocas películas respiran tanta autenticidad como las suyas. No tengo ninguna duda: Los descendientes, otro diez rotundo en su filmografía.

Tras la turbadora Déjame entrar, Tomas Alfredson da el salto a Hollywood, y lo hace con una propuesta completamente alejada a su anterior film. El topo es un thriller de espías a la antigua usanza, lleno de humo, salas inhóspitas, miradas, sospechas y traiciones, todo ello enmarcado en los últimos años de la Guerra Fría.
Sin embargo, Alfredson no ha querido renunciar a su estilo. El topo vuelve a reencontrarnos con el director de Déjame entrar en lo que se refiere a pulso narrativo, escenografía gris y fría y personajes bien trazados. Quizá de lo que adolece El topo es de excesiva frialdad, casi hermetismo, que impide a muchos espectadores llegar hasta el fondo de su propuesta. Eso sí, la puesta en escena y esa austeridad provocada da como resultado una atmósfera tensa, donde se respira paranoia, donde se huele la traición en cada esquina. Como atmósfera, El topo es inmejorable.
Me gusta mucho la historia que plantea Alfredson (Le Carré en el original novelístico), es interesante plantear una trama casi detectivesca en medio de un contexto histórico concreto, porque siempre da pie a estimulantes reflexiones. El topo reconstruye muy bien el ambiente conspiranoico de la Guerra Fría, la amenaza que parecía cernirse, la tensión constante y el espionaje continuado y prolongado durante mucho tiempo. Y si además cuentas con actores de primerísima fila, encabezados por un Gary Oldman soberbio, el resultado es cuanto menos notable. ¿Qué se podría mejorar? Sobre todo, el desarrollo de la historia, que a veces abarca demasiado para después resolverse muy rápido; el espectador se siente perdido en algún momento, y puede que, si la paciencia no le acompaña, desconecte. Es una película que exige atención, y si se le presta, uno queda satisfecho, sin duda.
El topo es una buena película, con unos actores estupendos y una solidez narrativa apabullante. Tal vez sea demasiado exigente, pero así tal vez es la única manera de hacernos sentir como los personajes: no saber qué está pasando siempre, no tener todas las claves, obligarnos a estar atentos a los detalles. En El topo, las miradas y el humo encierran muchos secretos.

No terminaré la frase por no ser desagradable, pero cuando veo semejante tropa de "actores" (yo prefiero llamarlos "lectores de guiones con decorado al fondo"), me entristece pensar qué proyectos se habrán quedado por el camino para que esta basura haya podido llegar a nuestras pantallas.
XP3D es mala hasta decir basta. En ella no funciona nada. Los actores masculinos tienen un puñetazo en la boca perfecto; las féminas tienen menos gracia que el pan sin sal. Aunque esto se comprende cuando sabemos que todos ellos vienen se han "curtido" en el triste páramo de la ficción televisiva española. La dirección, además de previsible, es torpe; el 3D solo empeora las cosas. La historia es de traca, un refrito patético de situaciones típicas de la serie B más casposa. Música, ambientación, fotografía y demás detalles técnicos no merecen la pena ser mencionados.
De películas como XP3D hay que huir como de la peste. No son solo películas que no gustan, sino que además cabrean. Son películas ineptas, protagonizadas por caritas guapas a los que un poco de audiencia televisiva ha convencido de que son actores. Para ser actor hay que actuar, transmitir sensaciones, dar vida al papel; estos se creen que con poner la cara, el culo, las tetas o los músculos está todo hecho.

El estreno de una película de Tarantino se ha convertido con los años en algo más que una nueva película en la cartelera: es un acontecimiento cultural. Al director pocos le niegan el talento, pero siempre genera controversia. Django no iba a ser menos, y más sabiendo que el director iba a hacer su particular interpretación del periodo esclavista, sobre el que los norteamericanos han vertido tanta hipocresía.
Al margen de polémicas tontas (no miro a nadie, Spike Lee), Django desencadenado vuelve a ser una lección de cine puro por el camino de la referencia, la parodia y el bastardeo de la serie B. Vamos, puro Tarantino. A quien guste Tarantino, gustará Django. En el planteamiento, Django sigue la estela de Malditos bastardos: la revisión pop y desprejuiciada de un periodo histórico especialmente sensible (en aquel caso era la II Guerra Mundial, ahora toca la esclavitud). Entiendo que Tarantino levante ampollas con su película (y estoy seguro de que en buena parte esa era su intención), pero no nos dejemos llevar por ideas preconcebidas ni argumentos falaces. ¿Cuál es el problema, el vaquero negro, el negrero negro o la repetición hasta la saciedad de la palabra "negro"? Tonterías.
Vamos con la película. De nuevo, Tarantino me ha hecho vibrar y gozar en mi butaca. Lo hace con una historia trepidante, con unos personajes maravillosamente creados y una dirección atrevida y original. Y una banda sonora que, aunque no tiene el carisma de otras películas de Tarantino, siempre resulta estimulante. Si hay algo excepcional en esta película son los actores. Aunque Jamie Foxx parezca el amo de la función, el que se come cada plano es Christoph Waltz; si en Malditos bastardos sorprendió a propios y extraños, Django es la confirmación de su portentoso talento, creando a un personaje inolvidable, de los mejores que ha ideado Tarantino en toda su carrera. DiCaprio encarna a un psicópata despiadado con mucho éxito y Samuel L. Jackson encarna al famoso negrero negro que tanta polémica ha levantado. Todos ellos están estupendos, y vuelven a confirmar a Tarantino como un excelente director de actores.
¿Por qué no le he podido poner un 10? Pequeñas cosas. En un principio, la historia es cojonuda, pero tal vez 160 minutos pequen de exceso; con alguna que otra elipsis, la película habría quedado en dos horas y media, que creo es su justa medida. Por otra parte, la banda sonora creo que es la menos "recordable" de todas las películas de Tarantino, y sus diálogos están un punto por debajo de lo esperado. Por lo demás, Tarantino ha vuelto a triunfar y merece todas las alabanzas. Su nivel no ha bajado, aunque tampoco haya subido (cosa harto difícil).
La pena de ver Django es que sabes que tendrás que esperar otros dos o tres años para ver otra de Tarantino. Porque si algo contagian sus películas es el amor por el cine, el deseo por empaparte de cuantas más películas mejor. Cada película de Tarantino abre nuevos horizontes, nos descubre el poder de la mezcla de géneros y el placer de combinar la acción con unos personajes frescos, ingeniosos y salvajes. Django es el nuevo caballo desbocado de Tarantino. Y ojalá sean muchos más.

Al parecer, The Woman es la segunda parte de una película llamada Offspring. Yo no lo sabía y la vi, y creo que no hay ningún problema para seguirla aun sin haber visto la primera parte. Para mí, The Woman fue un descubrimiento totalmente accidental, y si la vi fue porque tenía ganas de ver una película de Lucky McKee, del que siempre he oído hablar por su película May (que tampoco he tenido oportunidad de ver).
The Woman es una película con una habilidad sorprendente para crear una atmósfera enfermiza y morbosa. Como protagonista tenemos a un padre de familia aparentemente normal que un buen día se encuentra en el bosque a una chica completamente salvaje; la captura y la encierra en su granero, decidido a educarla. Y no lo hace en secreto, sino que involucra en esta tarea a su mujer y sus dos hijos. Pero lo que parece un buen propósito pronto saca a la luz la cara más oscura y amenazante de este "ejemplar" padre de familia.
Si algo sabe hacer bien Lucky McKee es rodear a sus personajes de un aire malsano, de un ambiente de continua amenaza y peligro. La irrupción de esta mujer salvaje en las vidas de una familia aparentemente normal desatará los instintos más primarios del pater familias, con fatales consecuencias para el resto de miembros; a pesar de ser una película de terror, McKee intenta en todo momento dotar a sus personajes de un mínimo de personalidad. Así, la trama avanza de manera natural, con algún que otro golpe de efecto pero sin caer en el más-difícil-todavía. El guion es la gran baza de esta película; la historia de The Woman mantiene el interés en todo momento. Eso sí, no es una historia que pueda gustar a todo el mundo, pues en ella no faltan detalles escabrosos o desagradables.

Marilyn Monroe tenía un secreto. Todos creían conocerla, pero nadie podía siquiera vislumbrar un ápice de su alma. Con Mi semana con Marilyn podemos comprender un poco mejor a aquella enigmática mujer que enamoró al mundo entero con su inimitable mezcla de sexualidad y vulnerabilidad. Marilyn era un ángel. Pero un ángel herido por el mundo.
Michelle Williams lo ha conseguido. Ha conseguido sumergirse en el alma de esta extraordinaria mujer y hacernos comprender su tormentosa existencia. Lo hace tan bien que ahora no sé si estoy enamorado de Marilyn o de Michelle. El caso es que no puedo imaginar a ninguna otra actriz encarnándola mejor que ella.
Dentro de las limitaciones del biopic, Mi semana con Marilyn engancha porque los personajes están muy bien construidos y no se dan rodeos para ponernos en situación. Los 100 minutos de la película están bien aprovechados. Además de Michelle Williams, el resto de actores están espléndidos: Eddie Redmayne (cómo progresa este chico, habrá que verlo en Los miserables), Kenneth Branagh, Judi Dench, Toby Jones, Julia Ormond, Dougray Scott...
El biopic no es mi género favorito, pero solo por Michelle Williams merece la pena ver esta película. Todo lo que la rodea es espléndido, pero ella es puro ángel. El alma de Marilyn está en ella, y cualquiera que vea esta película caerá rendido a sus pies. Quien quiera entender a Marilyn debe ver esta película; su triunfo es que no es un biopic al uso, sino el retrato de un momento concreto (y delicado) en la carrera de la actriz. El momento perfecto para descubrirla... y amarla.

John Lennon es, sin duda, uno de los músicos más geniales del siglo XX, pero eso no quiere decir que todo lo que le rodea y toda su vida sea un acontecimiento reseñable. Nowhere Boy es la historia de la infancia y la adolescencia de John Lennon, marcadas por el abandono de su madre y la tutela de su tía, una mujer rígida y fría. Y poco más.
Para empezar, Aaron Johnson no se parece a John Lennon ni en el blanco de los ojos. No lo considero requisito indispensable, pero ayuda, máxime cuando la interpretación, en este caso de Johnson, no es nada del otro mundo. Kristin Scott Thomas y Anne-Marie Duff, como la tía y la madre, son lo mejorcito de esta inofensiva película, de tono plano y sin grandes escenas que recordar. Si merece la pena es por la recreación de la época y, por supuesto, por la música. El resto, siento decirlo, no despertó mucho mi interés.
Nowhere boy es un film correcto, íntimo, pero con poco que contar. Desde luego, hubiera sido mucho más interesante si la película hubiera empezado donde termina. Contar la historia de los Beatles sí que sería algo verdaderamente espectacular. La infancia y adolescencia de John Lennon, pues para los más fanáticos.

La invención de Hugo es un proyecto que dice muchas cosas de Martin Scorsese. Por lo pronto, que su ambición sigue intacta y que, a su edad, aún está dispuesto a plantearse retos y a no resignarse a poner el piloto automático. Cuando la ves, entiendes por qué Scorsese es uno de los grandes; el mundo que Scorsese pone en escena en La invención de Hugo es, además de hermoso, muy interesante, y nos hace soñar y fantasear como si fuéramos niños.
Eso sí, tengo que decir que a Scorsese le cuesta arrancar. Al principio, la historia de Hugo parece un compendio colorista de anécdotas, de escenas pintorescas. La película no coge cuerpo hasta su segunda mitad, cuando en la trama entra en juego el nacimiento del cine; es entonces cuando la narración respira, vibra y hace vibrar; es entonces cuando Scorsese se emplea a fondo y vuelve a dar una lección de cine en un terreno de juego al que no nos tiene acostumbrados. Si algo recuerdo de esta película es esa segunda mitad, espléndida, maravillosa.
Celebro que Scorsese no apueste sobre seguro, que se obligue a rodar películas que abran nuevos horizontes en su filmografía. Son muchas las virtudes de La invención de Hugo: una imaginería cuidadísima, unos actores (niños incluidos) magníficos, una narración de creciente interés y una bellísima banda sonora. Scorsese es mucho más que cine de mafiosos; sus detractores rabiarán cuando vean esta película.

Promoción fantasma es una buena idea ejecutada con simpatía y buen hacer, pero de manera inofensiva, sin mordiente… y sin carcajadas, que es lo peor del asunto. Es una pena, porque Promoción fantasma podría haber funcionado muy bien como homenaje a las películas de adolescentes de los 80, pero se queda a medio camino. Los guiños son formales, pero el espíritu no aparece para nada, y todo termina siendo un festival de tópicos burdos.
También es una pena que el reparto no esté mejor aprovechado. Los adolescentes cumplen, pero los que están espléndidos son Raúl Arévalo (actor polifacético donde los haya) y Alexandra Jiménez, que cada día me gusta más. En pocas palabras: todo parecía propicio para que Promoción fantasma fuera una comedia digna y divertida, pero la ejecución ha sido deficiente y yo, por lo menos, me aburrí.
Sinceramente, no sé qué más decir. Una idea mal aprovechada. Una película que termina siendo olvidable.

Las dos películas que Spielberg estrenó en 2011, Tintín y este Caballo de batalla, me parecen simplemente mediocres. Parece que el nuevo año nos va a devolver al mejor Spielberg con Lincoln, capazo de Oscars incluido. Pero vamos a lo que vamos.
Caballo de batalla no me parece una gran película. En manos de Spielberg al menos encontramos momentos de verdadera inspiración, aunque hay que buscarlos mucho en las dos horas y cuarto que se alarga el film. Los hay, pero son escasos, y eso no se lo permito a Spielberg. Principal problema: ¡la historia no es interesante! Partiendo de ahí, lo único que queda es saltar al terreno de juego con la ambición de empatar, de salvar los muebles. La historia del caballo Joey no es interesante, ni es interesante el protagonista (Jeremy Irvine), ni el resto de secundarios. No hay ni un solo personaje interesante en esta película, porque todos están retratados superficialmente, y algunos incluso no da tiempo a asimilarlos dentro de la narración.
La historia de Caballo de batalla pretende ser un fresco de la I Guerra Mundial con el recurso del animal que pasa por varias manos, pero ni por esas. Me interesa la historia y me gusta el cine bélico, pero Spielberg solo brilla de verdad cuando pone en imágenes (apenas diez minutos) la batalla del Somme. Es el mejor momento de la película. El resto es accesorio y la película se me hace eterna. Imperdonable.
Spielberg pincha con Caballo de batalla. De nuevo, el genio tropieza con algunos de sus pecados habituales: sensiblería, melodrama y paisajismo empalagoso. No hay nada aquí del genio de Salvar al soldado Ryan o La lista de Schindler. El intento por retratar la I Guerra Mundial es meritorio (tan olvidada siempre), pero no logra captar mi atención. Eso no puede ser, amigo Steven.

Infierno blanco es una de las películas con el argumento más raquítico que yo haya visto: un avión rumbo a Alaska se estrella y los supervivientes quedan aislados en medio de la nada, acechados por los lobos. Y para de contar. Toda la película está basada en los continuos ataques de una manada de lobos a un grupo de hombres, liderados por Ottway (Liam Neeson), un cazador experto. Como el argumento no da para más, la película tiene la estructura de un slasher, donde el espectador asiste, aburrido, a cómo van cayendo uno detrás de otro los personajes, solo que en vez de a manos de un sanguinario asesino, por los lobos.
Infierno blanco tiene una primera hora aburridísima. Los diálogos son nefastos, los personajes insulsos y las secuencias de acción muy repetitivas. Además, tenemos que aguantar al personaje de Liam Neeson pontificando acerca de los lobos (para algo es el experto) una y otra vez. Quien resista, puede comprobar que, conforme el grupo de personajes se reduce, la película va cogiendo cuerpo. Incluso hay alguna que otra escena rodada con nervio, y los espectaculares escenarios cobran vida hasta convertirse en una verdadera amenaza. Pero no es suficiente para compensar el vacío de la primera hora, plagada de psicologismos baratos y diálogos torpes e insustanciales.
No me gustó Infierno blanco. La esperaba más entretenida, más sórdida, más dura. Hay en ella atisbos de todo eso, pero, desgraciadamente, la tónica general de la película va por otros derroteros. Creo que la clave está en el guion, que debería ser replanteado por completo. Pero ya es tarde para eso.

Es reconfortante que, en medio de tanta mercadotecnia, una película llegue al gran público mediante el boca-oreja. Y si, además, es una gran película, la satisfacción es mayor al haber rescatado de un casi seguro olvido a una cinta que de verdad merece ser vista por su profunda humanidad y su descacharrante sinceridad.
Intocable es la historia de una amistad contra todo pronóstico. Un aristócrata multimillonario y un expresidiario de origen somalí. Dos mundos completamente opuestos que felizmente chocan y se funden. La película de Nakache y Toledano cautiva desde el primer minuto, a pesar de que en alguna ocasión se salta algunas explicaciones y no se detiene en ciertos aspectos que darían mayor redondez a la historia (por ejemplo, la introducción es demasiado abrupta, rápida, atropellada).
Quitando esos pequeños fallos, Intocable es perfecta: es sincera, fresca, descarada, sin prejuicios ni irritantes moralinas. El ritmo es perfecto, los actores son de diez indiscutible, los aspectos técnicos están muy cuidados e incluso la banda sonora está cargada de energía. Intocable desprende vitalismo por todos sus poros, y al espectador no le queda más remedio que verla con una sonrisa en la boca. Cuando acaba, los ecos del pequeño mundo de los protagonistas aún resuenan en nuestra memoria, y sabemos que no pasará mucho tiempo hasta que volvamos a echarles una visita.
Sin ningún tipo de dudas, recomiendo Intocable a todo el mundo. Creo que tiene todo lo necesario para gustar a cualquier tipo de público. Seguramente por eso ha sido criticada por algunos. Pero a mí, esta película me ha conquistado. No lo puedo decir más claro.

El cambiazo es una comedia que coge de aquí y de allá para inventarse un argumento que dé juego con temas como la guerra de sexos o la inmadurez masculina. El recurso sobrenatural del que parte la trama es una copia descarada de Big. El cambio de vidas ya se ha utilizado en más de una ocasión. Y muchos otros episodios y gags que se ven a lo largo de la película. Pero, sorprendentemente, la mezcla funciona medianamente bien y la película salva los muebles en parte gracias a la química entre Jason Bateman y Ryan Reynolds, además de la presencia de un bellezón como Olivia Wilde.
De El cambiazo me llama mucho la atención cómo se echa mano de la sal gorda cuando se quiere reflotar la historia. Es un recurso fácil, pero aquí funciona. Desde luego, hay que ver esta película con el único objetivo de reírse un rato y dejar respirar al cerebro un poco; si le buscamos sutilezas o sorpresas, la decepción será mayúscula. Dentro de lo poco que puede aportar, El cambiazo asegura ingenio y buenos golpes de humor, unos protagonistas que desprenden buena química y, por qué no decirlo, la sensualidad de Leslie Mann y Olivia Wilde.
En contra claramente juega la ñoñería del último tramo de la cinta, aunque esto ya parece inevitable en este tipo de películas. La resolución de la trama es simplona y con mucho azúcar, muy empalagosa, y la duración también es recortable.
En fin, poco más puedo decir. Yo pasé un buen rato con El cambiazo, aunque al día siguiente no recordara poco o nada de ella. Recomiendo verla con los amigos más cafres que uno tenga.

El planeta de los simios siempre me ha parecido poco menos que una chorrada. Ya no me convencía la de Charlton Heston, y años después, el remake de Tim Burton le dio la estocada final. Ahora, Rupert Wyatt se propone explicar el origen de ese planeta de simios. Lo que viene siendo una precuela.
A priori, esta película no me interesaba nada. Pero empiezo a oír buenas críticas, diciendo que es un guion bastante aceptable y una historia bastante entretenida. Incluso empiezo a oir peticiones de nominación a Oscar para Andy Serkis por su trabajo en la caracterización de César, el simio "líder". Además, al frente de la película está James Franco, un actor solvente que me sorprendió en 127 horas. En fin, que hay que verla. Y la vi.
Una vez vista, debo decir que El origen del planeta de los simios es un entretenimiento inteligente y muy estimulante. Su historia está bien desarrollada y su puesta en escena está bastante cuidada. La película podría haber sido más convencional y más trillada, pero se nota en ella un cuidado especial y un deseo irrenunciable de sorprender al espectador, sin necesidad de vueltas de tuerca exageradas o inverosímiles. Seguro que el guion tiene sus trampas, pero yo no se las veo, porque la película tiene redondez, es coherente (o lo parece) de principio a fin y no se ve en ella intención de engañar al espectador o de tapar agujeros burdamente. Es sencilla y está bien contada, con un sentido inteligente del espectáculo. No hay en ella artificiosidad ni intentos de rizar el rizo. Para mí, todo esto es aval suficiente.
El origen del planeta de los simios sorprenderá a los más escépticos (como yo). Es una muy digna precuela que arroja nueva luz sobre la historia original. Y, sobre todo, es un entretenimiento bastante bueno.

Al igual que La red social no hablaba de ordenadores, Moneyball no es una película sobre béisbol. Bueno, sí lo es, pero no es una película que se dedique a filmar largas secuencias de partidos y engorrosas explicaciones técnicas sobre el juego.
Si relaciono estas dos películas es porque en ambas hay un guion de por medio del genio Aaron Sorkin. En todas las historias que han llevado la firma Sorkin se aprecia una querencia por retratar a personajes que han intentado ir más allá en su trabajo, en sus sueños, personas que han querido romper las reglas, que han luchado contra lo establecido. Son historias de un humanismo profundo, teñidas de humor, patetismo y un punto de tragedia. En Moneyball, todo esto se materializa en la historia de Billy Beane (Brad Pitt), un exjugador de béisbol convertido en manager de los Athletics de Oakland, que, tras serle desmantelado el equipo tras la temporada, decide remodelarlo por completo aplicando un método matemático que permita ahorrar en recursos económicos. Por supuesto, este planteamiento le traerá no pocos problemas, sobre todo con los más puristas.
La película de Bennett Miller luce un reparto de primera. Al principio, parece que no encajamos a Brad Pitt en este tipo de película, pero enseguida su carisma y su buen hacer nos convencen de lo contrario. Jonah Hill es aún más extraño como partenaire de Pitt, pero también sale a flote con una interpretación contenida y seria. Philip Seymour Hoffman, en un papel breve, no falla, al igual que el resto de secundarios.
Yo ni siquiera entiendo el reglamento del béisbol. No importa. No hace falta ser fan de este deporte para disfrutar plenamente de esta película. Moneyball no habla de béisbol, sino de sus entresijos, de quienes lo hacen posible, y de quienes han decidido ir contracorriente para ser fieles a sus convicciones. Es una película muy cuidada, excelentemente escrita, con unos diálogos fenomenales y unos actores muy inspirados. Realmente, se disfruta mucho.

Si hubiera que ponerle un nombre a la violencia en el cine, ese sería el de Sam Peckinpah. Un director magistral que en cada una de sus películas exploró los límites del hombre y la irrupción de la violencia en su vida. Ya fuera en un western como Grupo salvaje, en la Segunda Guerra Mundial de La cruz de hierro o en esta impactante Perros de paja, el tema principal de todas las películas de Peckinpah siempre fue la violencia, en todas sus vertientes.
Perros de paja es la historia del intelectual, del hombre civilizado enfrentado a la barbarie. Dustin Hoffman interpreta a David Sumner, un matemático norteamericano que se busca un retiro rural en la campiña inglesa junto a su mujer para escribir un libro. Allí, la atmósfera se enrarece paulatinamente y los habitantes del pueblo parecen centrar sus fobias en el extranjero, hasta involucrarlo en un suceso donde la violencia se desencadena de manera brutal. La pregunta que surge siempre es incómoda: ¿hay situaciones donde la violencia es lícita? ¿Y si no fuera solo lícita, sino necesaria?
Perros de paja no da respuesta fácil, ni siquiera creo que dé una respuesta. Peckinpah cuenta su historia y deja que nosotros saquemos conclusiones. Además, son muchas las ambigüedades que pueblan la trama, sobre todo en la actitud de Amy (Susan George), la mujer de David. El resultado es una película desconcertante, que comienza un poco lenta, pero que alcanza un clímax bastante intenso, que demuestra la capacidad de Peckinpah para crear atmósferas insanas, para hacer que el aire que respiran los protagonistas se vuelva raro, denso. El clima de Perros de paja se vuelve agobiante, asfixiante, y sobre todo se cierne la amenaza.
Peckinpah consigue, con Perros de paja, un notable thriller con ribetes incluso de terror psicológico; pero, más allá de etiquetas, Peckinpah consigue erizarnos el vello con la historia de esta pareja normal y corriente envuelta, sin comerlo ni beberlo, en la más sucia violencia. No es una película que te deje indiferente. Tal vez no sea la mejor película de Peckinpah, pero sin duda removerá las tripas al espectador más avezado.

No sé si la intención de Eduard Cortés es hacer un Ocean's Eleven patrio, o siquiera si ha buscado inspiración en la trilogía de Soderbergh, pero puedo asegurar que su película, aunque no tan buena, mantiene el tipo a base de oficio y de una historia original.
En The Pelayos es fundamental un buen cast. Actores con gancho, frescos, descarados. No sé si Daniel Bruhl encaja en esa descripción. Para ser el cabeza de la banda, su actuación es irregular. En cambio, sorprenden Miguel Angel Silvestre y Oriol Vila, como un par de cafres con mucha gracia. Los veteranos Lluis Homar y Eduard Fernández cumplen. Las chicas no brillan, pero tampoco se les puede pedir más a los escasos minutos de que disfrutan.
Cortés desarrolla una historia original, pero un tanto limitada. No conozco la historia real de esta familia, pero hubiera estado bien asistir a todas sus andanzas, no solo a una parte. Tal vez así la trama sería más rica, más entretenida, y no se estancaría de vez en cuando. Da la impresión de que Cortés tiene que pegar golpes de efecto de vez en cuando para darle marcha al asunto, para que la película no se ponga en piloto automático.
En fin, The Pelayos es entretenida a ratos, contiene buenos momentos, pero no se desprende en ningún momento de cierta pátina de película menor, de telemovie de domingo por la tarde. Hay buenas intenciones en ella, pero no alcanza la redondez. Supongo que el reparto y el argumento auguraban algo grande. No es así.