Quién iba decir que esta simpática comedia romántica sin pretensiones iba a convertirse en una de las películas más populares de los noventa. El secreto de su éxito radica en actualizar certeramente el cuento clásico de la Cenicienta en clave adulta. Si a eso añadimos la encantadora interpretación de la novia de América, Julia Roberts con su kilométrica sonrisa que fue nominada al oscar, el atractivo de las canas de un Richard Gere cuarentón, junto a la marchosa canción homónima de Roy Orbison, el resultado es un descomunal éxito de taquilla, no tanto de crítica, y una película que trascendió a su época para convertirse en un clásico moderno. Cada vez que la emiten por televisión siempre se cuela entre los programas más vistos del día y ya tiene 32 años.

Algunos señalaron que era moralmente rechazable el romance entre una puta y un tiburón de los negocios sin escrúpulos, a ambos solo les mueve la codicia por el dinero y no son buenos ejemplos para una historia romántica, pero al público le dio igual porque quiso creer que el amor entre ambos era posible. Había tan buena química entre Roberts y Gere que la relación tenía que funcionar y funcionó, de hecho, a finales de los noventa volvieron a trabajar juntos en Novia a la fuga, una especie de secuela no declarada de la que nos ocupa.

El vampiro de Düsseldorf es probablemente el mejor film de Fritz Lang en su etapa alemana.

Se trata de una intriga criminal que no se limita a contar la minuciosa investigación de la policía para capturar a un asesino de niños, sino que se centra también en explicar los motivos del asesino para comprender su comportamiento. Una historia en la que se habla además de los deseos de la gente de tomarse la justica por su mano ante crímenes tan execrables.

La película no ha perdido un ápice de interés a pesar de sus años, y está contada con el ritmo cinematográfico que exigía el nuevo cine sonoro.

Un magistral Peter Lorre encarna al asesino, en el que sería su prometedor debut cinematográfico, y le da a su personaje un aire inquietante con esa fea sonrisa que tiene y sus característicos ojos saltones.

Fantasmas de Marte es la última película presentable de John Carpenter, la última que tuvo cierta repercusión y sin embargo fue un fracaso de crítica y público que llevó a su responsable a un prolongado cuasi-retiro que dura hasta nuestros días. Y es que el cine de Carpenter experimentó su declive a lo largo de los noventa y a comienzos del siglo XXI este tipo de producciones de serie b no estaban de moda, a pesar de que hubo varios films estrenados en esa época ambientados en Marte como, Planeta rojo, Misión a Marte o ésta que nos ocupa. Todos ellos fracasaron por cierto.

Si se hubiese estrenado veinte años antes habría sido rentable y hablaríamos seguramente de una película de culto. Con el tiempo las malas críticas que tuvo durante su estreno se han suavizado y es precisamente el factor tiempo el que la puede rescatar del olvido y reivindicarla como se merece. De hecho, pienso que la época actual es más propicia para este tipo de propuestas.

La película es un compendio de las obras más representativas de la filmografía de su autor. Recuerda a Asalto a la comisaría del distrito 13, por la acción localizada en un escenario cerrado, La noche de Halloween, por ese líder de los villanos descuartizando humanos, Rescate en Nueva York, por esos zombies sanguinarios, La cosa, por esa criatura invisible y maligna que se apropia de cuerpos ajenos para destruirlos e incluso El príncipe de las tinieblas por idéntico motivo.

Fallos que le encuentro y que explican su hundimiento son, por un lado que la trama no cautiva al ser muy convencional, las escenas de acción son bastante discretas y algunos diálogos entre Jason Statham con pelo y Natasha Henstridge son ciertamente ridículos. No obstante, si te gusta el cine de Carpenter no te decepcionará del todo, el paso del tiempo no la está tratando mal y resulta medianamente entretenida.

Probablemente estemos ante la mejor película de Fritz Lang.

La historia de un honrado cajero de banco que es seducido por una femme fatale para desplumarle con la ayuda de su novio, supone uno de las aproximaciones más acertadas sobre el sentimiento de culpa y la manera en que algunos hombres pierden la cabeza por una mujer, que se hayan realizado jamás.

Un perfecto Edward G. Robinson en el papel de timorato cajero con sensibilidad para la pintura, que cae en las redes de una atractiva aspirante actriz que lo lleva a cometer un robo en su propio banco para poder sufragar sus costosos gastos. Cómo ella y su novio engañan y degradan a una persona noble y generosa hasta llevarlo al límite.

Las diabólicas es otro de los grandes títulos del cine francés de los años cincuenta dirigida por H.G. Clouzot, el responsable de la magistral El salario del miedo.

Cuenta la historia de dos mujeres que planean el asesinato del director de un colegio esposo de una de ellas. Una vez perpetrado el crimen tratan de deshacerse del cuerpo tirándolo a la piscina del colegio. Sin embargo, cuando el encargado la vacía el cuerpo ha desaparecido. La esposa incapaz de soportar los remordimientos de conciencia, comienza a ver resentida su salud ante los inesperados acontecimientos que se van sucediendo y con la ayuda de un detective trata de esclarecer la verdad del asunto.

Se trata de una obra de suspense e intriga con unos personajes creíbles que mantiene el pulso hasta su sorprendente final. Le falta el típico humor negro de Alfred Hitchcock.

En 1996 fue objeto de un remake protagonizado por Sharon Stone, Isabelle Adjani y Chazz Palminteri que obtuvo malas críticas y fracasó en taquilla.

Un maduro sheriff de una población rural trata de desmantelar con la ayuda de un agente federal las destilerías ilegales que hay en la zona. En una de ellas trabaja una joven y guapa muchacha que cautivará al policía, que se debatirá entre encubrirla o detenerla junto a su padre y hermanos.

El veterano Gregory Peck protagoniza esta peculiar historia de amor en la que se muestra hasta qué punto puede perder la cabeza un hombre por el amor de una mujer. Peck está soberbio encarnando a un tipo con un matrimonio en crisis que se encapricha de una atractiva joven hasta rozar la tragedia.

Dirección del siempre competente John Frankenheimer, canciones de Johnny Cash, gran guion y buen reparto, es decir, todo lo que se necesita para hacer una buena película como ésta.

Los sobornados fue otro de los grandes títulos de su autor, el alemán Fritz Lang, que en su forzado exilio americano siguió demostrando su inmenso talento en obras como La mujer del cuadro, Encubridora o Perversidad, entre otras.

Nadie mejor que el duro Glenn Ford para protagonizar esta historia policíaca sobre la corrupción generalizada, cuya trama pone de manifiesto la complicidad y la cobardía de aquellos que encubren al poderoso corrupto, que con amenazas y coacciones tiene a todo el mundo controlado, desde la policía, pasando por los políticos, hasta las chicas de las que se rodea, que prefieren vivir una vida de lujo antes que volver al arrollo aunque eso suponga para ellas todo tipo de abusos.

El interés por el ocultismo, el vudú y la magia negra tuvo un momento de efervescencia a finales de los ochenta con el estreno simultáneo de películas como La serpiente y el arco iris, El corazón del ángel o ésta que nos ocupa.

En Los creyentes se cuenta la historia de un padre recién enviudado que se muda con su hijo pequeño a Nueva York donde tienen lugar una serie de asesinatos macabros de niños a manos de practicantes de brujería.

El propio Mike Spillane encarna a su personaje Mike Hammer en esta descafeinada historia sobre las pesquisas del duro detective en busca de un asesino reincidente.

Le encuentro dos problemas graves, el primero una trama poco atractiva e irrelevante y el segundo la elección de Spillane para protagonizarla. No le veo en el papel, le falta carisma, atractivo, más bien parece un pistolero de la mafia que un duro y seductor detective. No hay química con su partenaire y no se puede compensar todo esto mostrando a la hermosa Shirley Eaton en biquini cada dos por tres.

En definitiva estamos ante una de las adaptaciones menos afortunadas de las novelas de su autor.

A pesar de contar en su reparto con el inigualable Gene Hackman, la película fue un fracaso de taquilla. Las pelis de atracos siempre están de moda pero tanto ésta como la protagonizada por Marlon Brando y Edward Norton, Golpe maestro, fracasaron aquel año en favor de Ocean´s eleven que sí triunfó en gran medida por un reparto de nuevas estrellas que causó sensación.

Tiene todos los alicientes para un gran film, guion de David Mamet que siempre es una garantía, con unos diálogos brillantes e ingeniosos y que además se encarga de dirigir, secundarios de lujo como De Vito, Delroy Lindo, o el aún por aquel entonces casi desconocido Sam Rockwell, apreciable banda sonora y una historia ya conocida pero con las suficientes sorpresas como para no defraudar. La trama va al grano y se sigue con interés sin perderte a pesar de algunos giros del guion que retratan los engaños y traiciones de sus protagonistas y el resultado final es satisfactorio.

Se trata de un buen film de atracos digno de verse aunque sea por ser una de las últimas películas de Hackman que merecen la pena.

John Hughes fue un verdadero experto a la mostrar los problemas e inquietudes de los adolescentes en la pantalla grande en clave de humor. 16 velas fue de las primeras y la protagoniza la encantadora Molly Ringwald, su actriz fetiche con quien también colaboraría en El club de los cinco.

Cuenta la historia de una joven insatisfecha con su vida al ser incapaz de expresar sus sentimientos al chico que le gusta. También se siente frustrada porque nadie en su familia se acuerda de su dieciséis cumpleaños, una edad que ella considera especial porque simboliza la puerta de entrada a la madurez.

Cuando la película se centra en el personaje encarnado por la atractiva Molly Ringwald la trama cobra interés sin embargo el guion también incluye la obsesión de un simpático y descarado Anthony Michael Hall por desvirgarse cuanto antes. Él junto a Gedde Watanabe aportan las notas de humor pero se trata de un humor tontorrón que para mi gusto lastra el resultado final lo que hace que no deje de ser una propuesta pasable sin más.

El todoterrreno Robert Aldrich que triunfó sobre todo en el western y en el cine bélico, consiguió con El beso mortal uno de los mejores títulos del cine negro de todos los tiempos. Está basada en una novela de Mike Spillane, creador del famoso detective Mike Hammer que ha sido adaptado al cine en numerosas ocasiones. Ésta quizá sea la mejor de ellas.

Un convincente Ralph Meeker encarna al duro detective en una historia que atrapa desde el primer momento y que tiene uno de los finales más inesperados que se hayan visto nunca. Filmada en los cincuenta en plena paranoia nuclear, el guion desarrolla una trama ambientada en los bajos fondos de Los Ángeles, que se enreda hasta el sorpresivo final en el que el espectador también está ansioso por conocer el contenido de la misteriosa caja.

La resolución de la intriga me desconcierta un poco como me suele pasar en muchas historias de cine negro, no me termina de cautivar pero reconozco el talento de su director para crear una buena atmósfera de misterio con una cuidada fotografía, un eficaz montaje que ayuda a seguir la trama con relativa facilidad y una calculada y brillante puesta en escena. No es sólo lo que te cuentan sino cómo te lo cuentan.

Antes de dirigir con éxito varias películas de James Bond entre los sesenta y setenta, Lewis Gilbert acreditó su solvencia a la hora de narrar historias de acción con este digno film bélico de ribetes románticos protagonizado por una viuda de guerra que decide convertirse en espía durante la Segunda Guerra Mundial.

Es una de las pocas películas protagonizadas por mujeres dentro del género de espionaje y lo cierto es que Virginia McKenna sale airosa del asunto con una meritoria interpretación que le valió una merecida nominación a los premios Bafta.

Gilbert imprime buen ritmo a la trama y la película se deja ver con agrado. Se trata de un título olvidado hoy en día pero si eres aficionado al cine bélico merece la pena darle una oportunidad. A mí desde luego me ha gustado.

Primera película relevante en la filmografía de Mrtin Scorsese que trata de sus obsesiones más recurrentes, la religión, el sexo y la violencia, y que supone una radiografía de la mafia neoyorkina de los bajos fondos en el barrio de Little Italy.

Protagonizada por sus dos actores fetiches, unos treintañeros Harvey Keitel y Robert De Niro, cuenta la historia de los trapicheos de un grupo de mafiosos de medio pelo y de los problemas que su protagonista tiene con su mejor amigo que anda metido siempre en líos debiendo dinero a todo el mundo.

Ambos están magníficos en sus papeles, en especial De Niro, que ya empezaba a dar muestras de su inmenso talento con su perturbadora interpretación del agresivo bala perdida de Johnny Boy. En el reparto también figura el propio director encarnando a un pistolero mafioso, así como la aparición estelar de dos de los hermanos Carradine, David y Robert.

Scorsese demuestra su virtud en la dirección con este vibrante film gangsteril, género en el que se mueve como pez en el agua, gracias al montaje y a una cámara inquieta que mete de lleno al espectador en meollo de la acción. Si a eso añadimos los excelentes temas escogidos para la banda sonora, tenemos una obra muy digna que ha envejecido francamente bien.

Un gran guion y el estupendo trabajo de su protagonista hacen que merezca la pena rescatar del olvido esta divertida comedia sobre la fama y los personajes que las estrellas inventan para sobrellevarla.

No tuvo que costarle mucho trabajo a Peter O´Toole interpretar el papel de una veterana y famosa estrella de cine, que acepta trabajar en un show para la televisión en directo a cambio de solucionar sus problemas con hacienda. Su personaje no es más que una proyección de la entrañable personalidad de O´Toole que borda su papel con una nueva nominación al oscar en su haber de un total de ocho sin conseguirlo, al final tuvieron que darle uno honorífico para compensarle.

Bajo la apariencia de una insustancial comedia romántica y juvenil, tan de moda en los ochenta, se esconde una muy interesante historia sobre los problemas que atañen a los jóvenes de cualquier época sobre la importancia que dan a la popularidad y a cómo los problemas que se originan en los institutos se trasladan luego a la vida adulta.

Hoy como entonces, la fama, el reconocimiento, la popularidad o el prestigio representan una obsesión para la juventud como posteriormente en el mundo adulto. Es cierto, que no todos los más atractivos y carismáticos son superficiales y estúpidos, los hay muy inteligentes también, personas que tiene todos los dones, de la misma manera que no todos los menos agraciados son los más espabilados. La película tiene concesiones al humor facilón para no olvidarnos de que se trata de una comedia juvenil pero la trama es muy seria y eso que todavía no existían las redes sociales.

Patrick Dempsey con los años acabó convirtiéndose en un todo un sex symbol gracias al éxito de la serie de Anatomía de Grey. Una especie de patito feo que irónicamente en esta película interpreta al pringado empollón protagonista.

En su día fue un fracaso comercial considerable pero lo cierto es que se trata de una impactante comedia agridulce que sí gozó del favor de la crítica dirigida por el inquieto Martin Scorsese y protagonizada por su actor fetiche Robert De Niro.

Cuenta la historia de un comediante que ansía a toda costa convertirse en estrella de la televisión y tener su propio programa, para ello estará dispuesto a hacer lo que sea con tal de conseguir realizar su sueño. Junto a una amiga tan perturbada como el, secuestran al presentador estrella y amenazan con asesinarlo sino le dejan salir en televisión en horario de máxima audiencia para realizar su número.

Al principio empatizas con el personaje principal en su afán por triunfar y lograr su objetivo, su tenacidad, su paciencia, su ilusión, porque de alguna manera crees que así es como se consiguen las cosas en el mundo del espectáculo. Sin embargo, a medida que transcurre la película te das cuenta de que se trata de un sociópata que lleva demasiado lejos el personaje que interpreta y que incluso puede resultar peligroso.

En la época de su estreno fracasó en taquilla puesto que la gente entonces quería comedias facilonas y estúpidas al estilo de El pelotón chiflado, Locos de remate o Faldas revoltosas. La idea de una comedia tan agria no gustó, de hecho resulta más inquietante que cómica con un final paradójico. (spoiler)

La influencia de la película queda patente en la archi popular Joker, que supone una mezcla entre el personaje principal de Taxi driver y el de El rey de la comedia.

Jerry Lewis y Robert De Niro, junto a la que era su esposa por aquel entonces, la atractiva Diahnne Abbott, bordan sus papeles, acompañados por la siempre antipática Sandra Bernhard, el cameo de su director y la aparición fugaz de un jovencísimo Jim Carrey, así como el debut de Mary Elisabeth Mastrantonio.

Las películas de Lucio Fulci por lo general suelen ser sangrientas y enfermizas sin embargo ésta es una de las raras excepciones.

Se trata de una historia de misterio y suspense con tintes sobrenaturales, sobre las premoniciones de una atractiva mujer que es capaz de prever un asesinato a partir de unas extrañas visiones que la atormentan. La protagonista inicia una investigación por su cuenta con la ayuda de su psiquiatra y juntos comienzan a unir las piezas del rompecabezas que señalan a ella como la víctima y a su marido como el asesino.

Para mi gusto es una de las mejores de su autor que no se limita a exhibir crueles asesinatos sin ton ni son sino que desarrolla una trama interesante con un guion trabajado que mantiene el pulso y se ve potenciada por la belleza de su protagonista y la inquietante mirada de sus espectaculares ojos.

Fallida comedia de espionaje protagonizada por el caricato Chris Rock y el siempre correcto Anthony Hopkins, producida por Jerry Bruckheimer en un intento de convertirlo en el Eddie Murphy del siglo XXI con decepcionantes resultados.

La primera hora es bastante decente, cuando a Chris le enseñan a parecerse a su hermano, es la parte cómica y si te gusta su humor te reirás con sus ocurrencias, sin embargo a partir de ahí la película se desinfla sin control hasta el suspenso.

La parte seria no funciona por previsible e inverosímil. Sus giros de guion producen indiferencia y la acción es lo de siempre sin sorpresas ni originalidad alguna, al final se te hace larga y estás deseando que acabe cuanto antes.

En plena moda del género de terror debido al éxito de El exorcista, se estrenó esta estimable producción sobre reencarnaciones que sin ser tan popular, ha resistido bastante bien el paso del tiempo.

Cuenta la historia de una niña de once años que sufre terribles pesadillas y al mismo tiempo su familia es acosada por un misterioso personaje que los vigila a cada momento.

Se trata de una propuesta seria y rigurosa, no esperes encontrar aquí vómitos, sangre y casquería o cualquier otro golpe de efecto, que no solo se centra en el lado terrorífico, que también lo hay, sino que incluye una reflexión interesante acerca de la idea de la reencarnación que tiene el hinduismo con su visión del alma como algo sagrado e inmortal, gracias a lo cual sus seguidores no temen a la muerte y se respetan mutuamente.

Fue uno de los últimos trabajos de su director, el gran Robert Wise, que demostró una vez más su versatilidad para desenvolverse en toda clase de géneros y su buen estado de forma le capacitó para dirigir un par de años después una superproducción como Star Trek.

Destacaría además el excelente trabajo de los actores, con el siempre correcto Anthony Hopkins a la cabeza, pero también el de la atormentada madre encarnada por Marsha Mason y el de la hija interpretada por la joven Susan Swift. Las pesadillas que tiene y la escena final durante la sesión de hipnósis resultan inquietantes.

En el apartado técnico, tenemos la brillante partitura de Michael Small que contribuye decisivamente a potenciar el clima angustioso y perturbador de la trama, y por otro lado, la elegante fotografía de Victor J. Kemper.