Un reboot, palabra que usan constantemente en la película, vendría a ser una especie de reinicio, pero Scream 4 es más una secuela, o una reinvención de la saga, que eso. Ahora el asesino lo que pretende es rememorar los macabros sucesos acontecidos en la primera parte, mientras que nuestra heroína, Sidney (Neve Campbell), quien regresa a Woodsboro para promocionar su exitoso libro de autoayuda, sólo quiere empezar de nuevo. Pero eso es algo que, obviamente, no parece tarea fácil, ya que al volver a su ciudad se encuentra con varios amigos, Dewey (David Arquette) y Gale (Courteney Cox), pero también con un viejo conocido: Ghostface.

Han pasado once años (demasiado tiempo para los fans acérrimos como yo) desde el estreno de Scream 3, la más floja de la trilogía inicial (maldito Ehren Kruger), pero la espera ha merecido la pena. Y es que el resultado final es muy superior al ofrecido por la mencionada tercera parte, estando casi al mismo nivel que los dos primeros (y excelentes) trabajos que dieron inicio a la saga.

Scream 4 es un regreso a lo grande, el guión de Williamson recupera los guiños y homenajes que tanto se echaron en falta en la película anterior, las interpretaciones (atención a Hayden Panettiere, quien demuestra ser una insigne robaplanos), las cuales se mueven entre la seriedad (el caso más evidente lo encontramos en Neve Campbell) y el histrionismo casi paródico (Marley Shelton), son más que correctas, las muertes se acumulan sin control (hay muchas más que en cualquiera de las anteriores entregas) y su ritmo no da tregua y logra que su más de hora y media de duración sepa a poco. Eso sí, parece realizada por y para fans, aunque eso no impide que sea simplemente genial.

El catalán Jaume Collet-Serra dirige esta cinta de terror cuyos protagonistas son un grupo de jóvenes que, capitaneados por dos hermanos, Carly (Elisha Cuthbert) y Nick (Chad Michael Murray), se pierden y van a parar a un extraño pueblo cuyo gran reclamo es una aterradora casa de cera. Lo peor vendrá después, cuando descubran que las figuran que pueblan el lugar son demasiado reales…

Esta película es más conocida por haber sido la primera gran incursión (anteriormente había realizado varios trabajos menores o aparecido muy brevemente en otros de mayor envergadura) cinematográfica de Paris Hilton (para desgracia de su director, quien en más de una ocasión ha declarado que su participación fue impuesta por el estudio). Y sí, su interpretación es una basura, aunque lo cierto es que tampoco son mucho mejores las llevadas a cabo por el resto de actores (casi todos caras bonitas salidos de la pequeña pantalla).

Pero su lamentable reparto no es lo peor de La casa de cera, dicho honor recae en su falta de acción, ya que hasta bien entrada la segunda mitad de película no ocurre prácticamente nada, lo cual, y teniendo en cuenta que ni actores ni diálogos dan mucho de sí, es algo muy negativo. Menos mal que el clímax final y alguna escena suelta del último acto son lo suficientemente estimulantes como para que su visionado no sea una pérdida de tiempo.

Hay películas cuyas escasas pretensiones hacen que uno las valore más, se podría decir que eso ocurre con ésta. Si bien, es cierto que también ayuda, y mucho, su falta de pudor a la hora de abordar las escenas más sangrientas o la comicidad que desprenden algunas de ellas.

El protagonista es Jensen Ackles, quien interpreta a un joven que regresa a su pueblo natal cuando se cumplen diez años de la masacre perpetrada por un maníaco (vestido de minero) que estuvo a punto de costarle la vida. Dicho retorno coincidirá con el inicio de otra serie de terrible asesinatos.

La historia es bien sencilla, las interpretaciones mortalmente malas (¿qué otra cosa se puede esperar de semejante plantel de actores?) y el final un tanto agridulce, aunque su desvergüenza y colección de escenas pintorescas (a destacar la que tiene lugar en el motel) hacen que sea más entretenida que muchas otras cintas de terror juvenil de similares intenciones pero menos descreídas. No estamos ante una buena película, pero al menos no engaña a nadie con falsas milongas.

Nunca he sido fan de Star Trek, ni de las distintas series ni de los largometrajes, por eso no entraba en mis planes, ni remotamente, ver esta nueva entrega cinematográfica. Pero J.J. Abrams ha conseguido llamar mi atención (y seguro que la de muchos otros) con una astuta e interesante idea: comenzar una nueva franquicia que pueda atraer tanto a los iniciados (digamos que es una especie de precuela con sorpresas) como a los que no conocen demasiado, más allá de nombres y lugares comunes, de tan extensísima saga.

Esta película nos narra los inicios de Kirk (Chris Pine) y Spock (Zachary Quinto), de seguro (y con diferencia) los dos personajes más importantes de Star Trek, desde su infancia hasta su primera gran misión conjunta.

Se nota que el estudio parecía confiado en su fiabilidad y por ello invirtió dinero en el proyecto, ya que los efectos especial son de primer orden. Afortunadamente, detrás de ellos encontramos a un nutrido grupo de solventes intérpretes (al menos no resultan irritantes, lo cual es ya todo un logro) y una historia que, si bien contiene algunas lagunas, resulta atractiva. Si dejamos de lado los diálogos y personajes infantiloides (está claro que hay que contentar al público juvenil, ya que son, al fin y al cabo, los que hacen que producciones de este tipo triunfen en taquilla) o un malo algo desaprovechado, nos encontramos con una película de ciencia ficción y aventuras fresca, no innovadora pero sí de lo más entretenida. Además, no resulta tan descaradamente insultante como otras superproducciones repletas de efectos pero huecas e insustanciales.

Jessica Lowndes es, con diferencia, el rostro (catódico) más popular de esta aparatosa serie B. La misma versa sobre el accidentado viaje aéreo que sufren un grupúsculo de insufribles niñatos, viaje que comienza a ir mal cuando se desata una inesperada tormenta eléctrica y empeora todavía más al hacer acto de presencia un terrorífico monstruo.

El cartel de la película es francamente llamativo, pero lo que ésta acaba ofreciendo es bien distinto. No hay acción hasta bien entrado el acto final, los personajes resultan planos e insufribles (uno casi agradece cuando van desapareciendo) y las interpretaciones dejan bastante que desear. Sólo alguna escena suelta (véase cuando uno de los personajes tiene que salir, en pleno vuelo, al exterior sujeto únicamente por una soga), la fotografía (la cual otorga a la cinta un acabado más que digno) o los efectos especiales (sobre todo en lo que se refiere a la breve aparición del monstruo) destacan entre tanto desastre.

Takashi Shimizu no sólo ha realizado varias secuelas (y versiones) de La maldición (Ju-on), su trabajo más conocido, sino que también se ha ocupado del pertinente remake americano, el cual guarda muchísimas similitudes con la película original.

Sarah Michelle Gellar es la protagonista e interpreta a Karen, una joven americana (y residente en Japón) que comienza a sufrir espeluznantes visiones tras visitar la casa en la que comienza a trabajar como cuidadora.

Los que hayan visto las anteriores versiones de Shimizu encontrarán pocos alicientes en esta cinta, más que nada porque apenas existen diferencias entre ellas. El director conserva aquí tanto la esencia de la historia como el pausado tempo con que es narrada, mientras que Sarah Michelle Gellar ofrece una buena interpretación que brilla por su contención, alejándose sustancialmente del tono empleado en otros de sus trabajos dentro del género, como Sé lo que hicisteis el último verano (I Know What You Did Last Summer) o Scream 2. El grito no es un largometraje demasiado novedoso, pero sí mejor que otros remakes de similares características.

Tras la excelente acogida de El orfanato Belén Rueda regresa al cine de género, aunque lo cierto es que esta película (y en contra de lo que pueda parecer) poco o nada tiene que ver con el exitoso largometraje de Bayona.

La historia da inicio con el aparente suicidio de Sara (Belén Rueda) y con la posterior investigación que su hermana, Julia (también interpretada por Rueda), lleva a cabo para averiguar el porqué de tal suceso. Para complicar aún más las cosas la enfermedad que padece esta última, y que dejó ciega a Sara, comienza a mostrar síntomas de empeoramiento.

Aunque Los ojos de Julia fuese vendida como una película de terror sobrenatural lo correcto sería indicar que estamos ante un giallo en toda regla, uno que, además, guarda ciertas semejanzas con los llevados a cabo por Dario Argento durante los setenta. Pero Argento no es el único director al que Morales parece admirar, ya que varios momentos recuerdan sobremanera (a estas alturas tal vez debería dejar claro que creo que el director demuestra talento a pesar de tanta "inspiración" externa) al maestro del suspense: Hitchcock. Es una pena que al final sus infinitas incongruencias, las sobreactuaciones (en este apartado no se libra nadie, repito, nadie) y su excesivo metraje acaben siendo un lastre demasiado grande.

Se nota que Wirkola es fan de Posesión infernal (The Evil Dead), y no sólo porque sus protagonistas hagan algún guiño a la famosa película de Sam Raimi, sino porque este largometraje también comienza con un grupo de amigos dirigiéndose hacia una cabaña apartada de la civilización, cabaña en la que sufrirán un terrible ataque sobrenatural. Aunque en este caso los atacantes son zombis, zombis nazis, para ser más exactos.

De esta película se ha hablado bastante, puede que sea por la gracia de mezclar zombis y nazismo (hecho que es más una anécdota que otra cosa) o por cierto homenaje a la ya mencionada cinta de Raimi o a los primeros trabajos de Peter Jackson. Pero el caso es que Wirkola tiene poco que ofrecer, el argumento es simple y ya se ha visto miles de veces, los personajes están poco definidos y las escenas de acción se presentan farragosas y caóticas. Sin embargo, la película da lo que promete (aunque tarde en hacerlo): cantidades ingentes de sangre y casquería acompañadas de cierto toque cómico.

Hay algo entrañable (sí, ya sé que usar la palabra entrañable en este contexto es muy raro) en las películas de terror juvenil de los ochenta. Puede que sean sus estrambóticas bandas sonoras (atención a la genial partitura con que cierra esta cinta), los peinados (y vestimentas) imposibles que lucen sus protagonistas o cierta afición por las tramas y muertes rocambolescas. Todo ello está presente, aunque no siempre para bien, en Cumpleaños mortal.

La película nos narra cómo un grupo de descerebrados jovenzuelos (¿quiénes si no?), entre los que destaca Virginia (Melissa Sue Anderson), una joven que tras sufrir un aparatoso accidente ha medio perdido la memoria, son liquidados por un despiadado asesino.

Sí, es cierto que en Cumpleaños mortal se dan cita la mayoría de constantes antes destacadas, pero no es menos cierto que algunas acaban perjudicando, y mucho, al resultado final, como por ejemplo sus numerosas incongruencias narrativas o, sobre todo, su absurdo clímax final. Tampoco ayuda demasiado su excesiva duración. En su favor hay que decir que algunas muertes (aunque gran cantidad de ellas tengan lugar fuera de pantalla) resultan de lo más truculentas. Lo mejor: lo chocante que es ver a Melissa Sue Anderson, la dulce (y ciega) Mary Ingalls de La casa de la pradera (Little House on the Prairie), en un trabajo de estas características.

Siento una especial debilidad por las películas bizarras, que luego resulten ser (como pasa la mayoría de las veces) una basura es otro cantar. Humor y casquería se dan la mano en esta producción neozelandesa (la cual guarda ciertas similitudes con los primeros trabajos de otro famoso neozelandés: Peter Jackson) protagonizada por manadas de ovejas asesinas (¿acaso no lo deja claro el título en español?).

He de señalar que me sorprendió el acabado de la película, ya que esperaba algo más cutre o cercano a la serie B. Pero con esto no quiero decir que Ovejas asesinas sea una buena película, ya que es más bien un chiste alargado en demasía y cuyo estrafalario devenir llega a resultar algo cansino. Esta cinta es de las que sólo se disfrutan (es un decir) viendo en compañía, echándose unas risas y olvidándose de ella una vez acaba. Buscar algo más es perder el tiempo.

Tras una alabada carrera como cortometrajista Luiso Berdejo debuta a lo grande (o por lo menos sobre el papel así lo parecía) en la dirección de largometrajes. Y lo hace con una historia de terror (género que no para de dar alegrías a nuestra alicaída cinematografía) protagonizada por Kevin Costner.

El actor da vida a un padre de familia que se muda junto a sus dos hijos, Louisa (Ivana Baquero) y Sam (Gattlin Griffith), a una vieja casa cerca de un pequeño pueblo. Pero, al poco de instalarse su hija comienza a mostrar un comportamiento de lo más sospechoso.

Las historias que versan sobre familias que tras mudarse comienzan a presenciar sucesos extraños son todo un cliché dentro del cine de género. Por eso el éxito de trabajos como el que nos ocupa depende en gran medida de la calidad de sus intérpretes (los cuales aquí simplemente cumplen) y, sobre todo, de la capacidad del director para crear una atmósfera inquietante (algo que, a pesar de mostrar cierto estilo, Berdejo no acaba de lograr). La otra hija, por muy correcto que sea su acabado, ni ofrece nada nuevo ni su trama engancha.

El éxito de este largometraje propició que Hollywood se dedicase a producir mil y un remakes de distintas películas japonesas de terror, casi todas con un denominador común: contar con apariciones fantasmales de féminas con largas y oscurísimas melenas.

Naomi Watts es la protagonista e interpreta a una periodista que comienza a estudiar una extraña historia que habla sobre una cinta maldita cuyo visionado provoca la muerte. Cuando la susodicha cinta cae en su poder y su hijo (David Dorfman) la ve comienza una carrera contrarreloj que tiene como objetivo averiguar el porqué de tal maldición para así tratar de impedirla.

La película destaca por su atmósfera (atención a su excelente fotografía) y por su tempo, pero afortunadamente tampoco descuida su apartado interpretativo (Watts se desenvuelve bien en el género) o su guión (el cual, a pesar de venir firmado por un negado como Ehren Kruger, no se dedica a acumular diálogos risibles, lo cual es ya todo un logro). No diré que estamos ante un producto novedoso (recordemos que se trata de un remake), pero sí que es un trabajo fresco (por lo menos lo fue en el momento de su estreno) y cuidado. Muy interesante.

Hay una historia que dice que cada cierto tiempo el diablo se camufla entre los humanos para atormentarlos y contribuir, de paso, a enriquecer su leyenda. La trampa del mal nos cuenta cómo éste se oculta entre un grupo de personas atrapadas en un ascensor con la nada sana intención de liquidarlos, no sin antes hacer que sufran de lo lindo.

A priori la historia, la cual podría ser descrita como una versión de Diez negritos (And Then There Were None) en clave de terror sobrenatural, suena interesante, pero el guión (basado en una idea original de M. Night Shyamalan, quien también ejerce de productor) está lleno de clichés.

Las interpretaciones, por su parte, son anodinas cuando no directamente mediocres. Si bien, lo cierto es que gran parte de la culpa recae en los personajes, los cuales resultan terriblemente esquemáticos. Sirvan como muestra dos de ellos: el detective Bowden (Chris Messina), torturado por un trágico suceso familiar, o el religioso vigilante (Jacob Vargas), el único que parece tener claro qué está ocurriendo. La trampa del mal viene a confirmar que, aunque no esté dirigida por él, la carrera del director de El sexto sentido (The Sixth Sense) va, irremediablemente, cuesta abajo.

Aunque Peter (Rock Hudson) y Kimani (Sidney Poitier) se han criado juntos sus diferencias culturales les hacen distanciarse con el tiempo, situándolos en bandos opuestos de una misma guerra, ya que el primero es un inglés afincado en África y el segundo un negro que acaba uniéndose a un violento grupo (los Mau Mau) que trata de echarlos del país.

Sangre sobre la tierra es un buen melodrama con un notable reparto (si bien, desluce un tanto el conjunto una despistadísima Wynter) y una interesante historia que, eso sí, cuenta con alguna resolución forzada e incluso demasiado bondadosa teniendo en cuenta el durísimo tema que trata. También me gustaría destacar la buena química (y hacer) de Hudson y Poitier, así como los momentos más emotivos. Lo peor que se puede decir de la cinta de Brooks es que podría haberse convertido en un largometraje épico y, sin embargo, se queda en (y no es poco precisamente) atractivo drama histórico y social.

Pat O'Connor, director de Círculo de amigos (Circle of Friends) o Noviembre dulce (Sweet November), firma esta cinta ambientada a finales de los cincuenta que cuenta cómo Doug (Joaquin Phoenix) y Pamela (Liv Tyler), miembros de familias rivales y de clases completamente opuestas, tratan de hacer frente a todas las adversidades que ponen a prueba su historia de amor.

Hay películas que pasan por la cartelera sin pena ni gloria y que uno sólo descubre si le gusta el director o alguien del reparto (¡gracias Jennifer Connelly!), la de O'Connor es una de esas películas. La historia, a priori, no es demasiado atrayente, sin embargo, su espléndido reparto (en el mismo se concentran algunos de los actores jóvenes más interesantes de su generación, atención también a la perfecta química entre Phoenix y Tyler), la más que loable labor del director (quien nunca se decanta por caminos demasiado melosos) y algunos otros elementos, como por ejemplo el bello trabajo de fotografía (a destacar el momento en el que Doug y Pamela se besan en el granero), hacen que estemos ante un largometraje entretenido y mejor de lo que pudiera parecer a simple vista.

Josh Radnor, popular gracias a la genial sitcom Cómo conocí a vuestra madre (How I Met Your Mother), debuta en la dirección con este melodrama romántico en clave indie (un tipo de cine que ha encontrado su perfecto escaparate en el festival de Sundance, no en vano la cinta consiguió allí el premio del público) que nos muestra las distintas vidas y vicisitudes de un grupo de treintañeros que residen en Nueva York.

La película no muestra nada nuevo, es más, si unimos al Woody Allen menos neurótico (y más accesible) con el Edward Burns (en su faceta de director) de mediados de los noventa seguramente obtendríamos algo parecido a lo que nos ofrece Radnor.

Pero no nos equivoquemos, que no estemos ante un trabajo especialmente novedoso no quiere decir que sea malo, ni mucho menos. Este largometraje destaca por su mirada cariñosa y entrañable (sí, en ocasiones peca de condescendiente) hacia un grupo de personajes que se hacen querer y que, al final, nos dejan con ganar de más (por favor), lo cual es muy positivo y dice mucho a su favor. Además, tanto los intérpretes como los diálogos son realmente buenos.

Enésima comedia adolescente que trata sobre la problemática de madurar, acabar los estudios y enfrentarse al mundo de los adultos. Ben Affleck (antes de hacerse mundialmente famoso) es el protagonista e interpreta a Jack, un tipo a punto de graduarse que no sabe qué hacer con su vida ni puede quitarse de la cabeza su última ruptura amorosa.

El director no consigue emular a otros cineastas como John Hughes, Kevin Smith o Richard Linklater, cuyas producciones juveniles conectaron (y lo siguen haciendo) con el público. Y es que aquí falla la construcción de personajes (la mayoría acaban resultando repelentes, algo que no sucedía en las cintas de Hughes) y los diálogos (una de las grandes señas de identidad del cine de Smith) carecen de chispa o gracia. Por ello la película no pasa de ser otra intrascendente comedia juvenil. Por cierto, atención a los cameos de Brendan Fraser, Matt Damon y Matthew McConaughey.

Por muy chocante que suene Jeff Bridges es el protagonista de este juvenil drama deportivo. En él da vida a un famoso (pero comprensivísimo, claro) entrenador que se dedica a convertir a un grupo de chicas, incluida la rebelde pero talentosa Haley (Missy Peregrym), en importantes gimnastas de élite. El mensaje de la película queda claro incluso antes de verla: el valor del esfuerzo y del trabajo en equipo (sic).

Lo peor que se puede decir de este trabajo (dejando de lado su manido argumento y previsible devenir) es que no desentonaría en absoluto (aunque el acabado sea algo superior) entre cualquiera de los subproductos que pueblan la programación de Disney Channel. Eso sí, las acrobacias están bien y si uno se topa con ella una aburrida tarde es muy probable que se quede a verla, por lo menos hasta la siguiente tanda de anuncios.

El séptimo arte nos ha ofrecido multitud de películas sobre escuelas de baile o danza, hay tantas que casi podrían formar su propio subgénero. La que nos ocupa se centra en las vivencias de un grupo de jóvenes bailarines de ballet y está protagonizada por Amanda Schull, quien interpreta a Jody Sawyer, una chica que se esfuerza en demostrar lo buena que puede llegar a ser a pesar de sus limitaciones.

El largometraje de Hytner no cuenta nada nuevo, es más, los tópicos parecen amontonarse a lo largo del metraje. Y no me refiero exclusivamente a los que muestran la dura disciplina a la que están sometidos los protagonistas (dieta estricta, plena dedicación, terribles destrozos físicos…), sino también a la composición de personajes, ya que aparte de nuestra heroína destacan la chica temporalmente de buen corazón (Zoe Saldana), la altiva (Susan May Pratt), quien sólo baila para contentar a su madre (Debra Monk), o el frío y estricto director (Peter Gallagher). Es decir, lo mismo de siempre.

Eso sí, a pesar de su blando discurso o de la acumulación de clichés la cinta se ve con agrado gracias a su bello (que no talentoso, al menos interpretativamente hablando) reparto, sus coreografías y su tono amable.

Cuatro magníficos intérpretes y un guión que hace hincapié en los diálogos más mordaces son los inmejorables ingredientes con que contó Mike Nichols para debutar (con honores) como director.

La película podría ser definida como un melodrama psicológico, el cual nos introduce en la enfermiza relación que mantienen Martha (Elizabeth Taylor) y George (Richard Burton). A lo largo de toda una noche el matrimonio y una pareja de invitados, Nick (George Segal) y Honey (Sandy Dennis), se verán inmersos en una espiral de ataques verbales, los cuales parecen formar parte de un desquiciante juego capaz de sacar a la luz los secretos más íntimos y las conductas más vejatorias.

El origen teatral de la historia se nota sobremanera en sus ajustadísimos diálogos, algo que aprovechan los actores para demostrar su enorme talento dramático. Por su parte el director consigue, gracias a su inquieto manejo de la cámara, que la acción no decaiga ni se estanque (algo a lo que podría ser propenso un trabajo de estas características). La película destaca, además de por todo lo expuesto anteriormente, por su carácter trasgresor, su tono duro (hay que tener en cuenta la época en que se rodó) o su maligna y perturbadora degradación. Queda claro que no estamos ante un largometraje especialmente dulce o de fácil digestión, pero su fascinante, incómodo y asfixiante discurso hace que valga, y mucho, la pena. Eso por no hablar de lo morboso que resulta ver a Taylor y Burton (pareja por aquel entonces) en semejante contexto.