Ruben Fleischer y Jesse Eisenberg vuelven a trabajar juntos, como director y actor respectivamente, tras la exitosa y entretenida Bienvenidos a Zombieland (Zombieland). En esta nueva comedia Eisenberg da vida a un anodino repartidor de pizzas que es obligado por un par de mendrugos, Dwayne (Danny McBride) y Travis (Nick Swardson), a atracar un banco. Para ello nuestro protagonista contará con la inestimable ayuda de Chet (Aziz Ansari), su mejor amigo y hermano de la chica que le gusta (Dilshad Vadsaria).

Aunque la cinta de Fleischer no dura ni hora y media, lo cierto es que se hace un tanto pesada. Creo que con eso lo digo todo, pero también podría añadir que los actores poco pueden hacer con unos personajes de lo más insufribles, que su humor irreverente no tiene ni pizca de gracia o que la mezcla de comedia y acción no termina de funcionar. No es que la cinta de Fleischer sea lo peor que haya visto últimamente, pero, sinceramente, es una comedia francamente olvidable.

A veces uno descubre pequeñas joyas de casualidad. Es lo que me ha pasado con esta película de la que apenas oí hablar cuando se estrenó en cines (¿tal vez porque no pertenece a ese reducido grupo de superproducciones que reciben casi toda la atención mediática?) pero que he podido recuperar a tiempo y ha acabado alegrándome el día.

La cinta nos muestra la relación entre un padre (Christopher Plummer) y su hijo (Ewan McGregor), pero sobre todo se centra en cómo la salida del armario del primero, a los setenta y pico años, hace meditar al segundo sobre cuán desastrosa es su vida sentimental.

Los actores están estupendos (McGregor nunca había estado tan achuchable) y el director sabe darle a la historia el toque justo de drama, comedia y romance sin caer nunca en sentimentalismos banales. Su tono pausado, sus divertidos e inteligentes diálogos, su montaje a lo Amélie (Le fabuleux destin d'Amelie Poulain) o el adorable perro que acompaña siempre a nuestros protagonistas son otros de los muchos alicientes con que cuenta este bello melodrama sobre la amistad, el amor y la familia. ¿Por qué no se hacen más películas tan bonitas como ésta?

Todavía hay esperanza si películas como la que nos ocupa, sin grandes estrellas en su reparto o un director de renombre respaldándola, logran convertirse en una de las más taquilleras de la temporada. Aunque la cosa tiene un poco de trampa, ya que se trata de la adaptación de una popularísima novela.

Ambientada en los sesenta, la trama gira en torno al ambicioso proyecto literario que trata de sacar adelante una joven escritora (Emma Stone). Uno en el que distintas sirvientas negras cuenten, en primera persona, cómo son sus vidas y cómo es trabajar al servicio de otros. El problema es que ninguna quiere hablar con nuestra protagonista por miedo a posibles represalias…

Criadas y señoras es una de esas películas que te reconcilian con el mundo. Un melodrama bienintencionado con un muy eficaz reparto femenino al frente (los hombres tienen un papel muy secundario, casi nulo, en la historia). Atención al buen hacer de Emma Stone y Viola Davis, pero también al maravilloso dúo formado por Octavia Spencer, quien tiene a su cargo algunas de las escenas más divertidas de la cinta, y Jessica Chastain. Que pueda resultar algo almibarada o poco profunda (hay personajes, como el de Bryce Dallas Howard, que de tan malos pecan de caricaturescos) no impide, de ninguna manera, que al final deje un muy buen sabor de boca.

Shirley MacLaine, Sally Field, Julia Roberts, Dolly Parton, Daryl Hannah y Olympia Dukakis componen el impresionante reparto femenino de este melodrama dirigido por Herbert Ross, basado en una popular obra teatral y que narra las vivencias de un grupo de mujeres que se enfrentan a todo tipo de problemas afectivos y familiares. Field, por ejemplo, da vida a una sobreprotectora madre cuya hija (Julia Roberts) padece diabetes, mientras que Parton interpreta a la dueña de una peluquería que suele servir como lugar de reunión para nuestras protagonistas.

Magnolias de acero pertenece a ese mal llamado grupo de películas para mujeres, películas con protagonistas femeninas y que tienden a conjugan (a veces de manera demasiado almibarada) drama, comedia y romance. Sí, la cinta de Ross juguetea con todos esos géneros, aunque destaca por beneficiarse del talento de unas actrices en estado de gracia (Roberts fue nominada al Oscar a mejor actriz de reparto). Habrá quien todavía muestre ciertos prejuicios a la hora de acercarse a un título de estas características, pero de veras que vale la pena hacerlo.

Paul Haggis, quien hace unos años dio el campanazo con Crash (esa película coral que ganó tantos premios), dirige este thriller dramático, remake de una cinta francesa, protagonizado por un padre de familia (Russell Crowe) capaz de todo con tal de demostrar la inocencia de su mujer (Elizabeth Banks), quien ha sido acusada de asesinato.

La película adolece de cierta indefinición (¿estamos ante un thriller o ante un drama?), ya que lo que se inicia como un melodrama, en el que nuestro protagonista debe hacer frente a una nueva y complicada situación familiar, se va transformando en una intriga de acción (véase el último acto) al más puro estilo de las que protagonizan Bruce Willis y compañía.

Crowe vuelve a demostrar que es un actor todoterreno, capaz de resultar creíble tanto en los momentos más puramente dramáticos como en los de acción. Su presencia acaba siendo lo mejor de la cinta, pero también habría que tener en cuenta la ágil dirección de Haggis y algún que otro giro argumental. Por cierto, da pena lo desaprovechados que están los actores secundarios.

Melancolía ha dado mucho de que hablar. Lamentablemente, los desafortunados comentarios de su director sobre Hitler durante la presentación de la cinta en el festival de Cannes han eclipsado las críticas entusiastas y los distintos reconocimientos que ésta ha ido acumulando. Pero a lo que vamos, la película, rodada como suele ser habitual con cámara en mano, se compone de dos bloques muy bien diferenciados. Cada uno de ellos lleva por título el nombre de sus protagonistas principales (y hermanas): Justine (Kirsten Dunst) y Claire (Charlotte Gainsbourg). El primero se centra en la boda de Justine, el segundo en cómo un planeta llamado Melancolía amenaza con chocar contra el nuestro.

Pero que los fans del danés no se asusten, en realidad no estamos ante una película de catástrofes o ciencia ficción, sino ante un drama con el fin del mundo como telón de fondo. Porque lo que vemos durante sus dos horas de duración se acerca más a sus primeros trabajos que a cualquier superproducción tipo 2012 (¿alguien lo dudaba?).

No soy seguidor del polémico realizador, pero tampoco un detractor. Rompiendo las olas (Breaking the Waves) me gustó bastante en su día, pero Anticristo (Antichrist), el trabajo que precedía al que nos ocupa, me pareció ciertamente desafortunado (aunque no completamente desdeñable). Melancolía se queda a medio camino, ya que tiene tantos aciertos (por encima de todo el trabajo de sus dos protagonistas, especialmente de una inmensa, al menos durante el segundo acto, Dunst) como fallos (la primera hora es bastante más floja que la segunda, actores como John Hurt o Charlotte Rampling están francamente desaprovechados…). Como curiosidad señalar que Penélope Cruz rechazó el papel que acabó interpretando Kristen Dunst, quien se hizo con él tras demostrarle al director que estaba pasando por una depresión similar a la de su personaje, para poder rodar junto a Johnny Depp la cuarta entrega de Piratas del Caribe (Pirates of the Caribbean).

La misma noche que se descubre un nuevo planeta, mimético al nuestro y muy cercano, Rhoda (Brit Marling) tiene un accidente que cambiará para siempre tanto su vida como la de John (William Mapother), el hombre que conducía el coche contra el que la joven chocó. Así se inicia esta atípica pero maravillosa cinta de ciencia ficción intimista.

Pero este trabajo no puede ser catalogado exclusivamente como una película de ciencia ficción, ya que en realidad es un drama en toda regla sobre dos personas desubicadas (he de reconocer que tanto Marling como Mapother, ambos espléndidos, me han enamorado). Si bien, el descubrimiento del nuevo planeta, aunque parezca jugar un papel secundario, acaba siendo crucial para el devenir de la historia y la hace aún más especial.

Es una verdadera pena que esta película pueda pasar desapercibida para el gran público por ser una producción independiente y (supuestamente) de género. Una cosa está clara: Mike Cahill ha filmado una de las cintas más interesantes del año.

No conocía mucho sobre esta película, pero había oído hablar muy bien de ella a los aficionados al género. Por ello, y sabiendo que también había gustado mucho a la crítica especializada tras su paso por distintos festivales, me dispuse a verla con muchas expectativas. Y sí, mi decepción fue mayúscula.

La cinta está protagonizada por dos jóvenes, Lucie (Mylène Jampanoï) y Anna (Morjana Alaoui). La primera arrastra un trauma infantil (fue secuestrada y torturada) y busca venganza, la segunda se acaba convirtiendo en su mejor amiga y único apoyo.

He de decir que la película me puso de muy mala leche. Y no sólo por lo que les ocurre a nuestras protagonistas, sino por cómo una cinta de (supuesto) terror sobrenatural se va transformando en otra de torturas a lo Hostel. A ello podríamos sumarle un guión lleno de incongruencias, las ínfulas de su director o la cantidad de actos ilógicos que se acumulan a lo largo de la trama. Atención, eso sí, al magnífico trabajo de maquillaje.

La cinta se abre con una joven (Bobbi Sue Luther), cuyo coeficiente intelectual es inversamente proporcional al tamaño de sus pechos, que despierta encerrada en un ataúd. Para su desgracia su pesadilla acaba de empezar, ya que no recuerda nada y, además, la persigue un extraño tipo enmascarado (Nick Principe) que trata de matarla…

Hay películas que de malas son buenas. Bueno, tal vez dicha aseveración sea un tanto excesiva, pero, ¿cómo no va a resultar entrañable una película protagonizada por una actriz de lo más mediocre (en realidad todo el reparto es mediocre) cuyo talento sólo es físico? ¿Cómo no se puede disfrutar con una cinta en la que los diálogos provocan tanta vergüenza ajena que uno se pregunta si el que los ha escrito tiene problemas mentales? ¿Cómo no reírse a carcajadas con una película en la que la lógica brilla por su ausencia (ninguno de nuestros protagonistas tiene teléfono, es más, uno insiste en que no es necesario ya que pueden comunicarse a través del ordenador…)?

Sí, es verdad, estamos ante un bodriete con aspecto de serie B ochentera que sólo puede ser entendido como una mala broma hecha película. Digamos que hasta dentro de la basura fílmica hay clases y clases. Ésta, al menos, resulta entretenida. Eso sí, no quiero engañar a nadie, también es mala de narices.

Ganadora de varios premios en el festival de Sitges (entre ellos el de mejor director y mejor actriz protagonista), Alta tensión se presenta como un bombón para los que disfrutan pasándolo mal (por muy contradictorio que parezca) o con el gore más artesanal y extremo.

La historia está protagonizada por dos jóvenes, Marie (Cécile de France) y Alexia (Maïwenn). La primera acompaña a la segunda a la casa familiar de ésta para estudiar juntas alejadas del mundanal ruido. Pero la misma noche que las chicas llegan a su destino un sádico psicópata (Philippe Nahon) hace acto de presencia…

Aja (quien con este trabajo me recordó a directores tan dispares, pero a la vez muy queridos por los aficionados al género, como John Carpenter, Tobe Hooper o Sam Raimi) consiguió que estuviese durante casi hora y media aguantando la respiración. Hacía mucho que no me pasaba algo así. Es verdad que la trama contiene muchas incongruencias (a veces los personajes parecen tener el sentido del oído muy agudizado, otras están sordos), que los actos de los personajes no tienen demasiada lógica y que su desenlace puede parecen un poco tramposo. Sin embargo, hacía tiempo que no disfrutaba tanto con una película de este tipo.

Tras un prólogo que explica todo lo necesario para que los despistados no se pierdan, o para que los pobres incautos que se acerquen a este título sin saber que hay una primera parte se sitúen, continúa la historia prácticamente donde se quedó. Así, vemos cómo Luisa (Silvia Abascal) escapa de su cautiverio al mismo tiempo que aparecen por allí el detective contratado para buscarla (Óscar Jaenada), la presidenta de la fundación Valdemar (Ana Risueño), el jefe de Luisa (Rodolfo Sancho) y la secretaria de éste (Norma Ruiz).

Los tropiezos de la película anterior se ven aquí amplificados hasta el infinito (y más allá). Las interpretaciones pasan de flojas a terribles (mención especial merece una insoportable y sobreactuadísima Norma Ruiz), el ritmo es todavía más inconsistente y el cambio de género (ahora se decantan por el cine detectivesco, al más puro estilo de la peor de las aventuras de Scooby Doo y compañía) no le sienta nada bien. Desconozco si la mala recepción de la entrega anterior pudo influir a la hora de montar ésta, pero si así fue lo único que consiguieron es equivocarse todavía más.

Me gusta Lovecraft. Me gusta el aire malsano que se respira en sus trabajos, el misticismo, el terror paranormal, su clasicismo… Lo digo porque José Luis Alemán también parece ser admirador del escritor de Providence, ya que esta película (y su continuación, puesto que se divide en dos partes, a lo Kill Bill) bebe claramente de la obra literaria de tan interesante autor aunque no se base directamente en ninguno de sus escritos.

La historia de esta primera entrega está narrada en dos tiempos: presente y pasado. Por un lado vemos cómo Luisa (Silvia Abascal) desaparece mientras tasa la impresionante mansión Valdemar, mientras que por otro la presidenta de la fundación del mismo nombre (Ana Risueño) nos introduce en la trágica historia del matrimonio que allí vivió.

Puede que las intenciones fuesen las mejores del mundo (y me parece admirable que se haya rodado sin subvenciones), pero el resultado no puede ser más irregular. La trama no engancha (lo que comienza siendo una película con casa encantada y monstruo de por medio deriva, y sin desenlace de por medio, en otra de época con ribetes sobrenaturales), las actuaciones son muy flojas (sólo salvaría, y con reservas, las llevadas a cabo por Silvia Abascal, Laia Marull y Daniele Liotti, estos últimos dando vida al matrimonio Valdemar) y los diálogos dan un poco de vergüenza ajena. El caso es que sobre el papel este proyecto tenía muy buena pinta. Lo mejor (o lo único salvable): su excelente factura.

No había leído (ni oído) mucho sobre esta película (sabía que se basaba en un trabajo del escritor Philip K. Dick, pero poco más), tal vez por eso me sorprendió encontrarme con una cinta romántica con pinceladas de thriller paranormal en lugar de con una intriga al uso.

Dejando de lado mi sorpresa, decir que Destino oculto está protagonizada por Matt Damon, quien da vida a un joven que aspira a convertirse en senador. Pero un desliz cometido hace unos años provoca que éste pierda las elecciones la misma noche que conoce a una chica (Emily Blunt) que amenaza con convertirse en su próxima gran obsesión. Sin embargo, dicha relación no parece tener futuro, ya que unos misteriosos hombres muestran especial interés en que así sea…

No me molesta que la película se nos haya vendido como lo que no es, pero sí que su trama acabe derivando en una historia de amor un tanto tontorrona y más propia de cualquier melodrama romántico que de una cinta que mezcla dicho género con la intriga paranoide tan presente en las obras del autor que se adapta. Afortunadamente, la cinta se deja ver con agrado y cuenta con una pareja de lo más eficaz.

La fecunda mente de Philip K. Dick nos ha obsequiado con un buen puñado de novelas y relatos. Muchos de ellos incluso han conocido distintas adaptaciones cinematográficas (una de sus novelas cortas dio origen a la magnífica Blade Runner). La película que nos ocupa también se basa en un trabajo suyo y conserva varias de las constantes de éste: tono paranoide, ambientación futurista…

La película nos muestra un futuro en el que el consumo de drogas está a la orden del día (sí, mucho más que en nuestro presente) y su protagonista principal es un policía (Keanu Reeves) al que le ordenan espiar a su entorno.

Lo primero que llama la atención de la película es que ésta ha sido rodada con una técnica llamada animación rotoscópica, técnica que Linklater ya había usado anteriormente. La misma consiste, simplificándolo mucho, en "dibujar" encima de actores y decorados. Estamos, pues, ante un experimento curioso, pero también mucho más profundo de lo que podría parecer a simple vista (la cinta no sólo es llamativa a nivel visual). Y aunque su estilo acabe resultando algo pesado o su trama se vuelva farragosa, sus (muchas) virtudes acaban primando.

Una historia de violencia es una de mis películas favoritas de Cronenberg. También es una de las más accesibles dentro de su amplísima (e interesantísima) filmografía. Pero que sea de las más accesibles no significa que en la misma no se note el estilo del genial cineasta (algo que le ha granjeado tantos y tantos fans, entre los que me incluyo).

El protagonista de la cinta es Viggo Mortensen, quien interpreta a un hombre (aparentemente) normal que tras enfrentarse a unos delincuentes acaba convertido en héroe local. Lo que los demás no saben, ni siquiera su mujer (Maria Bello), es que éste esconde un pasado turbio que no tardará en reaparecer.

No me cabe la menor duda de que en otras manos esta cinta hubiese acabado convertida en una adaptación (su origen es una novela gráfica, o cómic, creado por John Wagner y Vince Locke) menor, pero Cronenberg, adoptando un estilo tan formal como poderoso, logra ir más allá y nos presenta un apasionante (y visceral, como no podía ser de otro modo) relato lleno de recovecos y sorpresas. Aunque no sería justo atribuir todo el éxito al director y no mencionar la notable labor de los actores (con Viggo Mortensen y William Hurt a la cabeza). Una historia de violencia es una película que recomendaría incluso a los que siguen desconfiando del (enorme) talento del popular realizador canadiense.

Sé que me repito si vuelvo a admitir mi admiración por David Lynch, pero no me importa. Como tampoco me importa repetir que me gustan, por encima de todo, sus trabajos más locos y delirantes. No en vano Mulholland Drive es una de mis películas favoritas. Carretera perdida, la que nos ocupa, también es una de sus películas que más he disfrutado.

Y es que esta bizarrada, sobre un músico de jazz (Bill Pullman) cuyo mundo se viene abajo cuando comienza a recibir extrañas cintas en las que se le ve a él y a su mujer (Patricia Arquette) en su propio hogar, tiene todo lo que me gusta encontrar en el cine del genial director: terror y paranoia, sin ser una cinta de género propiamente dicha.

Carretera perdida no es sólo cine negro. Es cine claustrofóbico, hipnótico, enfermizo, adictivo… No hay suficientes adjetivos para definir un trabajo de estas características. Además, son tantas sus virtudes (su logradísima atmósfera, la escalofriante banda sonora firmada por el siempre estimulante Angelo Badalamenti, la labor de los actores…) que me podría pasar varios párrafos enumerándolas. Eso sí, este tipo de trabajos no son aptos para los que gusten de películas más convencionales (de esas que nos dan todo bien masticadito, no sea que nos dé por pensar) o no comulguen con el creador de Twin Peaks. Para ellos se hicieron las tontas superproducciones de turno y las comedietas sin gracia. Los demás podremos seguir disfrutando del talento de un genio incombustible.

Me encontré con esta serie casi de casualidad (ni siquiera sabía que su origen era una fallida, y estoy siendo generoso, película protagonizada por Kristy Swanson y Luke Perry), pero no tardé en engancharme porque me recordaba a otra serie juvenil de mi infancia: Eerie, Indiana.

La historia de la que nos ocupa narra las desventuras de una cazavampiros llamada Buffy (Sarah Michelle Gellar) que se traslada a un pequeño pueblo en el que los vampiros campan a sus anchas. Allí no tarda en hacer amistad con Xander (Nicholas Brendon) y Willow (Alyson Hannigan), en encontrar a un mentor en la figura del bibliotecario (Anthony Stewart Head) y en enamorarse de un vampiro bueno, Angel (David Boreanaz). La serie fue todo un éxito y permaneció en antena siete temporadas.

Temporada 1 - Nota 7
La mayoría de los trece episodios que componen esta temporada son autoconclusivos (cosa que no me suele gustar) y el final de la misma antológico.

Temporada 2 - Nota 8
Una de las grandes virtudes de esta temporada es que se desarrolla el tema de las cazavampiros y se explican muchas cosas. Además, aparecen varios personajes clave, entre ellos un vampiro que se hace llamar Spike (James Marsters) y una nueva cazavampiros (Eliza Dushku).

Temporada 3 - Nota 8
Con un final que pone los pelos de punta, estamos, sin lugar a dudas, ante la mejor temporada de la serie. En una palabra: Antológica. Por cierto, en ésta entra en escena Oz (Seth Green), quien resultaba ser un hombre lobo.

Temporada 4 - Nota 5
Tras la mejor temporada llegó la más floja. Es cierto que cuenta con algunas buenas ideas (véase el grupo de estudiantes que han formado una especie de ejército que se dedica a luchar contra los vampiros), pero no terminan de funcionar. Como curiosidad destacar que aparece uno de los personajes más odiados por los fans, Riley (Marc Blucas), pero también uno de los más queridos gracias a su relación con Willow, Tara (Amber Benson).

Temporada 5 - Nota 7
Aunque algo desconcertante, véase la aparición de Dawn (Michelle Trachtenberg), se pone más y más interesante conforme avanza. Lo peor: el poco partido que se saca a Drácula (Rudolf Martin) en el primer capítulo.

Temporada 6 - Nota 7
Ésta acabó resultando una de las más frías, tristes y oscuras, pero también una de las más interesantes.

Temporada 7 - Nota 7
Toda esta última temporada parece realizada con el único propósito de crear un final espectacular. Y así fue. Casi me atrevería a decir que estamos ante uno de los mejores finales vistos en una serie de televisión.

Y es que Joss Whedon supo crear una serie que iba mucho más allá del melodrama juvenil con ribetes sobrenaturales. Ello, unido a la buena labor de su carismático reparto, hicieron de Buffy cazacampiros una de las propuestas televisivas más refrescantes e interesantes de finales de los noventa. Tan sólo señalar que generó un spin off llamado Angel que protagonizaron David Boreanaz y Charisma Carpenter.

Soy de los que prefiere las películas de ciencia ficción intimistas, tipo Moon o Solaris, a las estruendosas e insípidas superproducciones filmadas (es un decir) por Michael Bay (Transformers) o Roland Emmerich (2012). Sí, prefiero el cine gafapasta, sin ser yo nada de eso (ejem), y me lamento del daño que las producciones de Jerry Bruckheimer han ocasionado al género.

Monsters, que se enmarcaría claramente en la primera categoría, vendría a ser una mezcla entre la maravillosa Antes del amanecer (Before Sunrise), pero sin contar con los fantásticos diálogos de ésta (es más, el director reconoció que hubo mucho de improvisación y eso se nota para mal), y cualquier cinta sobre invasiones alienígenas (la película tiene lugar en los alrededores de Méjico, donde hace unos años, y según nos indican al inicio, se estrelló una sonda con muestras alienígenas, lo que provocó la proliferación de seres tan peligrosos como difíciles de diezmar).

El mayor problema de esta pequeña producción es que no acabará de gustar a los que busquen una película de invasiones estilo Independence Day (aquí apenas hay interacción con los monstruos a los que alude el título porque la participación de éstos es meramente anecdótica) ni a los amantes de los dramas románticos (el guión no acaba de profundizar lo suficiente en la relación que se establece entre los protagonista). Al menos se puede decir que la fusión de estilos hace de ella una cinta francamente curiosa.

Denzel Washington es el protagonista de este thriller futurista (sí, estamos ante otra cinta apocalíptica en la que la raza humana ha quedado diezmada, la violencia lo domina todo y el agua es uno de los bienes más preciados) e interpreta a un hombre que viaja hacia el oeste portando un libro. Libro que el malo de turno (Gary Oldman) ansía poseer. Pero nuestro héroe no estará solo, ya que a su causa se unirá una valerosa joven llamada Solara (Mila Kunis).

El libro de Eli es un trabajo bastante aburrido, en el que los actores apenas pueden sacar provecho de sus esquemáticos personajes (aunque Oldman parece disfrutar con su papel de malo malísimo), las escenas de acción se vuelven redundantes (vista una vistas todas) y el devenir resulta tan previsible como cabría esperar. Lo mejor (y casi lo único destacable): la magnífica labor de Don Burgess, el director de fotografía.

Uno de los directores japoneses más populares y controvertidos, Takashi Miike, dirige este remake de una película estrenada hace ya casi cincuenta años. Su historia versa sobre cómo trece samuráis (los asesinos a los que alude el título) se enfrentan al ejército de Naritsugu (Gorô Inagaki), un ser sádico que se sirve de su posición privilegiada para cometer todo tipo de tropelías.

Aunque la película está ambientada en el Japón feudal, lo que podría haber dado mucho juego, echo en falta un poco más de chicha en la historia (algunos personajes están muy poco desarrollados). La acción, eso sí, es una constante a lo largo de toda la cinta. Basta señalar que la hora final (la película dura dos) se centra en la gran batalla (atención a las magníficas escenas de lucha) que mantienen nuestros protagonistas con Naritsugu y los suyos. Tal vez no estemos ante el mejor trabajo de Miike, pero sí ante uno la mar de eficaz.