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Octavia (2002)

Octavia
130 min.
5,5
280
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Escena
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Sinopsis
En 1956, Rodrigo viaja a Lovaina para estudiar Ciencias Políticas. Allí conoce a Camilo Torres, un cura guerrillero al que acompaña para reorganizar la guerrilla colombiana. Muerto Torres, y tras una serie de vicisitudes personales y políticas, Rodrigo se convierte en un activista a favor de los derechos humanos. (FILMAFFINITY)
Género
Drama
Dirección
Reparto
Año / País:
/ España España
Título original:
Octavia
Duración
130 min.
Guion
Fotografía
Compañías
Premios
2002: Festival de San Sebastián: Sección oficial largometrajes a concurso
"Catarata de ideas e imágenes que se precipitan en esta película inclasificable (...) inusualmente denso y alejado de las convenciones"
[Diario El Mundo]
"Una reflexión sobre la desesperanza que contó, entre otras virtudes, con el gran trabajo del actor argentino Miguel Ángel Solá."
[Diario El País]
6
Grácil como una Madonna gótica
La selva. La vorágine. El río que nos lleva. Locura colectiva. Profundizar en la verdad es de mala educación, una impertinencia. Los muertos.
Fin de raza o de saga, brasas apagadas, Salamanca, España, Octavia.
Elegía, nostalgia, en busca del tiempo perdido, repaso de la historia de nuestra patria y casi de paso del mundo entero durante el último siglo lleno y pleno, desde la Belle Époque hasta la guerra de los Balcanes pasando por el levantamiento nacional y antes con los carlistas y con los falangistas y toda la España de tanta añoranza imperial y de realidad tradicional clerical de los años cuarenta, pero viajando asiduamente por el extranjero, primero por la Alemania del Tercer Reich previa a la gran segunda guerra, después nos vamos a la América de la guerrilla revolucionaria colombiana de los cincuenta y los sesenta, esa agitada incandescencia, llamarada salvaje que hiela, la coca y la tierra, y volvemos al Berlín de la caída del muro, más finalmente el regreso a Ítaca o tal vez de vuelta a la amada y cansada y recreada y recordada y nada España.
Solá es Patino y su contrario, espejo y rechazo, reflejo y personaje, ficción y memoria, un símbolo, es el tiempo, es todo y nada, niño bien que embaraza a criada, gigantesco tópico él mismo que no escapa a su triste destino, conservador, luego libertario que me da lo mismo, metido en todos los líos, Zelig, Fouché, espía frío, burócrata, político, vividor de lo privado y lo público, el hombre de las mil caras o sin nombre, una sombra o daimon del mismo infierno.
La película es bella y ridícula, hermosa y fallida, sublime y prosaica, un guapo intento.
Es una novela musical o musicada, palabras de Solá recitadas y el Stabat Mater de Pergolesi que hermosea y acompaña. Esa voz narra y recuerda hechos del pasado mezclados con el grotesco presente donde todo es nada ya, ha perdido peso, es solo un agotado gesto, mascarada que oculta intereses del libre mercado muy controlado, de partidos políticos corruptamente financiados por empresas nauseabundas que mucho brillan, dinero negro lavado, la cultura como el despacho del despacho del departamento de un ministerio de cualquier obsceno y tan democrático, por supuesto, gobierno moderno; por ello nos habla de todas las derrotas, innumerables hasta llegar a la de ahora, tan evidente y por ello desapercibida y palmaria, hasta el triunfo definitivo de la derrota final, de la caída de todos los mitos y grandes ilusiones, de seres obsoletos devorados por el tiempo, ya nada más que cenizas consumidas, con mirada escéptica, de vuelta de todo, sin apenas fuerzas para maldita sea la cosa, para nada.
La película es una confesión lírica, un recordatorio o rememoranza, una reflexión y un poema, un repaso y un espejo, un culto esputo o refinado escupitajo, un mea culpa, el de una clase pudiente o aristocrática llena de fantasmas y cadáveres en el armario. Nos cuenta un tiempo muerto que ya no existe y nos anuncia otro nuevo imposible, donde estos personajes ya no tienen cabida y que recuerda al de la película "El topo" o al de la tercera temporada de "Fargo", un congelado espanto sin referentes ni horizontes donde el poder ya ni siquiera disimula que todo es una mala broma y que tanto nos desprecia. Nos habla de siglos de represión y mentira de la religión, del miedo inoculado, de la pena y el arrepentimiento como formas de sometimiento. Es Patino y su memoria y sus letanías y sus lecturas y citas, sus mezclas y creaciones.
Es una obra libre que cojea en la parte más folletinesca o puramente argumentativa, describe o piensa mejor que urde o trama, con Antonia San Juan y Menh-Wai Trinh, que mejora en las largas parrafadas de él con algunas líneas realmente logradas, muy en el mejor sentido literarias, casi perfectas. No es muy creíble ni verosímil todo lo referido a ese respecto de hija morrocotuda que se quiere matar con la droga mala para hacerles daño a ellos, nada menos.
Quizás también se alargue demasiado y se repita mucho la fórmula que consiste en juntar casi obsesivamente la música con el verbo que a veces incluso una tapa a la otra y viceversa, efecto buscado de capas que se sobreponen, pero que provocan que del todo no te enteres y tú no quieres perder ripio porque lo que se dice bastante te interesa, ese destripe.
Es una demostración de sensibilidad, cultura y valentía, de capacidad suficiente para dejarse llevar y arriesgarse sin perder por ello el control de lo contado, aunque no todo, por supuesto, sea igual de acertado o por lo menos no en la misma medida.
Solá siempre está bien a su extraña y elegante manera, fría, sobria, no tanto otras apariciones como las del bueno de Rioyo haciendo de sagaz periodista, qué risa, que pareciera que habla para idiotas, vocalizando mucho, lentamente se expresa, y se agradece, o es curioso, la presencia de algunas figuras conocidas de la música como Teresa Berganza o Jaume Sisa.
El que más sabe es el que menos se da cuenta.
También acierta con la crítica a la familia como institución y como representación del pasado franquista sin cargar las tintas, mezcla lo tierno y lo esperpéntico, lo dulce con lo ácido de manera suave, azúcar agrio.
Y es el retrato de una forma de vida y de unos personajes ya olvidados, el canto a una tierra santa, canto de sirena, las soledades de Castilla, y a unas costumbres y actitudes, y a unos paisajes y edificios, paisanaje y animales, catedrales, campos, bestias con cuernos, toreo, capea, caballos blancos, esas capas que cubren los recuerdos de mitos y encuentros, y a don Miguel de Unamuno, tan español, contradictorio y de adopción salmantino y muy nombrado como ejemplo señero de casi todo.
Bastardos, poetas, reprimidos homosexuales, revista Zero, curas, monjas, iglesia, entierros, lápidas, la dueña, la prima sosa, las queridas, el abuelo, recoge y ensalza y ataca toda una tradición cultural y personal, la muestra y trastoca.
La niñez y las primeras lecturas, el paraíso perdido, Fanny y Alexander, las navidades familiares.
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2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
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