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The Flowers and the Angry Waves (1964)

The Flowers and the Angry Waves
92 min.
6,3
24
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Sinopsis
Historia ambientada en el Japón del siglo XIX sobre un minero rebelde (Akira Kobayashi) que lidera una rebelión contra un malicioso tirano. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Acción Histórico Siglo XIX
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Hana to doto
Duración
92 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
8
DINAMITAR UN GENERO: SEIJUN SUZUKI
Cuando Suzuki abordaba el rodaje de esta película llevaba ocho años de carrera y ya había dirigido 30 films, algunos de ellos de los más notables dentro del género negro, cualquiera de las variantes niponas que elijamos. Ese mismo año realizaría otros dos films. Sirva solo ello para demostrar tanto la agilidad como la versatilidad del cineasta japonés, pues no le hizo ascos a ningún genero. Ninguna de las tres películas que rodó este año puede adscribirse al mismo. Hana To Dato, es un filme de aventuras, en cierto modo un chambara, aunque no uno convencional. Suzuki y convencional no son términos que corran parejos, por más que en alguna ocasión el director se dejare vencer por argumentos manidos. Encontramos todos los elementos de un film de aventuras tradicionales: luchas, traiciones, romance, poder... pero nos movemos en un terreno resbaladizo pues los personajes principales no se van a comportar del modo que esperamos. Un chambara que deleitará a los amantes del género por lo que de peculiar tiene, al que hay que añadir el buen uso del color como recurso dramático que Suzuki utiliza
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1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
Suzuki, el último rōnin
The Flowers and the Angry Waves, la genial obra del experto nipón en la serie B Seijun Suzuki, se describe por sí sola. Un par de damas de noche ahogándose en las temibles olas que, despertadas bajo su belleza e influencia, arrastran a todos los hombres a una espiral de violencia en la que nuestro protagonista, el antihéroe Kikuji Ogata (Akira Kobayashi), debe luchar como un salmón contra una cascada de corruptela y yakuzas. Con esta película, un cansado Suzuki teje una red de críticas dirigidas como balas hacia la industria cinematográfica que le dio la espalda, prácticamente, desde el inicio de su carrera en 1956 hasta su reconocimiento tardío en la década de 1980. Hipocresía, leyes y rebeliones son los temas que guiarán la trayectoria del álter ego del maestro japonés, Kikuji, erigido como un agitador, como un Espartaco oriental en busca de la libertad de sus semejantes en una película que se adentra en la política tras los focos, en las ensangrentadas manos que mueven los hilos del negocio, visible tras la indumentaria de drama histórico con las que Suzuki se viste.

Es prodigiosa la forma que tiene Suzuki de barajar tantos géneros en una producción tan pequeña, y que ninguno desentone respecto al otro. Asentándose en el s. XIX, y obviando la impecable sintonía entre drama y romance, el director sabe cuándo y cómo no solo introducir, sino acoplar de forma lógica pequeños ápices de otros géneros que subyacen en el argumento, aportando más leña al fuego de la pasión entre Kikuji y las dos mujeres, y preparando desde el fondo sus más que justificados desacuerdos con la industria cinematográfica nacional. Si bien por momentos pudiera parecer El perro rabioso (Akira Kurosawa, 1949) por su policiaco, El ángel borracho (Akira Kurosawa, 1948) por su thriller, o un chanbara por el incuestionable espíritu rōnin de su protagonista, The Flowers and the Angry Waves no abandona en ningún momento su directa crítica que, a simple vista, puede parecer una oda a la liberación obrera, pero Suzuki hila más fino. Es cierto que este tema está patente desde el rescate de Oshige (Yôko Yamamoto) del poderoso hombre con el que estaba obligada a casarse, y que se extiende desde el planteamiento hasta el nudo, hasta la rebelión minera liderada por Kikuji, no obstante, es a partir de ese momento cuando Suzuki pone el ojo en su mira telescópica.

Y este hábil nipón aprovecha lo que tiene a mano, y qué mejor que los modelos económicos que se comenzaron a extender en el país del Sol Naciente en la era Meiji, durante el s. XIX en el que se desarrolla la película, aprovechando la occidentalización a la que el país se abrió dejando de lado los sistemas de castas, acabando así con el período samurái, siendo estos sustituidos por unas versiones más viles llamadas yakuzas. Estos, herederos de hombres poderosos, explotaron el capitalismo que adoptó el país abriéndose paso a través de la economía sumergida, ejerciendo, a base de capital, una gran influencia en la industrialización del país. Es bajo este fundamento que Suzuki se usa a sí mismo a través de la figura de Akira Kobayashi, en mitad de una ciudad dominada por dos clanes yakuza al más puro estilo de Yojimbo (El mercenario) (Akira Kurosawa, 1961), para llevar estos modelos donde criminalidad y ley se dan la mano al terreno personal, donde distribuidoras, estudios y productoras lo condenan a su muerte autoral por el silenciamiento de sus obras, las cuales fueron catalogadas como raras y, sobretodo, poco comerciales para una extensa financiación, actitud que se extendería hasta 1968 y su ruptura con el estudio Nikkatsu. The Flowers and the Angry Waves, a pesar de estar realizada con cuatro años de antelación a su separación con Nikkatsu, Suzuki parecía saber de buena mano el puerto al que navegaban juntos, y casi pareciera plasmar su renacer cinematográfico con ese impecable desenlace en el que Kikuji, tras haber sido comprado y traicionado por los acaudalados de la ciudad, vislumbra un nuevo futuro concedido como un regalo por la ley, ley que ayudó al director a que sus obras no fueran censuradas por el estudio.

Obviando la fantástica profundidad temática, el guion a seis manos de Kazuo Funahashi, Keiichi Abe y Takeo Kimura en ocasiones parece un rompecabezas. La multitud de personajes, planos en su mayoría, y la narración atropellada me ha hecho perderme no más de una vez. Las ideas se encauzan e intercalan de una forma muy abrupta, dándoles un peso injustificado a muchas de ellas que no aportan gran cosa al argumento. La profundización en personajes como Manryu me parece vacua si su empleo es expresamente para poner a prueba las virtudes del protagonista, como la lealtad o, en el caso de Kenji Yoshimura (Tamio Kawachi), su valor. Ambos comparten ese deseo de Suzuki por occidentalizar la visión japonesa, y, eso sí, lo consigue de una manera estupenda; desde el ‘gin’ que sustituye el sake de Manryu hasta la vestimenta de Yoshimura y el camuflaje de su katana como bastón de mano, esto último debido a la prohibición de portarla decretada en la era Meiji, en la era que, recordemos, se abre a Occidente acabando con los samuráis.
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