Decisión a medianoche (1954)

Película regular, en todo caso pasable; pero se hace bastante pesada y es de esas que uno está deseando de que acabe lo antes posible por estar ya después de una hora harto de la misma.

El guión se sitúa en Berlín, en los años cincuenta, durante la llamada Guerra Fría entre EE.UU. y Rusia. Una noche, es secuestrado en el Berlín Oriental y llevado al Berlín Oriental o parte soviética, un cabo del ejército de los EE.UU. ¿Con qué intenciones se realiza este secuestro?

Un coronel norteamerican encargado de los Servicios Secretos Militares en Alemania (Gregory Peck) estará encargado de mover las piezas, contactos y recursos a su alcance para recuperar al joven secuestrado. Además resulta que el muchacho no es un soldado cualquiera sino el hijo de uno de los más ricos magnates industriales de EE.UU. quien nada más enterado de lo sucedido a su sucesor se traslada a Berlín y trata por todos los medios de influir y hacer presión para que no caiga en el olvido el citado secuestro.

En resumen, una película que puede resultar interesante por el papel tan cortante y frío que desarrolla el coronel; también por lo tajante, pocos miramientos ni menos galanterías que tiene el inesperado final.

Nunnally Johnson fue un prestigioso guionista que en una decena de ocasiones se puso tras la cámara, sin mayor gloria que la de un pulido pero inexpresivo director lo que no le evitaría algunos grandes éxitos –como “Las tres caras de Eva” (1957) que le reportó a mi idolatrada Joanne Woodward un Oscar-. Aquí nos propone una intriga propia de la guerra fría, en torno al secuestro de un cabo del ejército de los EEUU en el Berlín de los primeros 50, centro de todas las disputas y tensiones de la postguerra, nido de espionaje y símbolo de la postguerra europea.

La película no se puede negar que está elegantemente rodada en un sensato Cinemascope y un bonito technicolor –la verdad es que Johnson se manejaba muy bien en el formato panorámico- pero con una gelidez característica propia de casi toda su filmografía. El guion tiene algunos elementos poco verosímiles y hace que la película en ocasiones bracee un poco confusamente, lo que no impide que sea una entretenida intriga de noventa aprovechados minutos –bendita concisión excolmulgada del maratoniano cine comercial actual-, llevada con razonable ritmo y aleccionadora tensión, en unos tiempos de conflicto donde los asuntos personales acababan por diluirse en el grumo político general.

Si a pesar de todo no encuentran razones suficientes para ver la peli, recuerden que aparecen Gregory Peck como militar encargado de la investigación y Broderick Crawford como impulsivo e irreflexivo padre del joven secuestrado y eso siempre es garantía de calidad.