Amor a la inglesa (1970)

Lo que debía ser el festín lujurioso de un miserable chantajeador se transforma en una estadía de estilo familiar, donde el extravagante dueño de casa sirve a su víctima, incomprensiblemente, en bandeja. Duermen juntos, pero él no le toca un pelo. Hasta que la chica se queja de tal desconcertante comportamiento, ella, que venía dispuesta a someterse a las más horrendas violaciones. Hoffman, homenajea su involuntaria huesped de diversas formas, concediéndole pequeños lujos, curándole los pies tras una caminata o una tortícolis por dormir en mala posición: vestida, a punto de fugarse, con boina y todo (“Oh, hermosa muchacha que encontré desnuda en mi cama una mañana de verano!”), llevándola a conocer deliciosos lugares de Londres, dejándola sugerir detalles de su próxima casa, etc. En resumen, la mima. Y en el interín nos regala un repertorio de pensamientos sobre epistemología, psicología del soltero y descarados ideales machistas, con cierta profundidad filosófica. “La realidad nos engaña a todos, señorita Smith”, “Nunca se transforme en una persona, señorita Smith” (sugiriendo que la humanidad arruina la sensualidad). Y así, este personaje entrado en años, feo, melancólico y ridículo, poco a poco va mutando en un gracioso y querible caballero. Pero algo desbarata esta suerte de tibia conquista y la señorita Smith debe anticipar el abandono de los dominios de Hoffman, porque su novio ha descubierto que no está visitando su abuela ¡y ella no quiere perderlo! Y Hoffman debe liberarla, so pena de revelar al público su táctica miserable.
Y acá suspendemos el spoiler, ¡caramba, lector! ¡Haga algo por usted mismo!