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Chris Jiménez rating:
9
7.0
7,424
Comedy
Greek Sea, World War II. An Italian ship leaves a handful of soldiers in a little island; their mission is to spot enemy ships and to hold the island in case of attack. The village of the island seems abandoned and there isn't a single enemy in sight, so the soldiers begin to relax a little. Things change when their ship is hit and destroyed by the enemy, and the soldiers find themselves abandoned there. Actually, the island isn't ... [+]
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- es
August 24, 2023
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Llegas a la isla, plagada de turistas. Sólo es un bonito paisaje griego entre el Mediterráneo oriental y el Mar de Levante, una de las muchas islas que conforman la zona de Agios Georgios, y te sientas en la terraza de un restaurante llamado Vassilissa.
En apariencia nada de esto guarda un significado, todo es trivial. Pero no es así. Allí reside una historia que merece contarse...
Al fin y al cabo las historias más triviales son las que mayor significado acumulan. Si la presente hubiera empezado por el final, con ese Montini ya anciano acercándose al susodicho restaurante y contemplando durante unos segundos el nombre del cartel, podemos intuir, aun sin saber quién es él ni ese lugar, que guarda un significado muy poderoso. Podría ser una de las muchas historias que relata Renzo Biasion en "Sagapò", libro nutrido de vivencias propias durante sus años como soldado de infantería en la 2.ª Guerra Mundial en lugares de Grecia antes de pasar un tiempo en campos de concentración alemanes.
Los soldados de sus relatos observan la muerte, la batalla, la destrucción, el hastío, mientras hablan del clima, la comida, las mujeres y, cómo no, la vida antes del conflicto. Serviría de inspiración al director y guionista Enzo Monteleone y a su compañero de fatigas Gabriele Salvatores, quien había disfrutado de una buena recepción con sus últimas películas y se lanzaba a una tercera compartiendo una temática común: la idea de la huida hacia un lugar apartado del resto de la civilización donde poder reencontrarse y obtener nuevos ideales libres de prejuicios sociales.
Así siguió esta máxima desde "Marrakech Express" con "Mediterraneo", completándose una Tetralogía de la Escapada en la siguiente "Puerto Escondido". Descrito por él como "un rodaje en estado de gracia" en la preciosa localización de Kastellorizo, su deseo de ofrecer una vía alternativa a la generación de la Italia de los '60, a la que pertenece, llegado el inicio de los '90, se expresa en la aventura de cambio y descubrimiento vital de esos ocho soldados que en mitad de la guerra son enviados a una isla griega, en una orden de reconocimiento y conquista sin ningún sentido.
Bajo la mirada indulgente del teniente Montini, no son aguerridos soldados, ni héroes, ni en realidad parece que piensen en la batalla, pero ahí están, a la fuerza, como los condenados de "Doce del Patíbulo", ocho prescindibles hombres más en una situación histórica absurda. Durante esta larga primera parte precedida de una cita del médico y filósofo Henri Laborit que ya representa todo lo que desea decir Salvatores, éste se centra en la familiarización con los personajes y el entorno que les rodea, todos ellos arquetipos, sí (el renegado que siempre intentó desertar, el sargento de espíritu belicoso, el chico reservado siempre a la diestra del teniente) pero todos carismáticos y lo más importante: reales.
El sol abrasador, las montañas a un lado, el Mar Egeo al otro, y absolutamente nada. Se respira algo de tensión en este sombrío ambiente de no ser por las ingeniosas interacciones entre los protagonistas; el humor de Monteleone, conociendo el origen de su influencia, no se apoya en el "gag" absurdo, sino en la frescura del diálogo natural, que muy al estilo italiano fluye cual ingeniosa improvisación, y no precisamos mucho tiempo para simpatizar con estos hombres, lejos de todo, de su casa, de sus familias, de sus mujeres, en una situación que no entienden.
El director exprime esa naturalidad de sus actores, algunos de ellos viejos amigos y colaboradores. Diego Abatantuono en la piel del sargento Lorusso destaca entre todos (se merienda la pantalla cada vez que aparece) con sus ocurrencias inesperadas y gestos exagerados, pero es, irónicamente, el que más reflexiones extraerá de la peripecia que les ha tocado vivir; es inevitable sentir cierta contracción en el estómago cuando expresa su inquietud ante el silencio sepulcral que se cierne sobre la isla. En pocas palabras se dice qué queda tras el paso de la guerra: silencio, soledad, pérdida, abandono y nostalgia. Este exilio involuntario presenta una oportunidad.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Buscando un final trágico, el aviador o los militares ingleses deberían ser el alfiler que explotase la burbuja de la fantasía, pero por fortuna Farina permanece y puede continuar; la misma película se llevaría el Oscar y un reconocimiento mundial bien merecido, otro sueño hecho realidad para Salvatores. Qué nota más amarga pero esperanzadora nos dejará Lorusso: "Volvimos para reconstruir la patria, pero no nos lo permitieron...".
Recordando al epílogo de "Cinema Paradiso", por fin comprendemos la fascinación en los ojos del viejo Montini al descubrir que, aun sucediendo quizás dentro de un espacio soñado, es posible dejar una huella en la Historia, y que perdure en contra de las guerras y el paso del tiempo. ¿Qué quedaría por hacer al final?...pues levantar los brazos hacia el Sol y exclamar sus mismas palabras en honor a la felicidad de Farina y Vassilissa: "¡Enhorabuena y muchos hijos varones, que se me seca la pintura!, ¡ciao!".
En apariencia nada de esto guarda un significado, todo es trivial. Pero no es así. Allí reside una historia que merece contarse...
Al fin y al cabo las historias más triviales son las que mayor significado acumulan. Si la presente hubiera empezado por el final, con ese Montini ya anciano acercándose al susodicho restaurante y contemplando durante unos segundos el nombre del cartel, podemos intuir, aun sin saber quién es él ni ese lugar, que guarda un significado muy poderoso. Podría ser una de las muchas historias que relata Renzo Biasion en "Sagapò", libro nutrido de vivencias propias durante sus años como soldado de infantería en la 2.ª Guerra Mundial en lugares de Grecia antes de pasar un tiempo en campos de concentración alemanes.
Los soldados de sus relatos observan la muerte, la batalla, la destrucción, el hastío, mientras hablan del clima, la comida, las mujeres y, cómo no, la vida antes del conflicto. Serviría de inspiración al director y guionista Enzo Monteleone y a su compañero de fatigas Gabriele Salvatores, quien había disfrutado de una buena recepción con sus últimas películas y se lanzaba a una tercera compartiendo una temática común: la idea de la huida hacia un lugar apartado del resto de la civilización donde poder reencontrarse y obtener nuevos ideales libres de prejuicios sociales.
Así siguió esta máxima desde "Marrakech Express" con "Mediterraneo", completándose una Tetralogía de la Escapada en la siguiente "Puerto Escondido". Descrito por él como "un rodaje en estado de gracia" en la preciosa localización de Kastellorizo, su deseo de ofrecer una vía alternativa a la generación de la Italia de los '60, a la que pertenece, llegado el inicio de los '90, se expresa en la aventura de cambio y descubrimiento vital de esos ocho soldados que en mitad de la guerra son enviados a una isla griega, en una orden de reconocimiento y conquista sin ningún sentido.
Bajo la mirada indulgente del teniente Montini, no son aguerridos soldados, ni héroes, ni en realidad parece que piensen en la batalla, pero ahí están, a la fuerza, como los condenados de "Doce del Patíbulo", ocho prescindibles hombres más en una situación histórica absurda. Durante esta larga primera parte precedida de una cita del médico y filósofo Henri Laborit que ya representa todo lo que desea decir Salvatores, éste se centra en la familiarización con los personajes y el entorno que les rodea, todos ellos arquetipos, sí (el renegado que siempre intentó desertar, el sargento de espíritu belicoso, el chico reservado siempre a la diestra del teniente) pero todos carismáticos y lo más importante: reales.
El sol abrasador, las montañas a un lado, el Mar Egeo al otro, y absolutamente nada. Se respira algo de tensión en este sombrío ambiente de no ser por las ingeniosas interacciones entre los protagonistas; el humor de Monteleone, conociendo el origen de su influencia, no se apoya en el "gag" absurdo, sino en la frescura del diálogo natural, que muy al estilo italiano fluye cual ingeniosa improvisación, y no precisamos mucho tiempo para simpatizar con estos hombres, lejos de todo, de su casa, de sus familias, de sus mujeres, en una situación que no entienden.
El director exprime esa naturalidad de sus actores, algunos de ellos viejos amigos y colaboradores. Diego Abatantuono en la piel del sargento Lorusso destaca entre todos (se merienda la pantalla cada vez que aparece) con sus ocurrencias inesperadas y gestos exagerados, pero es, irónicamente, el que más reflexiones extraerá de la peripecia que les ha tocado vivir; es inevitable sentir cierta contracción en el estómago cuando expresa su inquietud ante el silencio sepulcral que se cierne sobre la isla. En pocas palabras se dice qué queda tras el paso de la guerra: silencio, soledad, pérdida, abandono y nostalgia. Este exilio involuntario presenta una oportunidad.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Buscando un final trágico, el aviador o los militares ingleses deberían ser el alfiler que explotase la burbuja de la fantasía, pero por fortuna Farina permanece y puede continuar; la misma película se llevaría el Oscar y un reconocimiento mundial bien merecido, otro sueño hecho realidad para Salvatores. Qué nota más amarga pero esperanzadora nos dejará Lorusso: "Volvimos para reconstruir la patria, pero no nos lo permitieron...".
Recordando al epílogo de "Cinema Paradiso", por fin comprendemos la fascinación en los ojos del viejo Montini al descubrir que, aun sucediendo quizás dentro de un espacio soñado, es posible dejar una huella en la Historia, y que perdure en contra de las guerras y el paso del tiempo. ¿Qué quedaría por hacer al final?...pues levantar los brazos hacia el Sol y exclamar sus mismas palabras en honor a la felicidad de Farina y Vassilissa: "¡Enhorabuena y muchos hijos varones, que se me seca la pintura!, ¡ciao!".
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
La mayoría lo negaría teniendo en cuenta que aún falta mucha historia que contar, pero, ¿acaso no habrían sido suficiente los soldados como únicos protagonistas de ella? Servidor piensa que, bien estructurada, y sin necesidad de "flashbacks", "Mediterraneo" podría sobrevivir narrando esa adaptación al ambiente al cual acaban de llegar, para formar parte de él y finalmente nunca abandonarlo.
El guión, sin embargo, propone un giro inesperado; tras ser hundido su barco, con la radio destrozada y observando las luces de la mañana anunciando otro día más, pareciera que la isla conspira con las fuerzas de la naturaleza y crea para los hombres una realidad alternativa.
Mientras duerme, el joven Farina es despertado por unos niños. Ha pasado media hora y nunca hubo señales de civilización, entonces...¿una visión? Junto al grupo se adentran todos de nuevo en el pueblo y, apartando unas sábanas tendidas a modo de telón, una maravillosa función-sueño se materializa ante ellos: niños correteando a la orilla de la playa, ancianos charlando tranquilamente bajo los árboles, bellas mujeres paseando por la plaza. Este mundo permanecía escondido de unos ojos que no querían ver, por miedo o añoranza, lo que había más allá de su realidad; en esto consiste la fuga de Monteleone y Salvatores.
Entonces ese mundo nuevo les acoge, les engulle en una bucólica fantasía, humana y cálida. ¿Y cómo respondería un soldado? Tal vez como ellos. Este escenario también desea habitarlo el espectador, esta brecha en la fea realidad de 1.941 en la que hemos penetrado...porque ahí fuera quizás se esté llevando a cabo la invasión de Rusia por Alemania o haya fallecido Friedrich Wilhelm II en su exilio a los Países Bajos, pero mientras suceden esos fatales eventos veremos que la radio de la tropa, lo único que les conectaba con el mundo exterior, está cubierta del moho que paulatinamente ha ido creciendo sobre ella.
De haberse cruzado antes ellos con el bandido turco que les ofrece opio y otras drogas, la apariencia de fantasía cobraría más sentido, pero ese juego no le interesa al cineasta. El sueño debe ser real, natural, y entre la sorpresa inicial y la total adaptación a la isla, lo más conmovedor de "Mediterrano" es ese lapso de tiempo en el que los protagonistas van mimetizándose con un ambiente griego suspendido, encerrado en una burbuja atemporal, y tomando conciencia de la humanidad, la libertad, la igualdad y el amor que pulula en el aire, y de que cada uno de ellos o bien obtiene aquello que la guerra les quitó o lo que su patria y el fascismo imperante nunca no les permitió tener.
Montini puede volver a tomar contacto con el arte que dejó en Italia, el pobre Strazzabosco recupera una doble de su antes asesinada mula, los Munaron pueden de nuevo deleitarse con los placeres de la montaña de la que fueron sacados, Lorusso aprende el significado de la paciencia y la guerra para él es un eco lejano, si bien la idea del regreso aún hierve en su interior; Noventa es el único que no comparte el sueño pues una mujer espera en el mundo que dejó. Lejos de la fuga delirante planteada por Blake Edwards en "¿Qué hiciste en la Guerra, Papi?" (de premisa idéntica), la transformación existencial de los hombres de Salvatores, aun teñida de melancolía, adquiere la levedad del clásico neorrealismo rosa.
Uno se imagina a Luigi Comencini tras la cámara, rodando el film en los años directamente posteriores a la guerra y dotándolo de ese humor suyo tan ligero y costumbrista, pero siempre consciente del contexto histórico. Y si la mujer es la figura divisoria entre realidad y fantasía (o la que mejor representa la esencia de esta última), no hallaremos a ninguna "bersagliera", sino a una "mondana" con el corazón de oro.
Esa espectacular Vasiliki Barba que fácilmente nos roba el nuestro igual que el de Farina, quien protagoniza uno de los momentos más divertidos y emotivos del film. Así él también encuentra aquí lo que nunca antes: el amor verdadero.
El guión, sin embargo, propone un giro inesperado; tras ser hundido su barco, con la radio destrozada y observando las luces de la mañana anunciando otro día más, pareciera que la isla conspira con las fuerzas de la naturaleza y crea para los hombres una realidad alternativa.
Mientras duerme, el joven Farina es despertado por unos niños. Ha pasado media hora y nunca hubo señales de civilización, entonces...¿una visión? Junto al grupo se adentran todos de nuevo en el pueblo y, apartando unas sábanas tendidas a modo de telón, una maravillosa función-sueño se materializa ante ellos: niños correteando a la orilla de la playa, ancianos charlando tranquilamente bajo los árboles, bellas mujeres paseando por la plaza. Este mundo permanecía escondido de unos ojos que no querían ver, por miedo o añoranza, lo que había más allá de su realidad; en esto consiste la fuga de Monteleone y Salvatores.
Entonces ese mundo nuevo les acoge, les engulle en una bucólica fantasía, humana y cálida. ¿Y cómo respondería un soldado? Tal vez como ellos. Este escenario también desea habitarlo el espectador, esta brecha en la fea realidad de 1.941 en la que hemos penetrado...porque ahí fuera quizás se esté llevando a cabo la invasión de Rusia por Alemania o haya fallecido Friedrich Wilhelm II en su exilio a los Países Bajos, pero mientras suceden esos fatales eventos veremos que la radio de la tropa, lo único que les conectaba con el mundo exterior, está cubierta del moho que paulatinamente ha ido creciendo sobre ella.
De haberse cruzado antes ellos con el bandido turco que les ofrece opio y otras drogas, la apariencia de fantasía cobraría más sentido, pero ese juego no le interesa al cineasta. El sueño debe ser real, natural, y entre la sorpresa inicial y la total adaptación a la isla, lo más conmovedor de "Mediterrano" es ese lapso de tiempo en el que los protagonistas van mimetizándose con un ambiente griego suspendido, encerrado en una burbuja atemporal, y tomando conciencia de la humanidad, la libertad, la igualdad y el amor que pulula en el aire, y de que cada uno de ellos o bien obtiene aquello que la guerra les quitó o lo que su patria y el fascismo imperante nunca no les permitió tener.
Montini puede volver a tomar contacto con el arte que dejó en Italia, el pobre Strazzabosco recupera una doble de su antes asesinada mula, los Munaron pueden de nuevo deleitarse con los placeres de la montaña de la que fueron sacados, Lorusso aprende el significado de la paciencia y la guerra para él es un eco lejano, si bien la idea del regreso aún hierve en su interior; Noventa es el único que no comparte el sueño pues una mujer espera en el mundo que dejó. Lejos de la fuga delirante planteada por Blake Edwards en "¿Qué hiciste en la Guerra, Papi?" (de premisa idéntica), la transformación existencial de los hombres de Salvatores, aun teñida de melancolía, adquiere la levedad del clásico neorrealismo rosa.
Uno se imagina a Luigi Comencini tras la cámara, rodando el film en los años directamente posteriores a la guerra y dotándolo de ese humor suyo tan ligero y costumbrista, pero siempre consciente del contexto histórico. Y si la mujer es la figura divisoria entre realidad y fantasía (o la que mejor representa la esencia de esta última), no hallaremos a ninguna "bersagliera", sino a una "mondana" con el corazón de oro.
Esa espectacular Vasiliki Barba que fácilmente nos roba el nuestro igual que el de Farina, quien protagoniza uno de los momentos más divertidos y emotivos del film. Así él también encuentra aquí lo que nunca antes: el amor verdadero.