The Elevator (2021)

Seguramente el término usado en el título no exista en el idioma español. Pero es la única forma de definir rápidamente este supremo despropósito, es decir se va de más (por ser generoso) a mucho menos que menos, valga la redundancia cacofónica.

En los créditos iniciales inmediatamente del título del filme aparece una leyenda que advierte que la historia se ha basado en un hecho real. ¡Vaya si habrá carencia de ideas y de guionistas originales! Porque las circunstancias de la vida real en la que se basa este mamotreto son en sí mismas ridículas y carentes de atractivo alguno.

¿Quién de todos nosotros no ha sufrido por la demora de algún allegado en venir a casa e iniciar una búsqueda por eventuales accidentes? Pero aquí, se quiere aderezar todo con una fiesta de cumpleaños infantil en la que la cursilería de los diálogos y el patético desempeño del elenco, especialmente de los niños, dan vergüenza ajena y hace que el espectador esté pendiente del reloj. Aunque francamente, lo más sensato sería dejar de perder el tiempo a los 15 minutos y listo el pollo.

Aquellos que escribieron el libreto no deben haber tenido nunca la oportunidad de lidiar con niños y es por ello que los diálogos parecen estar dichos por personas con discapacidades intelectuales notorias. Los niños por ser tales no necesariamente son idiotas. Y los que tratan con ellos tampoco deberían serlo. Es muy triste ver a Eric Roberts haciendo una parodia de sí mismo, con tics y gestos grandilocuentes y eso que la mayor parte del tiempo es casi un relato en off porque las circunstancias en las que se encuentra no permiten que se vea gran parte de su participación.

Estos bodrios deplorables, a pesar de todo, logran un milagro. Que un viejo tonto sin nada mejor que hacer, destine parte de lo poco que seguramente le quede de vida, en escribir reseñas como estas. Cómplice. Culpable. Ya sin remedio.