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Voto de Tony Montana:
7
Drama Delft, Holanda, 1665. Griet entra a servir en casa de Johannes Vermeer, el cual, consciente de las dotes de la joven para percibir la luz y el color, irá introduciéndola poco a poco en el mundo de su pintura. Maria Thins, la suegra de Vermeer, al ver que Griet se ha convertido en la musa del pintor, decide no inmiscuirse en su relación con la esperanza de que su yerno pinte más cuadros. Griet se enamora de Vermeer, aunque no está segura ... [+]
10 de marzo de 2009
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Explicaba Hitchcock a Truffaut a raíz de Vértigo que la escena en que Jimmy Stewart le pide a Kim Novak que se arregle el pelo como la difunta Madeleine la tenía completamente desnuda a falta de quitarle las braguitas, y que esa sería la última concesión que le faltaba para tenerla absolutamente a su merced y proceder a tirársela. Era la especial habilidad que tenía Hitchcock para poner caliente al personal sin necesitar quitarle ni un centímetro de ropa a su actriz protagonista, todo fruto de la inteligenciaen montaje y puesta en escena. Sexo absolutamente visceral sin mostrar ni el roce de las manos, escondido bajo una aparente capa de frialdad e indiferencia. En esa inteligente decisión de Peter Webber radica el principal acierto de La joven de la perla, que podríamos definir perfectamente como una película que navega entre el melodrama y las formas hitchcockianas a pesar de su aparente recreación histórica de un hecho cuanto menos ficcional, basada en uno de los cuadros más misteriosos de la historia (de alguien tan tiquismiquis y especialito como era Vermeer). Y es que no resulta nada problemático identificar a la aquí deslumbrante Scarlett Johansson con una de esas rubias gélidas que tanto amaba Don Alfredo y a Colin Firth como alguien equiparable al Scottie Ferguson de Vértigo o al John Robie de Atrapa a un ladrón, fascinados enteramente por un personaje femenino que hace que se olviden de todo. Es una fulminante historia de amor imposible, romántica hasta el hartazgo, una desnaturalizada y críptica versión de Romeo y Julieta que hace de su simbología su gran fuerte para vencer al tedio que pudiesen provocar sus imágenes, puesto que el mensaje que se encuentra soterrado en la profundidad de la cinta es lo que justifica todo aquello que se nos muestra de una manera algo fría, la pasión bajo el hielo, los sentimientos por encima del comportamiento cerebral.

La película está envuelta en una espectacular ambientación gracias al sobresaliente trabajo en la fotografía de Eduardo Serra, quien diseña un complejo juego de luces y colores semejante al que utilizaba el pintor holandés. Es fría como un témpano porque así busca ser la película, y sin embargo no importa lo más mínimo, pues la gran satisfacción de la película es ver un encuadre tras otro, cada uno mejor que el anterior, y donde cada composición supone también un homenaje a los cuadros de no sólo de Vermeer, si no de numerosos contemporáneos del barroco (algunos interiores nocturnos son puro Rembrandt), ya que no es un esteticismo vacuo y facilón como el de, por ejemplo, Alatriste. Es descaradamente pictoricista, e incluso en algunos momentos abraza en exceso el academicismo que, por regla general, abunda en cualquier película de tratamiento histórico, pero abruma, y atrapa por la fuerza de sus imágenes y por la inteligencia con la cámara de Webber.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tony Montana
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