Normalmente cuando ves una película mítica de al menos dos décadas para atrás, descubres sin mucha sorpresa que no era para tanto. "Emmanuelle" en su día abarrotaba salas de cine con la misma facilidad con la que en la cinta sus protagonistas se despojan de las indumentarias. Y es por eso que abarrotaba. Porque por aquella época ver la maravillosa carne humana al natural era un ejercicio poco menos que complicado. No importaba demasiado que la trama fuese una birria. Tampoco provocaba disgusto alguno que el guión no estuviese construido a base de estrujarse el cerebro. Ni siquiera molestaba que el tramo final de la obra fuese un auténtico coñazo de campeonato. Lo único que sabía el espectador a la salida del cine, era que su miembro había superado en longitud al diámetro de las campanas de sus pantalones; y sin necesidad de echarle imaginación. Y con eso era suficiente para definirlo como "peliculón" (imagino).
Vamos a ver. No me la estoy dando de guay; también me ha gustado ver a esas preciosas chicas siendo "malas" entre ellas. Pero no basta para quedar totalmente satisfecho. A una película le pido algo más.