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Voto de Strhoeimniano:
10
Drama Antonio Salieri es el músico más destacado de la corte del Emperador José II de Austria. Entregado completamente a la música, le promete a Dios humildad y castidad si, a cambio, conserva sus extraordinarias dotes musicales. Pero, después de la llegada a la corte de un joven llamado Wolfang Amadeus Mozart, Salieri queda relegado a un segundo plano. Enfurecido por la pérdida de protagonismo, hará todo lo posible para arruinar la carrera ... [+]
13 de septiembre de 2005
109 de 117 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Necesita la genialidad aposentarse en seres igual de iluminados en todas sus facetas? Por lo que se ve, no. El Mozart que nos presenta M.F. es un cretino infantiloide, voluptuoso, borrachín, con una sonrisa que habla de lo cercana que está la genialidad de la anormalidad; lo que si necesita la envidia, es de hacerse escoltar por buenas compañías.
La condena de la envidia es estar al lado de lo deseado. Así, la tragedia de Salieri no es su mediocridad, sino el castigo de ser testigo de una genialidad irrepetible, casi divina. De hecho, el duelo que se establece a lo largo del film, no es entre dos contrincantes Salieri “versus” Mozart. Salieri admira a Mozart. Asiste a sus estrenos arrobado sabiendo que aquello que está escuchando tiene el don de la inmortalidad al estar hecho desde la suprema belleza e inspiración. De este modo, el duelo lo establece Salieri contra Dios, contra ese Ser Supremo que al inicio de la obra le concede su deseo, sin saber la amargura que este llevará al toparse con la genialidad en el cuerpo de un ser mezquino y amoral, no en el suyo desde siempre consagrado a honrar a la divinidad.
M. Forman realiza un ejercicio de orfebrería a lo largo de todo el film convirtiéndose en un director de orquesta, donde todos los elementos que componen un film tan complejo (imagen, sonido, decorados, banda sonora) están armonizados y aparecen ante nosotros para hechizarnos. Es curioso el uso que hace de la banda sonora, dejando de lado su función mero fondo subrayante para hacerla protagonista de ese proceso de creación que nos va mostrando (fascinantes todas las secuencias en las que vemos cómo compone Mozart; cruel el instante en que Mozart adapta la marcha que Salieri le ha dedicado, tras escucharla una sola vez). Así, no es la imagen la que nos hace testigos, sino la música la que se presenta y nos sienta en primera fila.
Pero está sinfonía, necesita de buenos ejecutantes. Ya estamos habituados a que en el cine de Forman los repartos sean magistrales; de hecho, circula como una leyenda negra, sobre todo entre los que fueron protagonistas, de tras haber trabajado con Forman se ven condenados a tener una carrera irregular, pues ningún papel alcanza a lo que esté director extrae de sus interpretes. El dueto Hulce y su némesis: F.Murray Abraham está extraordinario, hasta quedar en nuestro imaginario cinéfilo como estos personajes. Finalmente, la ironía del destino se encargó de reparar las humillaciones sufridas por Salieri y fue F.Murray Abraham el que ganaría el Oscar por su interpretación. Un premio más que justo pues compone uno de los “malos” más fascinantes de la historia del cine. Los momentos sublimes se suceden como cuando lee las partituras originales de Mozart, la decadencia de su vejez, o todas las secuencias donde experimenta la humillación y vemos la intensidad de su odio contenido, pero no domesticado.
“Amadeus” es una bendición, una película que se halla a la misma altura de la genialidad y la envidia que relata.
Strhoeimniano
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