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España España · Madrid
Voto de Tomine:
10
Drama Un samurái pide permiso para practicarse el Seppuku (o Harakiri), ceremonia durante la cual se quitará la vida abriéndose el estómago al tiempo que otro samurái lo decapitará. Solicita también poder contar la historia que le ha llevado a tomar tan trágica decisión. (FILMAFFINITY)
3 de abril de 2012
110 de 122 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sales a la calle y allí están: edificios de ladrillo, vidrio y acero, que alguien construyó, en los que probablemente ni has pensado las mil y una veces que has pasado por delante de ellos, ni te has preguntado si eran buenos o malos, si se podrían mejorar; si, por lo contrario, son tan geniales que tú, ni aun estudiando durante cien años, serías capaz de emularlos. Lo máximo que has dicho de ellos es “quedamos a las tres, en ese bar tan bonito”, o “tan feo”, o “en la biblioteca tan grande”, “tan pequeña”, o “tan cómoda”, o “en la biblioteca de la esquina”, sin más.

Entras en el cine y allí están: actores hablando, moviéndose, siguiendo una pauta que llamamos guión, iluminados por un foco o dos o por el sol, pero en el fondo nunca has pensado en ello, ni en si cortando el plano tres décimas antes la escena sería mejor, si esa luz es la adecuada o no lo es; si ese actor, con esa luz y esa disposición de todos los elementos ante la cámara consigue algo. Lo máximo que llegas a decir es “qué peli tan chula, es mejor que la novela”, o “me ha llegado, Citranito está muy bien”, o “qué bodrio, es infame, no vayáis a verla”.

Todo cambia cuando dejas de ser espectador y te conviertes en artífice, y de golpe te das de lleno con las líneas, la composición, la tectónica, la orientación, el equilibrio asimétrico, el confort, los presupuestos y sobre todo, la terrible concreción del dibujo, que no miente, que revela de un plumazo todos sus errores o lagunas ante una mente entrenada, y que no te permite fallar. La cosa en sí misma es así, y no de otra forma.

En efecto, todo cambia cuando coges la cámara y diriges al actor y colocas el foco y luego ves lo que has rodado y sientes que no está. Que le falta algo a esa mirada, a esa frase, que todo es falso, impostado, o inexpresivo, o que el tono es inadecuado. Que la sensación producida en la primera transición debería ser otra, y vuelves a la cámara y al foco y al actor y lo repites hasta que esté exactamente como debe estar, y no de otra forma.

El miedo se produce cuando concretar algo es enormemente difícil.

Mis máximos respetos para el maestro Kobayashi, que decidió que esa era la luz y esa la duración, que ese era el encuadre de los primeros planos, y el ritmo de los combates, que esa era la intensidad de las miradas, y ese el desenlace, que tuvo la autoexigencia y el talento necesarios para llegar a ese resultado final, y no a otro, que decidió que esta película tenía que ser así, y no de otra forma.
Tomine
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