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España España · Vilagarcía Arousa
Voto de María:
6
Comedia. Drama En el 2004, Hope Ann Greggory se convirtió en una heroína de América tras ganar la medalla de bronce con el equipo de gimnasia femenino. Hoy, está viviendo en el sótano de su padre en su pueblo natal, varada, medio olvidada y amargada. Atascada en su gloria pasada, Hope es obligada a reconsiderar su vida cuando una joven promesa de la gimnasia quien la adula pone en peligro su estatus de celebridad. ¿Será la mentora de la adorable y ... [+]
25 de agosto de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hope Ann Greggory, joven (menos de lo que ella cree) adicta a la laca, deslenguada e irreverente. Eterna adolescente incapaz de asumir su existencia en minúsculas, de comprender que venir al mundo es inscribirse en el tiempo y aceptar sus normas antes de firmar el compromiso perpetuo, de procesar el fracaso con perspectiva constructiva o al menos con positivismo. Una mujer en constante desavenencia con su presente que malvive aferrada a sueños caducos, desconectada de su propia realidad y alejada de todo vínculo afectivo. Hope feliz en el autoengaño del derrotado. Especialista en huir a tiempos pasados, acaba sufriendo de futuro. Víctima temprana de las buenas intenciones y atenciones de un padre mal-educador se convierte inconsciente y automáticamente en verdugo de todo lo demás, cuando tras una lesión a una edad complicada para una gimnasta se ve obligada a poner fin a su prometedora carrera deportiva.
La Hope odiosa y La Hope ingenua conviven en el retrato que The Bronze hace de la villana neurótica, antipática y compulsiva a la que da vida una convincente Melissa Rauch (The Big Bang Theory) que además co-escribe el guión. Una Hope intolerante y cínica, anclada a costumbres adolescentes, decidida a mantener su rutina habitual enfundada en un chandal hortera, obsoleto y escaso de talla, capaz de provocarse orgasmos con el angustioso video del accidente que la engalanó al mismo tiempo con la medalla de heroína nacional y la corona de reina de las arpías... Hope maldiciendo su suerte en el desayuno, en la comida y en la cena, empeñada en joderle la fiesta a todo Cristo y a todo Juan. Presenciando cómo el mundo la olvida lentamente. Aferrada a un fantasma, pero reclamando presencia. Hope buscando culpables a los que perdonar la vida, culpables a los que hacérsela insoportable y culpables a los que chantajear emocionalmente. Hope inflexible, irritante, irritable y frustrada, egocéntrica y autodestructiva; solitaria, insolente e intratable, pero también frágil y desamparada ante un destino que no está exento de cierta ironía porque a menudo los vencidos desconocen que lo están.

Una Hope manipuladora que acaba reconociendo su sadismo, de la misma manera que la Inés imaginada por Sartre (también a él le acusaron de individualista, amoral y egoísta) en Huis Clos se supo maligna en el momento en que fue condenada a vivir eternamente bajo la inquisitiva mirada del otro. Ambas identifican al prójimo como su auténtico calvario -causante nefasto de esa sacudida que un mal día desplazó sus mundos- pero también como parte fundamental de sus correspondientes procesos de autorealización, tomando conciencia de que el ser humano precisa de un semejante para reconocerse a sí mismo ya que la auténtica esencia de las relaciones interpersonales está en el conflicto.
El infierno, decíamos, siempre son los otros.

Es también Hope, una Hope monologuista, la que acapara el conjunto de la narración generando cierto desorden y reiteración en el desarrollo de una historia con más intenciones aventajadas que resultados finales. La insistencia en el humor más mordaz a la hora de construir la tragicomedia (estupendísimos los primeros cinco minutos de la cinta) alejan la crónica desmaduradora de toda sutileza dramática, destemplando la ineludible moraleja encerrada en todo desenlace redentor.
No basta una selección de momentos comunes de lo mejor del género para entrar por la puerta grande en el olimpo de la comedia independiente. No basta acomodarse en la poquedad ni instalarse en la mirada complaciente. No basta una protagonista que domine con soltura la pantalla, el gesto patético del humor amargo y la aspereza del feísmo. Por supuesto no basta con un lenguaje cinematográfico fresco, espontáneo y coloquial. Tampoco con una desternillante secuencia sexual milimétricamente coreografiada y llena de acrobacias si la convertimos en un asunto muy serio, si se utiliza como representación jocosa de una caída en picado o si viene a cargarse la atmósfera misantrópica que tan buen color le estaba proporcionando. No basta. No es suficiente. No lo es en absoluto.

La ópera prima del debutante Bryan Buckley, reconocido director de publicidad hasta The Bronze, estrenada en la jornada inaugural del festival de Sundance de 2015, parte de una excelente presentación de la antiheroína protagonista, de una fotografía costumbrista de los tiempos hipócritas que corren (en ese minúsculo pueblo de Ohio o en el de cualquiera de ustedes), en los que cualquier sinceridad parece cinismo; de una intención transgresora de satirizar conceptos como el éxito, la autocompasión, la amistad o la inteligencia emocional... pero la convencional fórmula empleada en el desarrollo se diluye mucho antes de que queramos, debamos o podamos alegrarnos por la otrora miserable Hope cuando, finalmente -tan finalmente que casi llega con retraso-, se reconcilia con su presente, recuperando esa vida secuestrada por un pasado mal resuelto, gracias al siempre ostentoso e inoportuno, sí, pero también reconstituyente milagro del amor.
Milagros en el infierno. Estamos locos.
María
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